Especiales Semana

!BASTA YA!

Lo que todos los colombianos se preguntan es ¿Comó pudimos haber llegado a esto?

8 de junio de 1992

CUANDO MATARON A RODRIGO LARA BOnilla la redacción de SEMANA escogió como título de caratula" Muerte anunciada". Cuando asesinaron a Guillermo Cano el encabezado fue " !De pie! . Cuando le llegó el turno a Jaime Pardo Leal el título fue "Al país se lo llevó el diablo" . Y cuando José Antequera cayó y Ernesto Samper fue herido las palabras escogidas fueron "¡Carajo, no más!". El viernes 18 de agosto, a las 11:30 de la noche, cuando tocaba tomar la decisión sobre el encabezado de la carátula del asesinato de Luis Carlos Galán los mismos periodistas no pudieron encontrar palabras. Había un sentimiento de frustración que no se podía expresar. Por lo tanto, se decidió publicar sobre la foto del líder desaparecido su nombre y las fechas de su nacimiento y muerte.
Pero en medio de esta revisión de carátulas llamó la atención algo que, si bien era obvio, no por ello resultaba menos dramático. Habían transcurrido cinco años desde el asesinato de Rodrigo Lara, el 30 de abril de 1984. Probablemente los cinco años que más han cambiado la faz del país. Y, sin ombargo, aunque ya nada era lo mismo, un factor había permanecido inmutable. Los cinco magnicidios habían sido atribuidos por la justicia colombiana a las mismas personas:"Los Extraditables .
Para los organismos de seguridad colombianos, esos extraditables tienen nombre propio: Pablo Escobar Gaviria y Gonzalo Rodríguez Gacha. Pero tal vez tan impresionante como los cinco magnicidios en cinco años es que en las dos primeras semanas de agosto, hasta la muerte de Galán, el mismo grupo ha sido señalado por las autoridades como el responsable de cuatro asesinatos: el de la juez María Elena Díaz, el del magistrado Carlos Valencia, el del comandante de la Policía de Antioquia, coronel Valdemar Quintero, y el del propio Galán. Todas estas personas, de una u otra forma, estaban desempeñando papeles protagónicos en la lucha contra el narcotráfico. Esto sin mencionar que en esa misma quincena había ya fracasado un intento de matar a Galán en Medellín, un juez había tenido que salir del país y la justicia en pleno había presentado su renuncia. Si se tiene en cuenta que en la guerra de las esmeraldas del mes anterior había habido otra media docena de sangrientos episodios, como el asesinato de la "reina de la coca", el tiroteo de Altos del Portal, el atentado al alcalde de Chía, el asesinato del sobrino de Víctor Carranza y los carrobomba a tecnicas y el de la calle 94 en Bogotá, esto significaría que en Colombia existe en la actualidad una persona o un pequeño grupo de personas que están dictando sentencias de muerte a rázón de dos por semana. Y si este promedio de crímenes suena alto, va más en ascenso que en descenso, ya que en la semana pasada fueron tres, incluyendo dos en un mismo día, de los cuales el último fue el asesinato de Luis Carlos Galán. Es difícil asimilar que una sola organización pueda tener la capacidad logística y la sangre fría para ubicar, rastrear y ejecutar a un ciudadano cada tres días. Más aún si se trata de personas generalmente con escolta, en algunos casos, como el de Galán, con más de 20 guardaespaldas. Más que la audacia sorprende en ocasiones la capacidad de respuesta. EI alcalde de Chía, Orlando Gaitán Mahecha, dio unas declaraciones por televisión a las 7:30 p.m. contra Gonzalo Rodríguez Gacha y en menos de 12 horas fue abaleado en la autopista norte en Bogotá. El magistrado Carlos Valencia firmó después de almuerzo, el pasado miércoles, un fallo contra Rodríguez Gacha y a las 6:30 p.m. de ese mismo día moría, después de haber recibido varios tiros en una céntrica calle de Bogotá. Era el miembro número 41 de la rama judicial asesinado en virtud de su participación en instancias jurídicas relacionadas con la represión al narcotráfico y su secuela paramilitar.
Los organismos de seguridad coinciden en que en estas dos actividades las decisiones son de los jefes, a quienes en ese mundo todos no sólo respetan sino temen. Y los dos jefes nacionales han sido identificados por los investigadores oficiales como Pablo Escobar y Gonzalo Rodríguez Gacha.
Pero si la cifra de 41 jueces impresiona, qué decir de los casi 800 militantes de la Unión Patriótica que han caído en los últimos cuatro años de guerra sucia. Fuentes del alto gobierno consultadas por SEMANA afirman que la información recogida a lo largo de este período permite concluir que la casi totalidad de estos crímenes políticos han sido inspirados y concebidos por el brazo armado del cartel de Medellín, encabezado por Rodríguez Gacha. En su cruzada a muerte contra el comunismo, cuyo propósito final es eliminar a las Farc, ha sido respaldado por hacendados no narcotraficantes de todo el país que han sido víctimas de años y años de boleteo, secuestro y extorsión por parte de la subversión.
El mayor número de homicidios atribuidos a una persona en los últimos tiempos fue a un personaje costeño del contrabando y la marimba, llamado Tin Sánchez, a quien en una vida dedicada a desafiar a la ley se le contabilizaron 78. En la guerra que la mafia le ha declarado al país cualquier cálculo por conservador que sea, supera el millar.

