Especiales Semana

CON LA SOGA AL CUELLO

La crisis de Venezuela, con Carlos Andrés Pérez tras las rejas, parece ser sobre todo política; pero en realidad es económica. Colombia es la gran perjudicada.

20 de junio de 1994

LA SEMANA PASADA EL PANORAMA VENEzolano estuvo dominado por la detención del ex presidente Carlos Andrés Pérez, acusado de corrupción como tantos otros protagonistas de la crisis política que vive el país vecino. La fanfarria inevitable ante un hecho tan espectacular pareció sin embargo, opacar una crisis más profunda, la económica, que estremece los cimientos de la otrora potencia petrolera del continente. Hoy está prácticamente demostrado que la economía venezolana era un ídolo con pies de barro, y que su desplome enfrenta al país a una inestabilidad social sin precedentes.
Venezuela se debate en un torbellino de hechos reales y ficticios. Para la muestra, el domingo 15 de mayo se extendió como pólvora el rumor sobre la muerte del presidente Rafael Caldera. El nerviosismo se apoderó de los inversionistas venezolanos máxime si se tenía en cuenta que al día siguiente era un feriado bancario, en el cual los mismos rumores aseguraban se decidiría una maxidevaluación y se tomarían medidas drásticas para superar la profunda crisis económica del país.
El viernes anterior el dólar había cerrado a 152 bolívares en el mercado paralelo, producto de una especulación sin precedentes, mientras el tipo de cambio oficial se había devaluado 3,19 bolívares en una semana, quizá la más agitada en los últimos tiempos en territorio venezolano. El viernes, día de pago, la gente había salido presurosa a cambiar sus bolos por dólares y los estantes de los supermercados habían sido prácticamente desocupados por quienes querían estar preparados para enfrentar lo peor.
Esa semana terminó también con pedreas estudiantiles en las principales ciudades y, para completar, el viernes por la tarde los usuarios del metro de Caracas se demoraron más de lo usual para llegar a sus hogares ante una intempestiva operación tortuga de los empleados del tren metropolitano, quienes negocian mejoras laborales como la mayoría de la administración pública del país. Como si eso no bastara, durante todo el fin de semana no hubo agua en las dos terceras partes de Caracas y muchos de los presidentes y ejecutivos de las grandes empresas venezolanas debieron llegar el lunes a bañarse en las instalaciones de sus compañías. Ante tamaños sucesos, el presidente Caldera debió salir a decir "Estoy vivo" y "duramos más cuando nos desean la muerte". Pese a ello el rumor logró convertirse en todo un deporte nacional. Cada quien cree tener la verdad sobre cuándo va a ser el golpe de estado, o a cuánto va a amanecer el dólar o acierta a su modo en el monto al que va a llegar un proceso hiperinflacionario que es muy palpable. Pero en tanto los venezolanos se dedican a ese deporte, el gobierno, que no tiene las herramientas del caso para enfrentar la crisis, sale a acusar a la manopeluda como la gran culpable de lo que está pasando. Pocos se atreven a hablar en público de la crisis económica para no ser acusados como integrantes de la "oscura organización ". Incluso hay quienes aseguran que el proceso judicial a Pérez y su repentina reactivación, tiene que ver mucho con una forma de ocultarle al pueblo lo que en verdad está pasando y desviar el curso que está tomando la ola de rumores.
Sin embargo,tenga quien tenga la razón sobre los hechos que agobian el triste panorama venezolano, lo único cierto en el fondo es que la vecina nación vive una crisis económica sin precedentes, que alimenta un gran desaliño social. Y lo peor del asunto es que tiende a agravarse.
SEMANA visitó a Caracas durante las jornadas de máxima agitación económica y política en los últimos días, habló con los actores de la película y logró aproximarse a esta realidad.

