Especiales Semana

Bogotá, 470 años

El cumpleaños de Bogotá es una buena excusa para que sus habitantes, nacidos o no en la ciudad, se monten en la máquina del tiempo y celebren al compás de la verdadera cultura.

2 de agosto de 2008

Hace 470 años Bogotá era un poblado indio habitado por los zipas que comprendía lo que hoy se conoce como la zona centro. Hoy, la capital de Colombia, con siete millones de habitantes y una extensión de cerca de 1.587 kilómetros cuadrados a lo largo de la sabana, es considerada una de las ciudades más importantes de América Latina.

En 1538, un abogado español de espíritu aventurero se internó en una expedición por el río Magdalena hasta llegar a la región del oro y la plata. Su viaje lo aterrizó en los terrenos de un indio conocido como el Zipa, en una meseta sobre la cordillera de los Andes a 2.600 metros sobre el nivel del mar. En ese entonces Gonzalo Jiménez de Quesada jamás imaginó que había encontrado la cuna donde nacería una ciudad que evolucionó hasta convertirse en el epicentro de la economía nacional con un desarrollo constante y una belleza inagotable.

Jiménez de Quesada colonizó el terreno, se instaló al sur de una inmensa sabana y fundó la ciudad el 6 de agosto de ese año, a los pies de los cerros de Monserrate y Guadalupe. El poblado de los zipas se llamaba Bacatá o Bocotá, y con los años se convirtió en Bogotá.

Desde entonces, los pobladores se empeñaron en crecer y comenzaron a cumplir el sueño. La cultura se fue nutriendo de las costumbres, los acentos, las personalidades de sus habitantes, la comida y todos los símbolos típicos de la región. Su evolución fue tan acelerada y acertada, que se convirtió en la ciudad más importante de Colombia y comenzó a recibir inmigrantes que ensancharon sus fronteras y alimentaron su desarrollo.

Aunque los aportes de esas culturas periféricas han intentado opacar la verdadera esencia bogotana, la ciudad conserva elementos típicos que tienen su raíz en el pasado. Su cultura se nutre del ayer, pero se fortalece en el presente, porque es en ella donde se fundamenta el Amor por Bogotá. El concepto, implementado por la actual Administración, se refiere al sentido de pertenencia por la estructura física y social de la ciudad, y por la corresponsabilidad entre la ciudadanía y sus instituciones. En otras palabras, habla de las responsabilidades y los deberes de los bogotanos.

Para amar la ciudad hay que conocerla, ver desde otra perspectiva los beneficios que ofrece y contagiarse de su belleza. Pero, sobre todo, leerla, caminar por sus ligeras curvas, extender los sentidos y dejarse llevar por su talento.

El potencial de la capital va desde su ubicación geoestratégica hasta su posicionamiento industrial, comercial, político, económico y turístico. Cualidades que han facilitado su desarrollo.

Fue la primera ciudad en crear un sistema de transporte masivo, el tranvía, que luego se extendería a todo el país; la primera en mejorar los procesos de suministro de servicios básicos como el agua, y la cuna del primer medio impreso del país: El papel periódico de la ciudad de Santafé.

Desde el tiempo del ruido (un antiguo dicho bogotano que nació por un estruendo ensordecedor que duró media hora y que despertó a todo el mundo la noche del 9 de marzo de 1687), la cultura bogotana se ha ido tejiendo como una colorida colcha de retazos. A su gastronomía se han sumado ricos platos como el ajiaco, el arroz con leche, el postre de natas, el puchero santafereño, el sancocho de gallina y otras delicias capitalinas exportadas al resto del país.

Bogotá no sería nada sin estas muestras del gourmet regional. Tampoco sin las expediciones religiosas a Monserrate, donde la imagen del Señor Caído llegó por equivocación y no pudieron volver a bajarla porque al parecer era más pesada bajándola que subiéndola.

Otros paseos tradicionales e imperdibles de la capital son los del Parque Simón Bolívar, el Parque Nacional e incluso los cerros orientales. También las caminatas por las calles de La Candelaria, donde el corazón se contagia de historia, los ojos se alzan para admirar la arquitectura colonial de los edificios y las casas antiguas, y la boca se saborea con un canelazo bien caliente, un roscón con arequipe y un atardecer a la altura de la Quinta de Bolívar, donde pasó sus días el Libertador.

La vida cultural no es menos importante que la peregrinación callejera y gastronómica. Así lo demuestran los museos que conservan hilos de una sociedad cada vez más auténtica; el Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá, que cada dos años le da a la ciudad un despliegue de gestos, colores, montajes y talentos que revuelven los sentimientos humanos y los divinos; la Feria Internacional del Libro de Bogotá, que trae la gloria de las letras más sublimes de todo el mundo; Expoartesanías, que reúne objetos con huellas de la producción indígena, campesina, moderna y la moda, y las demás ferias que convierten a Bogotá en un epicentro de negocios en todas las ramas posibles.

Todas estas posibilidades hacen más fácil querer a la capital. No sólo por ser la sede política y económica de todo un país, también por ser el punto de encuentro de la cultura nacional y el escenario de innumerables expresiones artísticas que la hacen cada vez más atractiva.

Cómo no amar una ciudad que se ha construido con el trabajo de 470 años. Una ciudad que, al borde de los cinco siglos, le ha dado empleo, progreso y hogar a todo el que llega a vivir en ella. Una ciudad que conserva la chispa de emprendimiento que tuvieron sus primeros habitantes y que, a pesar de los problemas, sigue sobresaliendo en el país y en la región suramericana.

Cómo no amar una ciudad regada a los pies de los cerros orientales como un río que da de beber a todos sus habitantes, con destinos para todo tipo de propósitos, desde los turísticos hasta los comerciales. Cómo no amar la ciudad que caminamos día a día, que tiene los brazos abiertos para todo lo que le quieran dar, y las manos extendidas para regalar calidad de vida a todo el que quiera recibirla.

Amar a Bogotá es mucho más que vivir en ella; es respetar a los vecinos, no ensuciar las calles, conocer las normas de convivencia, creer en ella y, sobre todo, sacar la copa y brindar por sus propósitos, sus logros, sus soluciones, su camino a la eternidad y sus 470 años de vida.