LAS ETAPAS DE LA GUERRA
Aunque la guerra lleva cinco años ha cambiado de naturaleza. Antes para los narcotraficantes era una guerra de autodefensa que pretendía evitar su extradición. Ganada esa batalla, al de rrumbarse en diciembre de 86 el Tratado de Extradición, la mafia enfiló sus baterías hacia una campaña de intimidación destinada a dejar en claro que si no iban a caer en manos de la justicia gringá, tampoco iban a caer en manos de la justicia colombiana. Esta segunda batalla, sin embargo la ganaron a medias. Porque si bien muchos jueces, oficiales y suboficiales, lo mismo que funcionarios de la rama ejecutiva, se entregaron por las amenazas o los millones, otros más surgieron como verdaderos héroes y le pusieron el pecho al problema que significaba impartir justicia en una lucha desigual.
Ante la imposibilidad de una victoria total la mafia decidió pasar a una tercera fase de su guerra: la desestabilización. Como las cabezas del narcotráfico no lograron intimidar a todo el mundo, abrieron fuego en una forma cada vez más indiscriminada, ya no sólo en contra de los encargados de reprimir su actividad sino en contra de toda la sociedad. Para muchos esta etapa se inició con el secuestro del entonces candidato de la oposición conservadora, Andrés Pastrana, y el asesinato del procurador, Carlos Mauro Hoyos. Pero no se ha detenido. Todo lo contrario. Cada vez ha ido aumentando y haciéndose menos selectiva y más sangrienta.
En esta fase pasó a desempeñar un papel preponderante la cruzada anticomunista, en la cual se pasó del asesinato individual de dirigentes de izquierda al exterminio masivo de campesinos sindicalizados y, como en el caso de La Rochela, de investigadores judiciales.

