Especiales Semana

Colombia vulnerable

Al año se destruyen en el país alrededor de 315.000 hectáreas de bosque y con ello se contribuye al cambio climático. Pero el problema grave es que se pierde capacidad de adaptarse a este fenómeno.

29 de noviembre de 2011

Muchos creen que Colombia cumple su tarea en el tema del calentamiento global porque solo aporta el 0,37 por ciento de emisiones a nivel mundial, lo cual no la obliga a reducirlas. Pero lo que muchos no saben es que en el país se siguen deforestando los bosques sin tener conciencia de que con esto, además de acabar con un pulmón para aliviar el incremento de temperaturas, se pierde una gran capacidad de adaptación.
 
Y aunque todavía muchos discuten si el cambio climático es un fenómeno natural o producto de las actividades del hombre, lo real es que está sucediendo y sus efectos son cada vez más impredecibles y devastadores. Los fenómenos del Niño y La Niña en Colombia son un ejemplo de esto.

Según estudios hechos por el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam) y el Ministerio de Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible, la tasa de deforestación en el periodo 2000-2005 era de 315.000 hectáreas por año. Una cifra alarmante, sobre todo si esta pérdida se da en regiones como la Amazonia y los Andes. Según Ricardo Lozano, director del Ideam, desde hace diez años Colombia trabaja para corregir esto, pero "es necesario aprovechar el apoyo del actual gobierno para consolidarnos, pues aún falta mucho".

Cuando se tala un bosque, se pierde una serie de servicios que este provee, como la madera, la retención del suelo -que más adelante ayudará a evitar inundaciones y deslizamientos-, la regulación del clima y del agua; los alimentos y el control de enfermedades, entre otros. Por eso no se debe ver al cambio climático como sinónimo exclusivo de emisiones de gases de efecto invernadero, dice Diana Carolina Useche, investigadora de cambio climático del Instituto Alexander von Humboldt, pues lo menos grave de deforestar es la cantidad de dióxido de carbono que se libera. "Lo preocupante es que con esto la población se hace cada vez más vulnerable a sus consecuencias", afirmó.

De esto ya hay evidencia. Las zonas del país donde hay menos presencia de bosques han sido las más afectadas por eventos extremos, como sequías e inundaciones. El Niño en 2010 hizo que más de 400 municipios colombianos se quedaran sin agua, la gran mayoría en la costa caribe, donde el bosque seco ha sido reemplazado por áreas agropecuarias. Y la zona andina, con mayor recurrencia de inundaciones, es la segunda con la tasa de deforestación más alta.

Diferentes estudios hablan también de una distribución potencial de la malaria y el dengue por lugares de Colombia donde era impensable que se diera. Todo obedece a un ciclo natural que se altera con acciones como la deforestación. Según un artículo hecho por Useche en 2009 sobre los motores de pérdida de biodiversidad y sus efectos sobre la salud humana, la epidemia de fiebre amarilla que se presentó en el país en 2003 y 2004 fue contagiada por personas que estuvieron en la selva talando árboles y luego se desplazaron a ciudades como Valledupar y Santa Marta.

La tala de árboles también puede afectar de manera más directa a las personas, por la pérdida de cobertura de los bosques, que lleva a que insectos transmisores de enfermedades como la leishmaniasis o el mal de Chagas lleguen a las ciudades ante la pérdida de su hábitat natural. En Brasil, por ejemplo, la deforestación en algunas partes de la Amazonia ha llevado a que el mosquito anofeles, transmisor de la malaria, se reproduzca más rápido, se disperse fácilmente y alcance áreas urbanas. Así mismo, los registros de cólera en Bolivia, Honduras, Ecuador y Nicaragua dan cuenta de una gran epidemia en 1998 que coincide con un fenómeno del Niño.

El clima cambió, y es una realidad. Pronosticar lo que viene es muy difícil. "Ni siquiera los mejores expertos del mundo tienen certeza", afirmó Lozano. Pero el punto está en adaptarse y conservar lo que queda de bosques, pues ahí están el agua, el suelo y las temperaturas óptimas, es decir, la vida.