INFLACION GALOPANTE
La debacle económica se siente más donde precisamente le duele al consumidor. Todos los indicadores apuntan a que al finalizar mayo el índice de precios habrá crecido entre 10 y 12 por ciento durante el mes, lo que situaría el costo de vida alrededor del 24 por ciento en lo corrido del año. A ese ritmo seguramente la inflación alcanzará los tres dígitos, aunque algunos analistas consideran que si se toman medidas eficaces -que por ahora no parecen factibles-, como un congelamiento de precios, se conseguiría frenar el tope anual de entre el 60 y el 68 por ciento.
Y la misma falta de confianza en que las autoridades puedan controlar la inflación se tiene también sobre la moneda venezolana, el bolívar. Esa incredulidad hace que la reacción normal de cualquier inversionista o de cualquier cabeza de hogar, sea proteger su patrimonio. La mejor defensa está en invertir en activos seguros y el mecanismo que está más cerca de la mano es el dólar. Pero precisamente en Venezuela ese es el bien más escaso en la actualidad.
Los dólares son provistos actualmente por el Banco Central de Venezuela a través de la banca comercial y por las casas de cambio por intermedio del mecanismo de subastas públicas, muy controvertidas por todos los sectores, especialmente porque mantienen artificialmente la cotización del dólar y nutren con bajos volúmenes al mercado. Ante la escasez evidente, hace dos semanas hizo su aparición la cotización del dólar paralelo en Venezuela, algo no usual en la economía de ese país. Rápidamente el dólar pasó la barrera de los 120 bolívares y se colocó en pocos días en los 150 bolívares.
Ante tamaño desbarajuste cambiario, el reflejo fue inmediato de un shock en el comportamiento de las reservas internacionales que presentan pérdidas acumuladas superiores a los 3.000 millones de dólares durante el primer cuatrimestre del año. Ante esa situación a Venezuela no le quedarían reservas para más de tres o cuatro meses de importaciones. Esa cantidad, en otros países, podría ser holgada, pero en la actual coyuntura venezolana, con necesidades de pago de deuda y demás, es desesperante.
Venezuela simplemente no puede seguir dándose el lujo de ver bajar sus reservas y por eso debió acudir a negociar con el Fondo Monetario Internacional (FMI) un crédito por 1.000 millones de dólares con el objeto único de detener el desangre. Pero es ampliamente conocido que el FMI no da puntada sin dedal. Ese desembolso estaría sujeto a un severo programa de ajuste al que le ha huido Caldera, por las repercusiones sociales desastrosas que eso tiene.
Como si faltaran más males, cuando el río está revuelto hay ganancia de especuladores. Una parte importante de los auxilios por más de 600.000 millones de bolívares otorgados a los bancos en crisis entre enero y abril pasados, se fueron a un barril sin fondo y ya hay denuncias sobre entidades bancarias que compran dólares al tipo de cambio oficial en las subastas y salen a colocarlos a la cotización del paralelo en las calles. Sin embargo, el Banco Central alega que el proceso es transparente y monitoreado en todos sus pasos.
Pero como el de la bomba que estalló en el Centro Comercial Tamanaco el año pasado, que se demostró fue el fruto de algunos financistas que quisieron hacer ganancias por el bajón que el suceso provocó en la Bolsa de Caracas, y los legendarios sucesos del manejo de dólares preferenciales a través del famoso Recadi, no dejan de hacer pensar mal a los venezolanos.
En medio de la crisis cambiaria que vive Venezuela, los principales especuladores en un futuro cercano serían los tesoreros de las empresas públicas y privadas, pues son los encargados de defender la liquidez e inversión adecuada de los recursos de sus compañías. Así casi que se legalizaría el tio vivo de las ganancias obtenidas a costa del Estado y la especulación, lo que terminaría por enterrar el sistema productivo de un país que verá caer su Producto Interno Bruto (PIB) en unos tres puntos al terminar 1994.

UN REMEDIO MALSANO
Lo que más preocupa a los expertos de la economía es que hay la posibilidad de que las autoridades toleren el mercado paralelo como una fórmula para llevar la devaluación al punto que quieren. Sin embargo, se ha demostrado en ejemplos vecinos que el régimen dual (cambio oficial, cambio paralelo) no funciona por períodos prolongados y propicia una dinámica devaluadora sin techo, lo que es aprovechado esencialmente por los especuladores y conduce a la debacle.
En medio de los crecientes problemas económicos y la falta cada vez más notoria de credibilidad, no hay perspectivas claras de que pueda corregirse la política cambiaria y de que se logre mantener el tipo de cambio real. Tanto que hay escasas posibilidades de éxito para frenar el objetivo básico antiinflacionario. La fuga diaria de divisas y la demanda insatisfecha de quienes quieren protegerse de una crisis cambiaria, hacen que los esquemas aplicados hasta ahora no puedan ser buen remedio. A eso hay que sumarle una total indisciplina monetaria por parte del gobierno. En abril se perdieron los controles de la expansión monetaria, lo que sin duda tendrá las repercusiones de desborde inflacionario que se vive en mayo, a lo que contribuyó en gran medida la magnitud del auxilio que debió prestársele a los bancos en crisis.
Esa es una señal inequívoca de que no parece haber capacidad para disciplinar el gasto fiscal, que además es el único mecanismo con que cuenta el gobierno del presidente Caldera para reducir los conflictos políticos y sociales que cada día más se agudizan en la vecina Nación. Además el Estado venezolano perdió su capacidad de negociación ante los grupos de presión, pues una vez dio los auxilios de salvamento del sistema financiero, los demás sectores se creen con los mismos derechos para exigir recursos.
De ahí que el equipo económico haya tenido que acudir al Congreso para pedir emisiones de dinero, lo que sin duda logrará ampliar en muchos puntos la brecha fiscal. Como no existe una política económica consistente para eliminar tantos males, el equipo económico parece un grupo de bomberos que ante cada mal que se agudiza toma correctivos que pierden su efectividad con el paso de los días. No hay respuesta consistente del gobierno.
Por ahora se estudian dos alternativas para aminorar el impacto de los sobresaltos cambiarios. El primero de ellos, disponer medidas de control cambiario, que incluso llevarían a crear un equivalente al mal recordado Recadi que establecería subsidios y dólares preferenciales para proeger a ciertos sectores de la económia.
No obstante, hay quienes creen que esa posibilidad era buena hace unas tres semanas cuando la economía podía parar el dólar en unos 160 ó 165 bolívares, pero hoy, cuando es seguro que el techo de los 180 bolívares por dólar se pasará, las medidas no son suficientes. Especialmente cuando el gobierno no da señales para que el retorno de divisas sea un hecho. Otros creen que hay que dejar flotar el bolívar a la libre oferta y demanda para que el ajuste sea más real y urgen el crédito del FMI para fortalecer las reservas, lo que implicaría un acuerdo stand by, que sin duda quemaría las manos de los especuladores que hacen su agosto ante la escasez de divisas.
Pero como las medidas de ajuste tienen un costo político, no se sabe si el gobierno Caldera lo quiere asumir. El equipo económico es consciente de la gravedad de la situación, pero no actúa porque las medidas que debe tomar son impopulares. La gran verdad es que Caldera no ha tomado ajustes traumáticos, como algunos que reversó de Pérez el IVA, por ejemplo -y otros que estaban en trámite, para que no lo comparen con quien hoy está en la picota pública. No puede haber nada parecido a lo de Pérez, es la consigna interna del gobierno y eso es lo que más lo está perjudicando, porque si algo le abonan al ex presidente es que estaba consiguiendo algunos resultados de estabilización.
Por ahora los observadores políticos lo que vislumbran como inevitable es que haya algún pacto político, esencialmente entre Acción Democrática y el Copei, para respaldar en las cámaras la discusión de medidas de ajuste. En esa especie de acuerdo de conciliación nacional las partes deben aceptar que ante la magnitud de la crisis un ajuste drástico es inevitable. También se pactaría un plan de acción social para atenuar el impacto de las medidas.
Ese pacto alejaría el miedo latente al síndrome de febrero de 1989, cuando se dio el fallido intento de golpe contra Carlos Andrés Pérez. Lo que se palpa es que una oposición radical de los políticos y los empresarios a Caldera podría provacar un mayor colapso político y social, más grave que el que se vive hoy, lo que es mucho decir, y que traería de inmediato, sin duda, otro intento de golpe de estado.

