Especiales Semana

BARRIO FELIPE

Con el triunfo del PSOE en España, por primera vez en décadas un gobierno socialista con mayoría absoluta llega al poder.

29 de noviembre de 1982

Felipe arrasó. Y con él triunfó la España joven, la que resucitó tras la muerte de Franco, y que desde hace seis años viene madurando al acelerado ritmo de su apertura democrática y de su destape cultural.
La abrumadora mayoría de electores que votó por el PSOE lo hizo porque era partidaria de una política de cambio moderado en los términos en que la planteaban los socialistas, pero también como una forma de afianzar la democracia y el foro libre de ideas, de abrir las puertas de España a los vientos europeos, de asegurar la libertad, y también de mantener al alcance esas pequeñas victorias que durante el franquismo fueran frutos prohibidos, como el monokini en las playas, el strip-tease en los escenarios, las canciones de protesta, los libros de Arrabal y las novelas de Juan Marsé, el derecho de los vascos a hablar en su idioma y de los catalanes a bailar sus sardanas, y todas las demás cosas que los españoles han descubierto que constituyen el arte de vivir y dejar vivir...
El triunfo socialista fue aún más amplio de lo que se esperaba. La votación del 48% obtenida por el PSOE le permitirá a este partido gobernar solo, con holgura. La imagen de moderación y solidez que logró proyectar durante la campaña resultó ser la clave para arrastrar tras de sí los amplios sectores que se desprendieron fundamentalmente de UCD y CDC.
Este mismo hecho seguramente marcará la tónica del futuro gobierno, que tendrá que entibiar los rasgos social demócratas y reforzar los centristas, para responder a la base social de sus diputados y electores.
Lo que está claro es que al votar "por el cambio" que prometió el PSOE, los españoles no estaban pensando en un cambio radical de sistema, sino en un cambio favorable a la estabilidad y a la solución de los enormes problemas que estallaron bajo los dos gobiernos de la UCD. Paradójicamente, la opción socialista apareció ante los ojos de los españoles como la más apta para garantizar la continuidad de una transición democrática en paz y sin sobresaltos. Una figura, la de Felipe González, y un cerebro, el de Alfonso Guerra, tendrán que cargar sobre sus hombros con este compromiso.
El gallego Manuel Fraga Iribarne, otrora prestante miembro de la Falange Española y del gobierno de Franco, fue quien más multiplicó sus fuerzas en estas elecciones. En un salto espectacular, su partido, Alianza Popular, pasó de tener 9 a 106 diputados, y se convirtió en la segunda fuerza política del país. La fórmula de viraje hacia el centro que le fue tan útil a Felipe, también fué la clave para Alianza Popular.
No fue el Fraga fascista y energúmeno el que mostró la cara en estas elecciones, sino el Fraga discreto y moderado que, como dijera "Cambio 16", parecia "el bondadosos conservador que para sí quisieran los ingleses más demócratas". Desplazando drásticamente las otras alternativas de centro-derecha--la UCD de Lavilla y el CDS de Suárez--, Alianza Popular no sólo ganó una buena representación parlamentaria, sino que además quedó estratégicamente colocada para convertirse en la principal oposición cuando el gobierno socialista empiece el casi inevitable proceso de deterioro.
La antigua franja del centro, victoriosa en 1979, se presentó esta vez dividida en el partido de Landelino Lavilla y en el de Adolfo Suárez, y sufrió un descalabro que parece irreversible. la UCD descendió de 168 diputados a 12, Y Suárez, que estrenaba partido, sólo logró colocar la modestísima suma de 2. La paradoja de esta derrota es que no se produjo por la radicalización de la sociedad hacia las opciones ultras, sino por su bipolarización en una franja de centro-izquierda que apoyó al PSOE y una de centro-derecha que votó por Fraga, dejando aprisionado a un "centro-centro" que se asfixió por la falta de espacio político. La incapacidad tanto del gobierno de Suárez como del de Calvo Sotelo para solucionar los problemas que acosan a los españoles, y su consecuente deterioro, fueron factores claves en la pérdida de imagen y de credibilidad de este sector.
Otro de los grandes derrotados fue el Partido Comunista de Santiago Carrillo, que ya venía arrastrando su crisis desde las elecciones pasadas, y que ahora la remató con un descenso de 23 a 4 diputados. En un proceso muy similar al francés, el eurocomunismo español también demostró su incapacidad de competir con una social democracia que le pisa los pies en cuanto a propuestas programáticas--visto en términos generales, no había diferencias muy marcadas entre la política del PC y la del PSOE--y que en cambio lleva un ritmo mucho más dinámico y está libre del tabú que pesa sobre el comunismo.
Tanto en Francia como en España, un factor internacional obró en forma definitiva para el hundimiento de los PCs: el acelerado desprestigio de la Unión Soviética, centro al cual siguen indirectamente ligados y con el cual son claramente identificados. La invasión de Afganistán y la dura represión en Polonia no pasaron desapercibidas ante los ojos de los españoles, que le cobraron esta cuenta a Carrillo. Elemento no menos importante fueron los enfrentamientos internos y las divisiones sucesivas en el propio partido español, que ocasionaron una considerable pérdida de militantes.