EL SUEÑO FRUSTRADO
La acelerada agudización de esta guerra se podría explicar también como un acto de desesperación. A pesar de que en el país se ha vuelto un lugar común afirmar que el Gobierno no ha hecho nada contra el narcotráfico, lo cierto es que, si se mira desprevenidamente y sin desconocer las grandes limitaciones que han acompañado su acción, el gobierno del presidente Virgilio Barco ha venido golpeando a la mafia, especialmente en el campo de la actividad misma del narcotráfico.
Sin duda alguna uno de los móviles del asesinato del comandante de la policía de Antioquia, el coronel Quintero fue el hecho de que encabezó las operaciones que, en el último mes, permitieron desmantelar numerosos laboratorios en el Magdalena Medio antioqueño y decomisar cerca de 10 toneladas de cocaína. Aunque una de las grandes limitaciones de la lucha contra la droga ha sido el nivel de infiltración de la mafia en las Fuerzas Armadas y sus cuerpos de inteligencia, lo cierto es que en ese campo el Gobierno ha logrado algunos avances. En los últimos tres años 1.700 oficiales de distintos rangos han sido retirados del servicio por su sospechosa o probada vinculación con la mafia. Adicionalmente, y por primera vez desde que aparecieron en el escenario nacional, los grupos paramilitares han sido, aunque en forma insuficiente, golpeados en su infraestructura. La captura de Luis Alfredo Baquero, el temible "Vladimir", la semana pasada,
es señal de que algo se está haciendo en este terreno.
Pero todo lo anterior no explica: integralmente la violenta respuesta de mafia. No menos significativo es el hecho de que así como la situación no parece tener salida para el sistema, tampoco parece tener salida para ellos. Hace cinco años sus vidas tenían una perspectiva. En 1982 financian a políticos y hacían política, publicaban periódicos y salían a la plaza pública. Pablo Escobar era "padre de patria" y sus obras cívicas eran vitos con buenos ojos. Carlos Lehder hablaba una hora de corrido con Yaid Amat en "Caracol 6 a.m. 9 a.m.".
Inclusive se ha rumorado que en el banquete de celebración del triunfo Felipe González estaba Pablo Escobar. Gran parte de la burguesía nacional buscaba sacarles tajada prestándoles servicios o vendiéndoles lo que fuera. El modelo para ellos parecia ser el del viejo Joseph Kennedy, quien al inicio de su carrera fue acusado por todo el mundo de contrabandista de licor en la época de la prohibición, pero cuyo dinero se impuso a la targa. Y se impuso tanto que sus hijos se convirtieron en la primera familia de Estados Unidos. Como se han hecho muchos paralelos entre la prohibición del licor en los años 20 y la de la droga en los 80, la comparación no era una locura. Bastaba demostrar la importancia en la lucha por erradicar el mal, legalizar el producto y blanquear los capitales.
Algunas de estas pre misas se cumplieron, la lucha contra el tráfico y el consumo de estupefacientes ha sido la mayor frustración del mundo en la última década. Ni el poderío de Estados Unidos, ni las medidas policivas, ni las campañas educativas han logrado hacer la menor mella en la creciente consolidación del negocio. Por eso mismo no sería absurdo pensar que, si en estos últimos años no hublera corrido tanta sangre, a estas alturas la comunidad internacional estuviera estudiando seriamente alguna forma de convivencia con ese negocio.
Y tal vez es por culpa de eso que el sueño de los narcotraficantes nunca se cumplió y su vida se volvió una pesadilla. Hoy en día, y a pesar de sus millones, su existencia parece no tener futuro. Perseguidos, no sólo por las autoridades colombianas sino por la Interpol, Scotland Yard, la DEA, la CIA, la KGB y hasta la Policía Montada del Canadá, no tienen ninguna posibilidad, en el resto de sus días, de volver a la rutina de una vida normal. Actividades tan cotidianas como ir a un restaurante o al cine posiblemente no las verán en el resto de su existencia. En el momento en que son identificados, sus hijos no son aceptados en ningún colegio.

