Especiales Semana

Buena energía

Con la economía creciendo y el dólar bajando, las empresas eléctricas vieron repuntar sus ganancias el año pasado. Ahora el reto es atraer nuevas inversiones al sector.

24 de abril de 2005

En 2004 el mercado eléctrico en Colombia cumplió sus primeros 10 años de vida. Por fortuna esta vez la celebración no incluyó velas como las que alumbraron a los colombianos durante el apagón de comienzos de los 90. La crisis de ese entonces obligó al país a transformar las reglas del juego del sector eléctrico, que en el transcurso de una década presenció la llegada de inversionistas privados, soportó la peor recesión económica de la historia y comenzó a extender redes para comprar y vender energía a los países vecinos.

El balance de esta transformación es, en general, positivo. Las empresas más grandes del sector que, como Codensa o Emgesa, son fruto del viraje que sufrió el mercado eléctrico en esta década, terminaron 2004 con una situación financiera sólida. Incluso las compañías que tradicionalmente han aparecido en la lista negra de las que más pierden dinero en Colombia, como las electrificadoras de la Costa Atlántica, el año pasado lograron mejorar sus cifras. En conjunto, las 11 empresas del sector eléctrico que clasifican en la lista de las 100 más grandes del país pasaron de ganar 278.000 millones de pesos en 2003 a casi un billón de pesos en 2004. La mejoría se sintió a lo largo de toda la cadena, desde quienes producen energía hasta quienes la llevan a los usuarios finales.

Las empresas generadoras, en primer lugar, debieron atender una mayor demanda de energía. Esta aumentó 2,45 por ciento en 2004, gracias al consumo de la industria, uno de los sectores que jalonaron la economía colombiana el año pasado. La lluvia, por su parte, también ayudó. El nivel de los embalses, en donde se produce más del 80 por ciento de la electricidad del país, permitió atender la demanda sin dificultades y mantuvo los precios de la energía en niveles levemente inferiores a los de 2003. Todo esto se reflejó en mayores ingresos para compañías como EPM, Isagen o Emgesa, las tres más grandes en el negocio de generación eléctrica.

El otro empujón a las utilidades de estas empresas corrió por cuenta del precio del dólar, que cayó 14 por ciento el año pasado. Si para los exportadores el bajonazo en la tasa de cambio es un dolor de cabeza, para el sector eléctrico, fuertemente endeudado en dólares, es una bendición. A Isagen, por ejemplo, la revaluación le representó mayores utilidades por cerca de 145.000 millones de pesos.

El siguiente eslabón en el sistema eléctrico colombiano es el de la transmisión de energía. Aquí el jugador estrella es ISA, que en los últimos años se ha convertido en la empresa pública de mostrar. No sólo es dueña del 79 por ciento de las redes de transmisión en Colombia, sino que además ha logrado consolidarse como uno de los mayores transportadores de energía en Suramérica. Ya es común enterarse de que ISA ganó una licitación para extender sus redes por algún país de la región, dejando en el camino a multinacionales como Hydro Québec de Canadá, el transportador de energía más grande de Norteamérica, o Red Eléctrica de España.

ISA hoy tiene operaciones en Perú y próximamente en Bolivia. Sus líneas, además, unen los mercados eléctricos andinos, desde Venezuela hasta Ecuador. Y hace dos meses entró como socio a EPR, la empresa encargada de construir una red eléctrica desde Guatemala hasta Panamá con una inversión total cercana a los 320 millones de dólares.

Esta expansión, sumada al paulatino crecimiento del mercado local, prácticamente ha duplicado los ingresos de ISA entre 2000 y 2004. De más de un billón de pesos que facturó esta compañía el año pasado, el 86 por ciento proviene de la operación en Colombia y el resto, de Perú. Coordinó además las exportaciones de energía hacia Ecuador, que ascendieron a 135 millones de dólares, casi 50 por ciento más que en 2003.