ALTO COSTO POLITICO
Caldera tiene aún un nivel de popularidad que puede usar y cuenta con la ventaja de un olfato político y capacidad de sobrevivencia muy grandes que todos los sectores le reconocen. Sin embargo, su edad y el miedo a perder la imagen o a caer en las manos de quienes buscan culpables de la crisis, lo han llevado a que se haya demorado cinco meses "sin hacer nada", como sostiene el común. El ministro de Hacienda, Julio Sosa Rodríguez, aplica un plan con poco éxito hasta el momento. Busca bajar el déficit fiscal a dos o tres puntos del PIB, pero las cada vez más crecientes operaciones cero cupón para recoger recursos del torrente monetario y los dineros de auxilio al sistema financiero, van a colocar, sin duda, el déficit en 10 por ciento del PIB al finalizar 1994.
El plan no ataca las causas permanentes del déficit fiscal. En los 70 la economía venezolana, boyante y producto de una bonanza petrolera, había montado un Estado para atender esa magnitud de riqueza. Pero hoy Venezuela sigue manteniendo ese gran Estado para una economía que es apenas una tercera parte de la otrora boyante nación. El gasto fiscal no se atenúa y las medidas para conseguir más recursos son muy cautas. En el campo tributario se busca establecer el IVA pero a nivel mayorista. Los sectores más serios piden uno más amplio que pueda reducir los niveles de evasión tributaria.
Se encuentra en aplicación un impuesto a los débitos bancarios, que ha sido eficaz durante los primeros meses, pero que con el paso del tiempo se va diluyendo. Genera mecanismos de evasión amplios y hasta el equipo de gobierno no se pone de acuerdo hasta cuándo lo aplicará. El ministro Sosa advierte que se eliminará al finalizar 1994, pero el viceministro asegura que puede extenderse su aplicación a 1995.
Cosas van y cosas vienen en una crisis que crece día a día, pero lo más preocupante es que sus efectos son arrasadores para Colombia y para el proceso de integración binacional que hace tres años se adelantaba con pleno éxito. El cuadro adjunto sobre comportamiento reciente del comercio exterior venezolano muestra cómo las exportaciones no tradicionales se dispararon a partir de marzo. Eso es nada más ni nada menos que el envío desbordado de bienes hacia Colombia para aprovechar la ventaja competitiva que tiene ahora el bolívar frente al peso.
Mientras los costos se ajustan en las empresas venezolanas a su realidad interna, pasará al menos un trimestre en el que los productores colombianos verán en las calles nacionales una encarnizada competencia de artículos venezolanos a menor precio. Más de un centenar de compañías colombianas que habían basado sus operaciones en envíos comerciales al vecino país sufrirán efectos adversos hasta finales de 1994. Con esos hechos el proceso de integración sufrirá un importante retroceso, mientras los venezolanos salen de su atolladero y aprenden a vivir al tamaño de sus nuevas circunstancias. Es decir, cuando aprendan a vivir y a reconocer que fueron víctimas de su propio invento.-