Especiales Semana

DEBER ANTES QUE VIDA

Otra decada sin solución para los países del Tercer <BR>Mundo.

26 de febrero de 1990

Los países subdesarrollados siempre han tenido excusas para explicar su pobreza. Pero entre todas las posibles pocas son tan justificadas como la deuda externa. En la década pasada, esta incidió definitivamente en el escaso crecimiento del Tercer Mundo. Y lo peor es que seguirá siendo una grave limitante para su desenvolvimiento en los años noventa.
Las cifras confirman esa impresión. En el caso de Latinoamérica la deuda llega en la actualidad a unos 416 mil millones de dólares, lo que quiere decir que cada habitante de la región debe, en promedio, cerca de mil dólares, que es más de la mitad del ingreso anual per cápita.
La crisis de la deuda se inició a comienzos de los ochenta. Los banqueros todavía recuerdan aquella mañana de 1982, cuando México sacudió a los mercados financieros mundiales con el anuncio de que no podía pagar el servicio de su deuda externa. En un comienzo se tuvo la convicción de que el problema era solucionable y de que, ante todo, era una cuestión de iliquidez temporal que se podía resolver en un tiempo prudencial. Con base en ese diagnóstico se reprogramaron las obligaciones que se vencían en un plazo de dos años y se adoptaron condiciones de relativa dureza: tasas de interés cercanas a dos puntos sobre la tasa Libor, plazos máximos de 11 años y períodos de gracia de cuatro años. Además, a los países en problemas se les recetó un programa de ajuste con la intervención activa del Fondo Monetario Internacional.
Con el correr del tiempo se vio que ese ensayo no funcionó. Para 1984 varias de las economías que tuvieron éxito en el ajuste volvieron a caer en crisis cambiarias y fiscales. Deudores tan grandes como Brasil, México y Argentina dejaron en claro que si había algún camino ese no era el indicado.
Frente a esa realidad se presentó una discusión interna dentro de los bancos en torno de si la solución indicada había sido la correcta. Aunque la polémica no se definió, sí se aceptó que el ajuste requería más tiempo y que las nuevas condiciones de reprogramación deberían ser más favorables para los deudores. Así se entró en una etapa que se llamó de reprogramación multianual.Es decir, se renegociaron los términos de préstamos que se debían amortizar a lo largo de varios años. Los plazos se ampliaron hasta un período de 15 años, el período de gracia hasta 6 años y la tasa de interés llegó a ser de un punto porcentual sobre la tasa Libor. A pesar de esas concesiones, la idea básica seguía siendo la misma: todo era cuestión de tiempo y de ajuste. Se mantuvo el análisis "caso por caso", se defendió la necesidad de las políticas de austeridad y se conservó el rol protagónico del Fondo Monetario Internacional.
Ese nuevo intento volvió a fallar al cabo de varios meses. México se encontró en serios problemas y, ante la amenaza de una moratoria, la banca otorgó los términos más favorables en una negociación que se inició en 1986: plazo de 19 años, siete años de gracia y una tasa de interés de 0.81 puntos porcentuales sobre el Libor. Además se aceptó que el programa de ajuste no podía ser tan duro, e inclusa se sujetó el cumplimiento de algunas metas al cambio de las condiciones económicas de México.
Pero ni siquiera esas concesiones funcionaron. Con el correr de los años el mercado empezó a demostrar que la deuda externa no valía todo lo que se pensaba. Algunos bancos comerciales decidieron salirse del problema y tomaron el camino de vender sus pagarés de deuda con un descuento en el mercado internacional. Este hecho demostró que ni siquiera las instituciones financieras privadas creían que la deuda se podría recuperar en su totalidad. En noviembre de 1989, por ejemplo, los pagarés de Colombia -los más apetecidos- Se negociaban al 64 por ciento de su valor nominal. Los de Nicaragua, para llegar a un caso extremo, Se vendían al 1%.
Las condiciones fijadas por el mercado internacional llevaron al diseño de la iniciativa Brady sobre la deuda externa. Esta, planteada por el secretario del Tesoro norteamericano, Nicolas Brady, fija unos mecanismos para reducir el valor de las acreencias de una país. En 1989 México y Costa Rica fueron los primeros en ensayar el nuevo plan. Este debería funcionar algún día. Aunque algunos de sus mecanismos son aceptados en el papel por los banqueros internacionales, en la práctica ha sido difícil popularizarlos .
Las expectativas que se tenían hace un año no han sido cumplidas. Por ahora, la deuda externa del Tercer Mundo (más de un billón de dólares) sigue creciendo y con ella la pobreza de los países que no pueden pagar.
La pregunta, no obstante, es si en un futuro los planes de reducción de la deuda se van a cumplir. Más aún, si estos van a beneficiar a todos, incluso a los buenos deudores, como Colombia.
Los más pragmáticos consideran que una solución en ese sentido no sólo tiene toda la justificación moral del caso, sino que se acabará imponiendo por sus ventajas prácticas. La crisis de la deuda ha entorpecido las relaciones económicas norte-sur, sin haber beneficiado a ninguno. El problema, como siempre, consiste en convencer a las partes interesadas de que una solución definitiva es la más favorable. Ese proceso puede tomar años e incluso décadas. Pero lo cierto es que hasta tanto no se encuentre una respuesta al enigma de la deuda los paises pobres se verán en aprietos para salir adelante por sus propios medios.

SER BUENO NO PAGA
Este es uno de esos casos típicos en los que portarse bien no sirve para nada. Porque si algo Se puede decir de Colombia en el manejo de su deuda externa es que ha cumplido a cabalidad con sus compromisos internacionales, destacándose como toda una excepción en un continente en donde los deudores morosos abundan. Esa cualidad, tristemente, no le ha reportado muchas ventajas. El país se ha ganado cientos de palmaditas de espalda, pero lo que se dice apoyo es prácticamente inexistente.Cada vez que los negociadores colombianos salen a los principales centros financieros internacionales sufren lo indecible para lograr que los bancos acepten prestarle al país.
Y lo peor es que, cuando lo hacen, Colombia -el deudor modelo- tiene que pagar tasas de interés más altas que Brasil o Argentina, que siempre están en problemas. Precisamente por eso todas las soluciones a la crisis de la deuda se ajustan a las necesidades de las naciones que están colgadas en sus obligaciones. Pero de las cumplidas nadie se acuerda. Si el Plan Brady llega a implementarse con éxito, no será precisamente en Colombia.
Todo eso depende de que en los noventa el país mantenga relaciones "normales" con la banca privada internacional. Pero la verdad es que la próxima negociación en serio, que debe comenzar a finales de este año, va a ser muy dura. Incluso entidades multilaterales como el Banco Mundial ya no se portan también como antes. Cada vez los créditos están más atados a decisiones de política económica, con lo cual el país debe decidir entre los dólares o la soberanía.
Pero si con todo y angustias se logran obtener los créditos, todos los cálculos indican que en los noventa el peso de la deuda externá será menor que ahora.Baste con decir que entre 1988 y 1990 el saldo de la deuda se ha mantenido prácticamente estable en torno de los 16.500 millones de dólares. Como resultado de eso, la relación entre deuda externa y producto interno ha pasado de más del 44% en 1986 a cerca del 41% durante este año. Se espera que en esta década esa cifra baje a niveles cercanos al 30% Si eso se consigue, se demostrará una vez más que Colombia es toda una excepción en Latinoamérica.