En otras palabras, se han convertido en fieras acorraladas que no tienen sino instinto de supervivencia y nada que perder. Mil millones de dólares puede parecer mucho dinero. Pero si sólo sirven para tener que cambiar de casa cada semana y vivir en la selva rodeado de guardaespaldas, walkie talkies y Toyotas, la vida no vale nada.
Y esa es la principal explicación de la guerra total que han declarado. Su único propósito es la desestabilización total del sistema y de la sociedad para presionar el cambio de las reglas del juego frente a ellos. No saben exactamente lo que buscan. Puede ser el diálogo, una legalización, una amnistía, una tregua o simplemente la indiferencia. Cualquier cosa con tal que sea indiferente a lo que tienen hoy. Es ahí donde comenzó el círculo vicioso que está acabando con Colombia. En busca de los objetivos mencionados el cartel de Medellín no ha hecho otra cosa que aumentar su escalada de terror. La sociedad, que posiblemente en otras circunstancias habría estado dispuesta a darles una oportunidad a los narcotraficantes, se ha visto obligada a cerrarles todas las puertas. Y en esta medición de fuerzas han entregado sus vidas algunos de los colombianos más ilustres del final de este siglo y miles de inocentes anónimos. Ahora acaba de sumarse a esa lista quien era tal vez la mayor esperanza de Colombia al acercarse el año 2000: Luis Carlos Galán Sarmiento.

EL RUBICON
Pero en toda esta historia, ¿cuándo llegó el punto de no retorno? Sin duda el 30 de abril de 1984, cuando asesinaron a Rodrigo Lara Bonilla. Al igual que Somoza con el asesinato de Chamorro y Marcos con el de Aquino la eliminación de quien simbolizaba la lucha contra ellos se volvió el comienzo del fin. Ahí empezó la clandestinidad, luego la sed de venganza y, finalmente, la guerra total.
Algunas veces la intimidación parece darles un éxito momentáneo. Han logrado neutralizar la acción de la justicia, infiltrar a las Fuerzas Armadas, evitar la extradición y aterrorizar a la población. Todo esto ha producido una sensación de impotencia que ha impulsado a muchos a pensar que ha llegado el momento de tirar la toalla. Esto era lo que se estaba sintiendo en Colombia en la mañana del viernes 18 de agosto, cuando se conoció el asesinato del comandante de la Policía de Antioquia. Treinta y seis horas antes había muerto un magistrado del Tribunal de Bogotá, y esto había estado a punto de producir un hecho sin precedentes en la historia del mundo: la renuncia colectiva de todos los funcionarios de la rama judicial. Y esto para no mencionar el bochornoso episodio en la velación del cadáver de Valencia en el que, ante las protestas de la viuda y demás deudos, los ministros de Justicia y Gobierno y el procurador debieron abandonar el recinto.
En esa misma semana dos jueces habían renunciado ya por amenazas contra su vida y la de sus familiares. En ese ambiente de desconcierto el alcalde de Medellín, Juan Gómez Martínez, propuso la mano tendida en lugar del pulso firme: dialogar con los narcotraficantes. En ese momento su propuesta dividió a la opinión. Aunque muchos lo consideraron audaz otros opinaron que sus declaraciones eran una locura.
Con el asesinato de Galán aspiraban a unificar a la opinión pública a favor de un replanteamiento. Pasó exactamente lo contrario. La opinión pública sí se unificó, pero no a favor de claudicar sino de seguir luchando, al costo de sangre que esto implique. La frase que Luis Carlos Galán convirtiera en su eslogan más combativo ha adquirido una dramática vigencia: "Ni un paso atrás, siempre adelante, y lo que sea menester, quesea".
ASI LO VIVI
"POCAS VECES RECUERDO una manifestación con tanto entusiasmo. Ese día Luis Carlos estaba eufórico. La encuesta de El Tiempo, en la cual liquidaba a todos sus adversarios, había aparecido el día anterior. El siempre había sido optimista, pero por primera vez estaba seguro de que iba a ganar. La carretera para entrar a Soacha estaba repleta y la camioneta que lo transportaba apenas podía avanzar.
El ánimo era especialmente festivo. Tanto, que cuando llegó lo bajaron en hombros casi que hasta la tarima. El, Germán Vargas y yo llegamos de primeros, pero cuatro guardaespaldas subieron antes para chequear que no hubiera nada sospechoso. Entonces le señalaron que podrián seguir. Lo hizo y apenas alcanzó a caminar algunos pasos cuando levantó el brazo derecho haciendo el ademán tipico con el que iniciaba todas sus presentaciones en la plaza pública.
En ese momento sonaron tres ráfagas de ametralladora. Yo estaba tres metros detrás de él y lo vi caer al tiempo con el animador de la manifestación, quien era el único que estaba sobre la tarima cuando llegamos. Mi primera reacción fue empujar a Germán Vargas, que estaba detrás de mí y después me lancé al piso. Ahí arrancó la verdadera balacera.
Fue algo surrealista y es incréíble lo que duró. Disparaban los guardaespaldas de Luis Carlos, la Policía y dicen que hasta francotiradores apostados en los techos. Miles de personas estaban botadas en el piso, mientras el traqueteo de las ametralladoras continuaba. Cuando volteé a mirar reconocí a Luis Carlos, caído en la tarima, por el color de su vestido. Uno de los guardaespaldas lo estaba protegiendo con su cuerpo. Entonces me acerqué y le dije al escolta que consiguiera un vehículo para llevarlo al hospital. Con tres guardaespaldas lo levantamos. El tenía los ojos abiertos y estaba consciente, aunque no hablaba. Yo le dije "tranquilo Luis Carlos" mientras lo bajábamos de la tarima, seguro de que se salvaria. Pasamos por encima de los cuerpos de la gente que había caido y alcancé a ver a algunos heridos inmóviles. Con dificultad recorrimos los 15 metros que nos separaban de un automóvil blindado, del cual casi no podia abrir la puerta. Dos de los escoltas dieron la vuelta y uno de ellos se sentó en la parte trasera con la ametralladora terciada, mirando al rededor. Yo,que estaba luchando para ubicarlo en el asiento, le grité que me ayudara. Finalmente lo haló y Luis Carlos quedó en el piso. El otro guardaespaldas que estaba detrás de mí se subió arrodillado en el asiento trasero y me retiró. Poco antes de que el vehiculo arrancara lo vi por última vez. Esa mirada no se me va a olvidar nunca".

