Especiales Semana

De ancestros vivos a intermediarios burocráticos

Historias de cómo la minería y la industrialización han cambiado la forma de ser de la gente en una zona del Chocó y del norte del Cauca.

Jaime Arocha*
20 de abril de 2013

El canal del Cura queda en el Plan de Raspadura, en Chocó. El padre Gabriel Arrachátegui lo construyó en 1788 para unir al río San Juan con el Atrato, por lo cual es una conexión interoceánica más antigua que la de Suez. 

Cuando lo visité, fluía por debajo de un túnel selvático que amplificaba el ruido de un motor que succionaba las aguas, para que un cañón hidráulico las disparara hacia las gredas blancas que habían quedado al descubierto, luego de que las motosierras hubieran completado su trabajo de descapotar la totalidad del bosque tropical denso y húmedo. Esta agresividad hacia el medio explica la destrucción de la Fuente de Juancho Polo, nombre que se le da a las esclusas de madera y cobre que regulaban las aguas del canal.

Repaso las publicaciones recientes sobre la minería del oro en el Chocó. La de SEMANA tiene una foto de gente apretujada barequeando los residuos que deja la maquinaria. Otras imágenes muestran paisajes formados por unas especies de cráteres lunares llenos de aguas pestilentes, rodeados de trozos de papel higiénico y botellas de agua desechadas, luego de que se agota un entable. 

Sin embargo, no encuentro información sobre la destrucción de una riqueza histórica como la del canal del Cura. Debería figurar en el registro que la Unesco desarrolla alrededor del mundo sobre los sitios de la memoria esclava. Ojalá que el municipio de Unión Panamericana al cual pertenece Raspadura, la Gobernación del Chocó, y el Ministerio de Cultura hagan los trámites necesarios para darle realce mundial a ese tesoro.

La minería también impacta el patrimonio religioso. Esa misma región es el centro de una devoción que congrega a la casi totalidad de los chocoanos, el Santo Ecce Homo, un retablo que representa a Cristo recién flagelado, de cuyas propiedades curativas hay noticias desde 1810, cuando María de la Paz Salamandra, una minera de la comunidad, le compró el óleo al esclavista Juan José Mosquera. 

Como sucede con otras celebraciones religiosas, a la del Ecce Homo la han acompañado una culinaria y una estética sagradas que se originan en plantas y animales cada vez más difíciles de conseguir, debido a la desaparición de la ‘socola’, que consiste en el desmonte parcial de la selva, y en la sincronización de múltiples actividades agrícolas con las estaciones del año para el uso sostenible del medio. Es por eso que hoy el plátano que tienen que llevar desde Risaralda sabe mal. Algo parecido sucede con otros ingredientes de recetas como la del sancocho de las siete carnes, o la de los tamales que allá se conocen como pasteles. 

A unos y otros los van reemplazando las hamburguesas, los pollos asados y las lechonas tolimenses que se venden en los toldos instalados en la plaza desde el viernes de Pascua, cuando llegan peregrinos de todo el Chocó. Participan en las máximas expresiones de la devoción a la vitela sagrada, la misa solemne y la procesión del siguiente domingo. Desfilan por calles decoradas con muy pocas flores de las fincas circundantes, pero sí con muchos adornos hechos pegando platos y vasos de icopor, botellas recicladas y flores plásticas de China.

Pese a que la fiesta va quedando escindida del medio natural que le daba sentido, aún persiste la percepción ancestral afrodiaspórica del santo como un antepasado vivo. De ahí que cuando el cura baja la imagen sagrada para montarla en las andas que la llevarán alrededor del pueblo, la gente se agolpe para frotar algodones sobre el vidrio que la protege. Luego los meterá en botellas de agua bendita compradas allá mismo, así que cada recipiente contendrá una poderosa fuerza divina y se convertirá en una extensión del santo vivo en el hogar.

Lo opuesto parece suceder en el norte del Cauca con la Adoraciones del Niño Dios, esa especie de celebración navideña que tiene lugar cada año entre febrero y abril. Allá los campesinos han sido reemplazados por ingenios e industrias que transforman los residuos de la caña. Los pequeños productores autónomos pasan a ser jornaleros, de modo que a las contribuciones en especie que antes hacían para la fiesta las reemplazan donaciones de los sectores público y privado, luego de que intervienen nuevos protagonistas de la vida comunitaria, gestoras y gestores culturales, quienes se encargan de tramitar los aportes. 

Los autos sacramentales callejeros que les permitían a las personas tratar a la Virgen María, a San José, el Niño Dios o a los angelitos como seres vivos y parte de las comunidades, le dan vía a las actividades que testimonien los respectivos auxilios. De ahí los reinados de belleza o las tarimas para albergar músicos y bailarines que compiten para que los juzguen y premien ‘expertos’ externos.

Si la historia, la agricultura campesina, la culinaria y la religión modelan identidades, nos deberían concernir los efectos de la minería y la industrialización sobre la manera de ser de la gente como la del Plan de Raspadura y la zona plana del norte del Cauca. Así mismo, nos debería incumbir que —por la modernización— esas mismas comunidades dejen de tratar a los Ecce Homos y niños dioses como ancestros vivos, sino como intermediarios burocráticos.

En riesgo de desaparecer

Poporo

Aunque el referente más conocido es el poporo quimbaya, detrás de la pieza orfebre se encuentra una tradición de paso a la madurez de algunas comunidades indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta. En el poporo se mezcla la cal con la hoja de coca para darle más resistencia al cuerpo. Se les entrega a los varones como un símbolo de comunión con la mujer y representa el acceso a los saberes ancestrales de su comunidad. Esta costumbre se está perdiendo porque muchos jóvenes se alejan de ella para estudiar en las ciudades o trabajar en las fincas. Además, el poporo se ha convertido un elemento comercial para los turistas, una artesanía desligada de la tradición ancestral. 

Fiesta de la Virgen de la Candelaria

Es una celebración de origen africano. Pero hoy, en vez del fandango se escuchan rancheras, en vez de los cocinados de aves preparan comidas fritas, y las matas típicas del Baudó chocoano han sido reemplazadas por las flores sabaneras. Arocha afirma que esta fiesta ha sido absorbida por la clase blanca cartagenera. Susana Castellanos, investigadora de la Universidad del Rosario, dice: “El carácter africano está en el color y lo festivo, no en cómo se manifiestan estas características.”

Ombligadas

La ombligada es un rito de algunas comunidades negras del Pacífico y es una curación en la que se untan sustancias naturales en la cicatriz umbilical para adquirir virtudes especiales. Carlos Meza, investigador del Icanh, dice que esta es una costumbre que se ha perdido por la desvalorización de este conocimiento, aunada a la influencia de la medicina moderna.

Jaibanismo

El jaibaná es un sabio, curandero y líder espiritual de la comunidad embera. Su papel como intermediario entre la naturaleza y la comunidad le permite regular la pesca, ubicar los cultivos y determinar los territorios para ocupar. El jaibaná puede tener contacto con los jais, los cuales constituyen la esencia o espíritu de todo lo que existe en el entorno. Los campos minados, el control militar o la construcción de hidroeléctricas han limitado el acceso del jaibaná a los jais, lo cual pone en peligro su actividad.

*Comité Científico. Programa Unesco La Ruta del Esclavo, resistencia, libertad y patrimonio.