Especiales Semana

ALVARO GOMEZ HURTADO

Sin haber llegado a la Presidencia, dejó un legado más importante que muchos que sí lo hicieron.

23 de junio de 1997

Quizás a ningún político de los últimos 15 años le ha encajado tan bien la frase de "se le podía amar u odiar pero nunca permanecer indiferente" como a Alvaro Gómez Hurtado. Mientras una colonia de fervientes seguidores no se cansó de proponerlo una y otra vez como candidato presidencial, otro tanto de adversarios, herederos quizás de los odios fabricados por su padre en la época de la violencia partidista, no desfallecieron en la meta de impedir su ascenso al poder a como diera lugar. Entre estas dos pasiones encontradas en torno de su figura maduró la estampa de un hombre que llegó a tejer vínculos tan estrechos con el poder que se ganó el respeto de ex presidente sin haber pasado nunca por el solio de Bolívar. Afirmaba que él no era nombrable pero sí elegible, y así se comportó durante toda su vida. Fue elegido decenas de veces para cargos de elección popular, como concejal, diputado, representante a la Cámara, senador y constituyente, pero nunca fue ministro y sólo tres veces fue nombrado por decreto gubernamental para puestos diplomáticos: la primera vez como embajador en Suiza a principios de los años 50, luego _después de haber sido elegido Designado por el Congreso_ como embajador en Washington, y la última vez en París. Sin embargo, a pesar de las derrotas electorales durante sus tres intentos por llegar a la Presidencia de la República, Alvaro Gómez terminó ganando las principales batallas ideológicas que libró por décadas. Fue el primero en proponer la elección popular de los alcaldes años antes de que esa idea se volviera norma. Fue el primero que atacó la excesiva intervención del Estado al exponer en la campaña de 1974 tesis que después se conocerían como neoliberales. Fue también el primero en plantear que la justicia penal pasara de un sistema inquisitivo a uno acusatorio y que se creara la Fiscalía General de la Nación. Y, adicionalmente, fue el primer abanderado y promotor de conceptos como el control fiscal posterior, la autonomía del Banco de la República, la Veeduría del Tesoro, la acción de tutela y otros mecanismos judiciales de conciliación que con el tiempo quedarían consignados en la legislación colombiana. Paradójicamente muchas de sus ideas, incluidos los mecanismos de anticorrupción estatal, se hicieron realidad con la llegada al poder de quienes habían derrotado a Gómez y terminaron gobernando con muchas de sus propuestas. Alvaro Gómez se caracterizó siempre por su envidiable capacidad para desestabilizar el statu quo con sentencias que acuñaba para volver habituales entre los colombianos. Las últimas habían sido "Samper no se cae, pero no se puede quedar" y "Hay que tumbar al régimen", frases que terminaron sonando como símbolo de su última lucha. Años después de sobrevivir al secuestro por parte del M-19 y cuando desde los editoriales de El Nuevo Siglo había encarnado la más notoria de las oposiciones al gobierno de Ernesto Samper, la violencia lo convirtió en mártir al morir asesinado la mañana del 2 de noviembre de 1995. Su última actuación política fue como copresidente de la Constituyente y artífice fundamental de la actual Carta Magna. Al morir, su jerarquía y liderazgo eran los de un ex presidente.