¿SE PODIA SALVAR GALAN?
MUCHOS COLOMBIANOS SE SIguen haciendo esta pregunta. Sin embargo varios médicos consultados por SEMANA aseguraron que la supervivencia, en un caso como el suyo, habría sido un verdadero milagro por varias razones:
.Aun cuando Galán sólo presentaba tres heridas, de bala, una en el abdomen, otra en la ingle y otra en el costado derecho, estas comprometieron la aorta.
.Cuando la arteria aorta se rompe, produce hemorragia. Esta arteria es la que mueve toda la sangre del organismo. La presión revienta todo lo que está al lado y el abdomen no tiene capacidad para retener la sangre. En menos de cinco minutos la persona se desangra.
.Los médicos calculan que el senador Galán perdió en la misma plaza de Soacha por lo menos cuatro litros de sangre. Una persona tiene normalmente entre cinco y seis. Una hemorragia de tal magnitud hace que la persona pierda los reflejos y entre en un shock hipovolémico. Por esto cuando Galán es introducido al carro ya se ve totalmente exánime, sin reflejos.
.En estas circunstancias, aun cuando en el hospital de Bosa se hubiera contado con los equipos de estimulación cardíaca y con suficiente cantidad de sangre O negativo, no era seguro que hubiera sobrevivido. El traslado de Bosa a la Caja Nacional, con desviación al Hospital de Kennedy, por el grave estado de su salud, respondió a las buenas intenciones de sus acompañantes, quienes desconocían la seriedad de las heridas, pues la hemorragia masiva era interna.
Los médicos Alonso Ojeda de urgencias del Seguro Social, y Oswaldo Ceballos, del Hospital de Kennedy, aseguran que aun cuando el atentado hubiera sido en las propias puertas de un hospital con todas las de la ley, las posibilidades de que Galán hubiera sobrevivido eran muy remotas.