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Gran optimismo y exceso de expectativas el día de la posesión de César Gaviria

10 de septiembre de 1990

Fue más el sol que el agua. Pero, cada media hora pasaba por sobre el escenario una ola de frío y una leve llovizna que obligaba a los asistentes a abrir los centenares de paraguas negros dispuestos para la ocasión.
Sin embargo, la amenaza de lluvia nunca opacó la imponente ceremonia del Patio Núñez del Capitolio Nacional, en donde prestaba juramento como nuevo presidente de Colombia, el economista César Gaviria Trujillo, el presidente elegido más joven de la historia.

Por primera vez el cambio de guardia en el poder, que siempre tenía lugar en recinto cerrado, en el Salón Elíptico del Capitolio Nacional, se realizaba ahora al aire libre. El Patio Núñez, en la parte de atrás del Capitolio, es la antesala de una espléndida explanada rodeada de jardines y fuentes luminosas que conduce a la Casade Nariño. Fue una ceremonia diferente y puntual. Allí, entre las columnas del edificio del Congreso, varios jefes de Estado extranjeros, el vicepresidente de los Estados Unidos, cancilleres y delegaciones de casi un centenar de naciones invitadas, los expresidentes colombianos y unos dos mil invitados, escucharon el discurso de posesión de Gaviria en el que les anunció a sus compatriotas los proyectos que tiene en mente para modernizar a la sociedad colombiana.

Aparte de la novedad que despertaban los recién nombrados ministros, que se hallaban sentados sin mayor pompa entre el grueso de los asistentes, y las pilatunas de Simón y María Paz entre el carro presidencial, en el palco y ante las cámaras, la ceremonia se desenvolvió sobriamente. La mención que Gaviria hizo varias veces de Luis Carlos Galán, no solo levantó los aplausos cerrados de los invitados, sino que hizo más evidente la presencia conmovedora de los padres, la viuda y los hijos de Galán que siguieron atentos todos los detalles de la ceremonia.

Para el nuevo presidente la jornada fue larga y agotadora. A las seis de la mañana ya estaba levantado en su apartamento del norte de Bogotá, sometiéndose a treinta minutos de fisioterapia en el pie que tiene lesionado y que lo ha obligado a usar muletas y bastón. Luego, a las siete de la mañana, se trasladó al edificio del Banco Ganadero en donde desayunó huevos pericos y arepa, con los presidentes de Ecuador, Argentina, Venezuela, Haití y los cancilleres de Perú y Bolivia, que asistían a la transmisión del mando. En seguida regresó a su apartamento y despachó algunos asuntos rápidamente con sus asesores. Una vez más, hacia las once de la mañana, volvió al Banco Ganadero, esta vez para su entrevista con el vicepresidente de los Estados Unidos, Dan Quayle, quien acababa de llegar a Bogotá en representación del presidente Bush. Terminada la entrevista retomó el camino hacia su casa. Entonces se puso el traje oscuro con el que habría de tomar posesión y, en compañía de su esposa Ana Milena y sus hijos Simón y María Paz, se trasladó al Palacio de San Carlos para un almuerzo rapido, liviano y privado.
Sin embargo, y a pesar de la cantidad de compromisos, Gaviria estuvo ese día particularmente tranquilo y de buen genio, contrario a los días anteriores cuando las jornadas de trabajo alrededor de la Constituyente y del discurso de posesión, lo habían dejado un poco tenso. Y tenía motivos para sentirse tranquilo. El gabinete que llegó a ser un pequeño dolor de cabeza 48 horas antes, había sido recibido muy bien en todos los medios y su gobierno arrancaba con un sólido acuerdo político.

En cuanto a la opinión pública, aunque tradicionalmente todo cambio de gobierno produce una ola de optimismo, este año estuvo más acentuada. Las cifras así lo indicaron, dos días después de la posesión, cuando El Tiempo, Caracol y el Centro Nacional de Consultoría publicaron su encuesta semanal dedicada a la popularidad del nuevo mandatario. La imagen positiva del Presidente, según el sondeo, es de 89.3%, lo que ni más ni menos significa uno de los capitales políticos más altos con que presidente alguno haya llegado al cargo. Tanto que hay quienes ven en semejante respaldo más una desventaja que una ventaja. "Tanto optimismo es más peligroso que alentador", le comentó a SEMANA un político que cree que siempre es más conveniente mejorar las bajas expectativas que arrancar con un punto tan alto, más aún cuando, como en el caso de Gaviria, se enfrenta a grandes retos y enormes amenazas.

Como sucede cada cuatro años, también esta vez el gobierno está en período de gracia y en plena luna de miel. Y como se sabe, durante la boda y la luna de miel la gente solo piensa en la champaña y el ponqué. Ahora sólo resta esperar. Porque ahora comienza el matrimonio.