Especiales Semana

Bodas de oro

Para celebrar sus primeros 50 años Ecopetrol lanza el libro ‘El petróleo en Colombia’. SEMANA publica en exclusiva el primer capítulo, ‘Ecopetrol, energía y valor de los colombianos’, escrito por su presidente Alberto Calderón Zuleta.

17 de septiembre de 2001

La derecha del camino que lleva a Mosul, hay una depresión de tierra negra, como si estuviera bajo una nube. Allí Dios hace surgir manantiales grandes y pequeños, que dan betún. A veces, uno de ellos lanza trozos, como en un hervor. Se construyen pilones en los que se recogen. En torno a estos manantiales hay un estanque negro en cuya superficie flota una espuma negra y ligera, que se desplaza hacia los bordes y que en ellos se cuaja como betún. Este producto tiene la apariencia de un lodo muy viscoso, liso, brillante, que desprende un olor fuerte. Hemos podido observar así con nuestros propios ojos una maravilla de la que habíamos oído hablar y cuya descripción nos había parecido sumamente extraordinaria”.

Ni Ibn Yubayr el viajero árabe que escribió este relato hace 800 años, ni los cronistas de Indias que consignaron el descubrimiento y la conquista de América, y contaron lo mismo, con otras palabras, tuvieron la oportunidad de conocer que las maravillas que se gestaban ante sus ojos tenían tras de sí una historia de por lo menos cien millones de años.

Los geólogos conocen ese momento de formación de la tierra como el cretácico, un período que debió durar alrededor de otros ochenta millones de años, durante el cual, entre muchos otros fenómenos, volcanes submarinos explotaron y sus igniciones generaron carbono que recalentó la atmósfera. Como resultado las aguas saladas y calientes de los océanos de entonces invadieron tierras secas y la materia orgánica quedó sepultada en un mar de agua con poco oxígeno.

Es en ese mar espeso, oscuro, pestilente, donde nació La Luna, la mayor roca generadora de petróleo en el norte de Suramérica, y una de las más grandes del mundo, sobre la cual descansa parte de la geografía de Colombia, Venezuela, Ecuador y Trinidad, haciendo que estos países formen parte del mapa petrolero mundial.

Así que en el cretácico y sus mares apestosos es, en el fondo, donde se encuentra el origen de las narraciones de los innumerables viajeros que vieron cómo de la tierra, en la Mesopotamia o en el Magdalena Medio, brotaba un líquido al que se le atribuían, entre otras, propiedades curativas y, podría decirse que ese mar es también, de manera indirecta, el responsable de que hoy estemos hablando de la Empresa Colombiana de Petróleos, de la cual celebramos este año su cincuentenario.

De lo que ha sido este medio siglo en sus principales hitos petroleros, trata este libro. Al plantearlo no se quiso hacer una historia exhaustiva y a fondo de esta Empresa, pero sí contar desde voces protagonistas los hechos fundamentales y algunas anécdotas que han marcado su desarrollo.

Cada uno de los autores fue elegido porque se tenía la certeza de que podía hablar con propiedad y conocimiento de los diversos aspectos de la industria petrolera nacional: desde su génesis y los retos que planteó al país la exploración y la producción tanto en lo técnico como en sus modelos de explotación y contratación, hasta el futuro inmediato proyectado en la producción de combustibles más limpios y la inclusión del mercado de gas natural, contemplado en el mundo como el energético de mayor importancia en los próximos decenios.

En sus palabras, el lector podrá conocer cuándo y dónde se hicieron los primeros descubrimientos de crudo en esta inmensa geografía colombiana, en la que juega un papel determinante la formación de las cordilleras, entre ellas la Oriental, que nació después del hundimiento de una gran región que luego se elevó en la cadena montañosa que conocemos con este nombre.

En el piedemonte oriental de esta cordillera están los grandes descubrimientos en asociación de los años ochenta y principios de los noventa como Caño Limón y Cusiana, y el más grande encontrado directamente por Ecopetrol en Apiay, con reservas de 200 millones de barriles, en una región que se encontraba hace unos 130 millones de años a dos mil metros sobre el mar. Y en su piedemonte occidental, con descubrimientos nuevos como el de Guando (Tolima), se abre un nuevo frente del futuro del país en materia exploratoria.

Naturaleza, intuición y mucho de temeridad tuvieron que mezclarse para que los primeros exploradores de principios del siglo pasado se aventuraran en las selvas colombianas en la búsqueda de ese aceite que poco a poco se fue convirtiendo en el energético que identificará para la posteridad a la humanidad del siglo XX y seguramente a buena parte del XXI.