Las empresas comercializadoras, encargadas de vender energía eléctrica a los consumidores, conforman el último tramo de la cadena. En este lado del negocio, sorprendió la recuperación de Electricaribe y Electrocosta, filiales de la española Unión Fenosa. Aunque todavía lejos de ser rentables, en 2004 estas compañías redujeron sus pérdidas en casi 400.000 millones de pesos, una primera victoria en la batalla que vienen dando desde hace varios años porque los usuarios les paguen a tiempo y por evitar el robo de energía.

En el primer frente se idearon un mecanismo a través del cual, en los barrios más pobres, pequeñas empresas conformadas por los miembros de la comunidad se encargan de cobrar diariamente. Así los usuarios, con empleos inestables, deben pagar 300 pesos todos los días, en lugar de facturas de 6.000 o 7.000 pesos mensuales. Con todo, en los estratos bajos y en zonas subnormales, sólo recaudaron la mitad de los cobros. En el segundo frente, las fugas eléctricas se han reducido lentamente. Las pérdidas pasaron de ser casi la tercera parte de la energía distribuida por Electrocosta y Electricaribe a cerca de 20 por ciento en diciembre del año pasado.

La otra cara de la moneda en la actividad de comercialización es Codensa, propiedad del grupo español Endesa y el Distrito Capital. El año pasado ganó 232.000 millones de pesos, 57 por ciento más que en 2003, gracias al crecimiento de la demanda y el número de clientes atendidos en Bogotá y a los rendimientos de sus inversiones financieras.

Planes de alto voltaje

Con los resultados de 2004, los empresarios del mercado eléctrico pueden sentirse satisfechos. Sus preocupaciones están asociadas a lo que venga después y particularmente a las señales que mande el gobierno para estimular la inversión en el sector. La discusión ya comenzó, pues en este negocio las decisiones que se tomen hoy tardan varios años en materializarse.

Hoy el país cuenta con energía de sobra para atender sus necesidades. La capacidad de producción eléctrica sobrepasa a la demanda en casi 40 por ciento, un colchón de reserva que es necesario mantener para alejar el fantasma del racionamiento. Esa brecha, sin embargo, se irá cerrando a medida que la economía crezca, algo que siempre va acompañado de una mayor demanda de energía.

El gobierno dio a conocer recientemente sus proyecciones al respecto. En ellas concluye que hasta 2008 no es necesario que entren en operación grandes proyectos de generación en Colombia. La expansión en este período estaría enfocada básicamente a fortalecer las conexiones eléctricas con Ecuador y Panamá, de tal forma que, en caso de necesidad, la energía se importe de esos países. De ahí en adelante, los ojos están puestos en la construcción de Porce III, un proyecto de 720 millones de dólares a cargo de Empresas Públicas de Medellín que arrancó el año pasado y que debe estar listo en 2010. Esta es la única inversión de gran envergadura que ya está en marcha.

El problema con cualquier proyección es que no se cumpla. Si la economía crece más de lo previsto, si se repiten condiciones climáticas como las de 1992 o si se retrasan los proyectos de expansión en Ecuador y Colombia, la situación podría complicarse. Por eso es necesario atraer a inversionistas privados, que como siempre, buscan garantías antes de embarcarse en multimillonarios proyectos. La más importante es el llamado cargo por capacidad, es decir, la plata que recibe una planta de generación de energía por estar siempre disponible. Hoy muchas termoeléctricas están apagadas, pero igual reciben ingresos por el hecho de estar ahí y poder usarse en caso de necesidad. La fórmula para calcular esos ingresos expira en 2006 y por eso este año los empresarios y el gobierno se sentarán a la mesa a renovarla.

La cirugía que le cambió la cara al sector eléctrico colombiano aún no ha terminado. Ya no es el baúl sin fondo por el que se iba buena parte de los recursos fiscales, pero ahora es necesario conjurar cualquier crisis energética en el futuro. Y la única forma de hacerlo, con un sector público deficitario, es asegurándoles estabilidad en las reglas del juego a los inversionistas privados.