Especiales Semana

BIENVENIDO AL ASFALTO

Samper siempre ha dicho que lo mejor de ser presidente es que se puede llegara ser ex presidente. Ahora se enfrenta a esa realidad.

10 de agosto de 1998

Nunca se sabrá cómo habría sido un gobierno de Ernesto Samper si no se hubiera interferido la línea telefónica de Alberto Giraldo. Tenía todas las condiciones para haber realizado grandes cosas. Como estudiante fue el primero de la clase. Como político fue fenómeno precoz. Siempre ha sido considerado una persona arrolladora con grandes dotes de liderazgo. Pertenece a una familia ilustre que durante generaciones se ha distinguido por la austeridad. Su hermano Daniel fue el símbolo de la lucha contra la corrupción para toda una generación. Todas estas características hacían prever un destino diferente al que le tocó. Es posible que los historiadores juzguen su gestión con más benevolencia que sus contemporáneos. Estos últimos jamás pudieron separar la gestión de Samper de los hechos que rodearon la financiación de su campaña. El Presidente saliente tiene un extraordinario sentido del humor, el cual le ha servido mucho en privado y le ha hecho mucho daño en público. Para quienes lo conocen Samper siempre ha sido el mejor conversador del mundo e invariablemente el rey de la fiesta. Pero la percepción pública de esa chispa ha sido más bien la de que es un cínico, mamador de gallo a quien todo le importa muy poco. En medio de esa informalidad que irradia, Ernesto Samper fue un presidente estudioso, que hacía la tarea y dominaba los temas. Todas estas horas de trabajo pasaron a segundo plano frente a los cuatro años de permanente crisis. La última palabra sobre su propia responsabilidad en esta crisis aún no está dicha. En este momento los congresistas que lo absolvieron son investigados por la Corte Suprema de Justicia. Esto no es más que un nuevo juicio indirecto al primer mandatario. La campaña que lo llevó a la Presidencia en 1994 es tal vez el hecho más indigno de la historia política de este siglo. Fue una campaña particularmente hipócrita: por un lado se promulgaban códigos de ética, se designaba un fiscal moral y se expulsaba del partido a dos parlamentarios por asistir a una reunión política de Evaristo Porras, un presunto narcotraficante. Por el otro se recibían miles de millones de pesos de los más poderosos carteles del país. Con esa plata los narcos pretendían un tratamiento benigno en el sometimiento masivo a la justicia que estaban preparando. Cerca de 100 narcotraficantes pensaban entregarse tan pronto se posesionara el nuevo presidente. Sin embargo, aunque esto como propósito suene aceptable, el procedimiento era a todas luces un soborno. Hoy ya nadie discute si todo eso sucedió. El meollo del asunto en estos cuatro años giró alrededor del papel del Presidente en este asunto. El se defendió afirmando que todo se hizo a sus espaldas. En otras palabras, que hubo una conspiración entre los directivos de su campaña y varios pesos pesados del Congreso para elegirlo con plata de la mafia sin que él se enterara. Para muchos esta versión requeriría que Ernesto Samper fuera bruto, ingenuo y manipulable, atributos que no salieron a flote durante estos cuatro años de gobierno. La mayoría de sus compatriotas tienden a creerle a los narcocasetes. En estos queda claro que Samper tomó la decisión de no dejarse hablar del tema. "Hagan lo que quieran mientras yo no me entere", es la frase que resume lo que los colombianos creen que pasó. Penalmente esto no era suficiente para condenarlo. Pero políticamente sí. El juicio que debió ser político pretendió ser jurídico. En este ámbito nunca apareció la prueba reina. Después de su absolución el Presidente pudo haber renunciado y estuvo a punto de hacerlo. No lo hizo por defender la honra de su familia. De lo que no hay duda es de que quedándose no le fue bien. Su mantenimiento en el poder contra viento y marea acabó haciéndole mucho daño. Enfrentó enormes problemas de gobernabilidad y credibilidad. La administración Samper ha sido la única en la cual en ciertos momentos lo difícil no era encontrar un buen ministro sino que éste aceptara. A pesar de ese y otros múltiples obstáculos su gran destreza política le permitió cumplir con su promesa de que gobernaría hasta el 7 de agosto. Muchos se preguntan qué será de Ernesto Samper cuando salga de la Casa de Nariño. Algunos especulan que enfrentará problemas jurídicos y ostracismo social y político una vez pierda el poder. Nada de esto va a suceder. Las posibilidades de reabrir su proceso en Colombia son muy remotas. Las de que se lo abra Estados Unidos lo son aún más. En cuanto a su futuro social y político hay que tener en cuenta que el grado de impopularidad entre sus adversarios es exactamente igual a la popularidad que disfruta entre sus allegados. Su calidez humana y su simpatía lo han dejado rodeado de amigos incondicionales, que son muchos y cuyo afecto raya en el fanatismo. Y políticamente Samper como ex presidente a los 48 años tendrá corriente propia y jugará un papel importante mientras quiera.