A estos primeros colombianos que hicieron los descubrimientos iniciales —imposible no mencionar a José Joaquín Bohórquez, quien encontró los yacimientos que luego conformaron la Concesión De Mares— les siguieron generaciones de hombres y mujeres que continúan, cada vez con tecnologías más sofisticadas, la aventura de encontrar petróleo.

Con el correr de los años, ya no se trató sólo de lanzarse hacia territorios desconocidos, donde manaderos indicaban la presencia del hidrocarburo, sino también de arriesgarse a profundidades cada vez mayores en la búsqueda del aceite entrampado. El descubrimiento asociado de Cusiana, soñado por primera vez en los años 30 por el geólogo Rudolph Trumpy, pero que sólo fue posible de encontrar a seis kilómetros bajo tierra con la tecnología de finales del siglo XX, es una muestra de ello.

En este 2001, año en que Ecopetrol celebra sus cincuenta años de existencia, todavía subsisten dos de las 454 concesiones firmadas entre 1905 y 1974, Yalea y Tello. Y todavía suministran el 2 por ciento de la producción del país. Otro 18 por ciento es producido por Ecopetrol en sus campos de operación directa, 3 por ciento más en lo que llamamos pozos en prueba y el 77 por ciento restante mediante contratos de asociación. A esta última modalidad le abrieron paso, el 22 de septiembre de 1969, el presidente Carlos Lleras Restrepo y su ministro de Minas y Petróleo Carlos Gustavo Arrieta, cuando firmaron la ley 20.

Es decir que hace casi 32 años se abrió la puerta a este sistema que le ha permitido al país permanecer en los escenarios del mundo del petróleo, sin que sea una nación propiamente petrolera. Los cambios que se han dado en el contrato han estado direccionados en la búsqueda de relaciones equilibradas que permitan la explotación del recurso natural con beneficios para el país, pero también para el socio que se arriesga en este negocio marcado por la incertidumbre.

Pero el negocio petrolero es más que buscar, encontrar y extraer petróleo. A partir de este proceso, conocido como el upstream, la cadena continúa con el llamado downstream, es decir, transportar crudos y procesados, refinar combustibles y petroquímicos y comercializar.

Para asumir el ciclo en su totalidad nació el sábado 25 de agosto de 1951 la Empresa Colombiana de Petróleos. Cuando a la medianoche del viernes 24 retumbaron las campanas de las iglesias de Barrancabermeja y El Centro, las sirenas que habían anunciado durante treinta años las jornadas de los trabajadores de la Concesión De Mares y los pitos de los escasos vehículos que circulaban por aquellas tierras, se escribía la primera línea de una etapa del desarrollo industrial, económico, social y político del país.

El compromiso que asumía con Colombia y la integralidad con la cual se abordaba el negocio lo expresó ese primer 25 de agosto de Ecopetrol Luis Emilio Sardi Garcés, el primer gerente de la Empresa, cuando anunció los planes de la naciente industria: “Realizar un amplio programa de reposiciones, modernización, rehabilitación de instalaciones en los sitios de producción y en la refinería, para producir en forma eficiente y económica y poder abastecer el país con los productos refinados que el crecimiento nacional requiere”.

Para lograrlo tenía un capital de cien millones de pesos, un cálculo de reservas de la Concesión de 140 millones de barriles y una capacidad de producción en la refinería de 25 mil barriles día. Todo ello movido por una fuerza laboral de 2.700 trabajadores, que recibían en promedio un jornal de cinco pesos con treinta centavos por día.

“Tenemos fe en que el futuro de la Empresa y la forma como ella realice sus prospectos industriales confirme las esperanzas y justificadas expectativas que hoy abrigamos los colombianos”, dijo también aquel 25 de agosto Juan José Turbay, miembro de la primera junta directiva de Ecopetrol junto con Rafael Delgado Barreneche, Juan de Dios Ceballos, Manuel Carvajal y Mario Galán Gómez. Junta que de manera curiosa sesionó por primera vez en las instalaciones de un edificio construido por Coltabaco, a pesar de que en la industria petrolera es prohibido o restringido fumar.

Los prospectos industriales de los cuales hablaba Juan José Turbay se consolidaron en los años posteriores y tuvieron un gran impulso con el plan quinquenio trazado en 1964 por Mario Galán Gómez, como primer presidente de la Empresa. Hasta entonces el cargo de dirección se conocía como Gerencia. En 1967, con 90 por ciento del plan ejecutado, al hacer un balance de este programa que comprendió inversiones de 1.575 millones de pesos, Galán Gómez refirió sus principales logros: el ensanche de la refinería de Barrancabermeja, la integración de la petroquímica, el terminal de Cartagena, el oleoducto Caldas, el Campo Lisama y la diversificación de las exportaciones. De hecho, el terminal de Cartagena estaba destinado principalmente a la salida de combustóleo hacia los mercados internacionales.

