Especiales Semana

CARNAVAL EN VENECIA

Las máscaras del Festival de Venecia fueron la antesala para el lanzamiento del maquillaje de 1996.

11 de diciembre de 1995

EL MAGICO HOTEL Santa Clara sirvió de escenario para que los colores ocres, tierra, violeta, azules, amarillos, rojos y blancos delinearan el rostro de 20 jovencitas que decidieron probar fortuna en la belleza. Cada una de ellas llegó a Cartagena con el sueño de convertirse en la sucesora de Tatiana Castro y de paso tener fama y fortuna.
Y en esa noche de color y textura, donde estuvo presente más de un siglo de historia de las monjas clarisas que revoloteaban por los pasillos y recovecos de una construcción que estuvo a punto de caerse y que afortunadamente alguien rescató para darle vida al Santa Clara, se vivió la noche del color. Del colorete y la pestañina. De las bases y los polvos, de los pinceles y las brochas. De los labios encendidos y los ojos brillantes. En fin, la noche del maquillaje.
Todo ocurrió en un enorme salón, sostenido por vigas del siglo pasado, de paredes desnudas pero llenas de historias, de indiscretas ventanillas que hace muchos años sirvieron de confesionarios a las clarisas -cuántos pecados, cuántos arrepentimientos-, de techos altos y enormes puertas.
Ahí, en una noche húmeda y pegajosa, de interminables ráfagas de lluvia, las 20 candidatas rindieron un homenaje al festival de Máscaras de Venecia. En otras palabras, a la sensualidad, la lujuria y el deseo. Máscaras de colores fuertes que representaban arlequines y bufones, a las mil y una noches, al sol, la lluvia, al teatro, a la expresión corporal, a la pasión, a los payasos, a los misterios de la vida, a los sueños, a la fiesta, al carnaval, a los bacanales.
Así, una a una, fueron desfilando por una larga pasarela que atravesaba el gran salón. Con sus rostros ocultos y sus cuerpos voluptuosos. Desde el interior comprendieron que el gran jurado que tenían al frente era suficiente para medir el termómetro del favoritismo, y cómo nadie veía la expresión de sus ojos y su boca, desfilaron con soltura, con cadencia, con sensualidad.
Después regresaron a la realidad. Se despojaron de las máscaras y sus rostros lucieron las últimas tendencias del maquillaje de Jolie Vogue. Tonos rosados y lilas. Verdes y rojos con plateado. Mates y brillantes. Dorado y humo.
En esta ocasión los rostros de las reinas recordaron las imágenes de Audrey Hepburn, de Jacqueline Kennedy y de las divas del cine de la posguerra. Todas ellas un símbolo de regreso a la elegancia caracterizada por un arreglo impecable, en el cual las caras pálidas y los labios refinados son protagonistas. Mientras tanto, las candidatas más atrevidas optaron por el look de los 90 con unos ojos sombreados, unos labios intensos y apenas una gota de rubor.
Los tonos dorados dieron un toque de glamour a la noche, mientras que los matices ciruelas, vinos y moras iluminaron los labios y los párpados de las candidatas más sexys. La mirada coqueta de las reinas cobró su máxima expresión a través de unos ojos refinados con delineadores negros, café o ciruela acompañados de una pincelada dorada.
Definitivamente, con las nuevas tendencias de maquillaje, las reinas demostraron que la idea central es que las caras logren un equilibrio entre la inocencia y la picardía; entre lo conservador y lo lanzado. Así fue como cada estilista inventó su maquillaje, como lo inventó el decorador del Santa Clara, quien decidió darle vida al monasterio a través de los terracotas, amarillos quemados y ladrillo. Cuando el atardecer cae sobre el mur, el Santa Clara se ilumina con un halo de luz natural que deja al descubierto sus encantos y las travesuras de las hermanas clarisas.-