No sólo derrotada, sino directamente desaparecida quedó la ultraderecha. Ni el cavernario Blas Piñar ni el golpista Tejero salieron elegidos, lo cual constituye la prueba más clara de que los españoles le huyeron a la extrema derecha, que a pesar de sus golpes aparatosos no logró ni el 1% de las simpatías.
Si se toman estos resultados electorales como muestra del decantamiento del proceso de apertura democrática, puede decirse que en medio de la pluralidad innumerable de partidos nacionales y regionales--se dice que el español medio era incapaz de mencionar todos los que se presentaron- la clara imposición del PSOE y de la Alianza Popular despeja el panorama y lo estabiliza, al menos por el momento, en una pugna bipartidista. El fortalecimiento de estos dos partidos y el correlativo debilitamiento de los demás, más que como una división de los españoles en derecha e izquierda, debe verse como una confluencia de derecha e izquierda en dos variantes de centro.
¿GOLPE A LA CHILENA?
Varios periodistas, comprensiblemente impresionados por la paranoia golpista que se respiraba en vísperas de las elecciones, hablaron de la posibilidad de que en España se viviera un proceso similar al que siguió al triunfo de Allende en Chile. Entre ellos Enrique Santos, en sus crónicas para "El Tiempo", una de las cuales empezaba diciendo que sólo había sentido una atmósfera similar en el 71 en Chile.
El temor al golpe estaba absolutamente fundamentado, no sólo por las dos intentonas recientes, sino también por la aparente pasividad con que las jerarquias militares les hicieron frente.
Sin embargo, un dia después de las elecciones las perspectivas golpistas se veían remotas. Por un lado, el triunfo del PSOE fue tan aplastante que no daba lugar a preocupaciones por la inestabilidad del futuro gobierno, y por otro la derecha que demostró ser más fuerte fue la moderada, que ganó suficientes escaños como para actuar desde la oposición parlamentaria y sin necesidad de recurrir al golpe.
El paralelo con Chile parece, además, infundado desde cualquier otro ángulo que se lo mire. En primer lugar el partido de Allende se vio obligado a compartir estrechamente el gobierno con el Partido Comunista de su país, en segundo lugar la ultraizquierda en Chile --en particular el MIR--era una fuerza poderosa, y por último la situación que bullía en casi todo el resto de América Latina era la de explosión inminente de conflictos sociales. Ninguno de estos factores amenaza en forma inmediata a Felipe González, que podrá gobernar cómodamente solo, que tiene como opositor en la ultraizquierda a una ETA que, como dicen los mismos españoles, "se ha quedado sin vascos", y que cuenta con una situación de relativa estabilidad social a nivel nacional y continental. Además Allende significaba para los chilenos la transformación radical, el cambio de 180 grados. Felipe, para los españoles más que cambio significa estabilidad, más que conmoción, tranquilidad.
Todo parece indicar que quien se anime a desafiar, con un golpe, la voluntad tan nítidamente expresada por la inmensa mayoría de los espagloles, puede quedar definitivamente aislado.
Otro factor fundamental de equilibrio en España es la presencia del rey, que ha sabido colocarse como árbitro supremo por encima de todos los partidos sin comprometerse con ninguno y que, como máxima figura del Ejército, ha logrado actuar como mediador entre éste y los estamentos civiles. La vocación democrática del rey ha salido limpia de pruebas duras, como el golpe de Tejero y Milans del Bosch, el cual repudió y denunció con energía. Así como su padre, don Juan de Borbón, fue durante la época del franquismo el gran ideólogo de la democratización, hoy el rey Juan Carlos, ese poder detrás del poder, es la última carta de garantía de la conservación de esa democracia. No de otra manera puede entenderse que la monarquía sea no sólo tolerada, sino aun vista con buenos ojos, por un pueblo de espiritu tan hondamente republicano como el español.
LO QUE VENDRA
Que el PSOE se fortalezca en el gobierno, o que por el contrario se deteriore dando cabida al fortalecimiento de Alianza Popular desde la oposición, dependerá fundamentalmente de su capacidad para sortear los cuatro grandes problemas que atenazan al país. El de los sectores golpistas que se pavonean impunemente en el ejército; la presión candente de las nacionalidades vasca y catalana que pugnan por su independencia; el flagelo de una desocupación que es la más alta de Europa, y la amenaza de una recesión económica que no da tregua. El panorama no se ve fácil ni halagador, pese al enérgico optimismo que despide la figura del nuevo presidente.
Por ahora hay euforia y confianza, y prima el sentimiento de que el triunfo del PSOE significa un paso decisivo en el desmonte del franquismo. Para los españoles que celebraron los resultados electorales la noche del jueves 28, la victoria, en últimas, era la de la nueva "España de la rabia y de la idea" de que hablara el poeta Machado, en contra de la otra, de la vieja "España inferior que ora y embiste cuando se digna usar de la cabeza". -