La refinación se abría caminos. De los alambiques recibidos en 1951 en el corazón del Magdalena Medio se avanzaba hacia un complejo industrial que para finales de los sesenta contaba ya con plantas de aromáticos, polietileno, parafinas y lubricantes. En los 80 se agregaron una planta de etileno de cien mil toneladas, otra de turboexpander y una nueva planta de polietileno. En 1974 se había adquirido la refinería de Cartagena, cuya vocación ha estado centrada en la producción de combustibles.

En simultánea con la búsqueda incesante de nuevos yacimientos, primero bajo la forma de la concesión y luego la asociada, y el crecimiento de la refinación, redes de tubería se extendían por la geografía nacional para transportar crudos, combustibles o derivados. Venas que conforman hoy un circuito de 2.600 kilómetros de oleoductos que transportan crudos desde los campos del Putumayo, los Llanos Orientales, el valle inferior, medio o superior del Magdalena y un poco más de 3.958 kilómetros de poliductos que atraviesan el país para llevar combustibles y derivados hacia los centros de consumo y exportación.

Este sistema de irrigación del hidrocarburo puro o procesado es complementado con una infraestructura de tanques que permite almacenar veinte millones de barriles. Con salidas sobre los dos océanos, las facilidades del transporte de petróleo y derivados en Colombia le da hoy al país una ventaja competitiva importante a la hora de atraer inversión privada nacional o extranjera.

Ahora bien, no se puede hablar de petróleo sin mencionar a la comunidad que lo circunda. La explotación petrolera ha cambiado de manera definitiva la mirada sobre muchas regiones colombianas. Basta con decir que alrededor de campos petroleros se han desarrollado poblaciones enteras. Que los nombres de sus pozos han bautizado en algunas ocasiones las regiones o han servido de referencia para que puntos de la geografía hasta ahora desconocidos por la gran mayoría de los habitantes del país empiecen a ser nombrados.

Una manera mágica de existir, pero también una manera de recibir los beneficios que la industria genera en regalías, transferencias e impuestos hacia las regiones y también hacia el Estado. El petróleo no sólo tiene presencia en la macroeconomía sino significados reales en cerca de 300 municipios donde la riqueza que produce permite generar empleos, construir escuelas, brindar atención médica, consumir agua potable, abrir vías, capacitar en desarrollo comunitario, para citar sólo algunos hechos.

Una Ecopetrol construida además por todos sus trabajadores. Desde aquellos 2.700 iniciales que celebraron la reversión, hasta quienes integran su actual planta en el territorio nacional. Un papel fundamental ha sido el de la Unión Sindical Obrera, USO, nombre que asumió el sindicato en 1957, y cuya presencia en la Empresa repasa en sus páginas uno de los capítulos de este libro.

De estos y otros aspectos de esta industria compleja, arrolladora, apasionante, a la que tantas personas han dedicado sus días y sus noches, hablan los autores invitados para construir el libro que tiene en sus manos.

Como presidente de la Ecopetrol que este año llegó a su cincuentenario sólo me resta decir que el gran esfuerzo hecho en los escenarios internacionales para promocionar la alta prospectividad que tiene el país, tendrá resultados que deben reflejarse en un futuro sostenido o mejor aún que el vivido en estos últimos años en materia de producción petrolera.

En los próximos años Colombia vivirá una gran actividad exploratoria, producto entre otros de la cristalización de 45 contratos de asociación entre 2000 y mediados de 2001. Alguno o algunos de los siguientes nombres, Sirirí, Iskana, Macaguán, Niscota, Tame, Tierra Negra, Macuira y Acevedo, entre otros, está o están destinados a ser repetidos por los colombianos.

En las regiones que ellos cobijan duermen, desde el cretáceo, el petróleo y el gas destinados a ser descubiertos y extraídos para que Colombia conserve su condición autosuficiente. Alguno de ellos, al igual que antes Caño Limón o Cusiana, guarda las reservas suficientes para que al final de esta primera década del tercer milenio, el país tenga una producción entre los 800 mil y los 900 mil barriles día. Y en las aguas profundas del Caribe colombiano y en las profundidades de la cordillera Oriental, yacen también las reservas de gas natural que le permitirán al país ubicarse en la frontera del combustible del siglo XXI.

Del caldo denso que cubrió la tierra y su materia orgánica hace cien millones de años, dando origen de la formación La Luna, brotará el hidrocarburo que nos permite afirmar con certeza que habrá Ecopetrol para rato.