Especiales Semana

¡Desconectado!

Zozobras y desventuras de un cibermaniaco al que le cortan internet por unas horas

Antonio Morales
13 de noviembre de 2000

La larga noche anterior Jonás estuvo trabajando en su computador. Su conexión con Internet había sido tan larga como las sombras. La lista de palíndromos y frases asimoras en la cual se ocupaba de tiempo atrás había aumentado gracias a las páginas web de otros palindromistas y asimoristas con quienes solía enfrascarse en audaces ‘chateos’ nocturnos o en rápidas respuestas de e-mails gracias al sistema de reply.

La antología con la cual Jonás pretendía convertirse en el recipiente laborioso de la mayor colección de párrafos con el mismo sentido leídos al derecho y al revés, y de frases que resultaran en una contradicción de tal tamaño que contuvieran su propia negación, su definitiva autodestrucción, se había nutrido con tres nuevos hallazgos. Tres joyas del arte de invertir las letras o de encontrar de manera pendular palabras que unidas resultaran en nada. Javier Duque, un consagrado palindromista manizaleño, le había enviado una de estas gemas que además de funcionar perfectamente para un lado y para el otro, narraba la propia esencia del palíndromo: ‘sé verlas al revés’, frase que Jonás sumaba a otros juegos de patrasiadores como Juan David Giraldo, un pintor de Chía que preparaba todo un libro de poemas sin ideología, esto es, con lecturas similares y eficaces de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, como las de Plinio y Caballero. Palíndromos de Giraldo como ‘efímera haré mi fe’ habían hecho carrera en el esotérico mundo de quienes gustan de invertir... sin ser ricos.

A las tres de la mañana Jonas recibió un mensaje de otro insomne ‘chatista’, el productor de cine italiano Simone Frattari, quien se había levantado en mitad de la noche tambaleando somnoliento hacia su computador para compartir con Jonás su último descubrimiento onírico, su reciente triunfo contra las míticas Parcas que hacen que las vidas anteriores y los sueños se olviden. Había pillado en sueños y recordado en la primera vigilia una contradicción en su lengua materna: ‘pianoforte’ que en italiano simplemente quiere decir piano, ese clave bien temperado de Bach que traducido al caribeño se convierte en el ‘clave teso’. Claro, descompuesta la palabreja, ‘piano’ en italiano quiere decir suave y ‘forte’ fuerte. Un suave fuerte. Qué irrefutable dialéctica, ser para sí para ser para el otro y en el camino anularse, no ser nada, ser un suave fuerte, no existir, y menos en Internet donde todo no existe, donde la información que se pierde cae en el lago de Leteo, el del olvido de los griegos hoy convertido en una empresa de joint venture también regentada por Bill Gates.

Estaba tan emocionado que fue capaz de transmitirle a Simone sus carcajadas, tan fuertes que movían por todo el cuarto el humo del cigarrillo con el cual Jonás se intoxicaba y llenaba de nicotina los sensibles circuitos de su computadora, las alambradas arterias magnéticas de un cuerpo sin corazón. ‘Ja ja ja’, tecleó en la pantalla y envió la respuesta. Chat, curioso. En francés ‘chat’ significa gato, de tal modo que chatear viene siendo como gatear en el ciberespacio o andar a gatas entre las sombras de la nueva caverna mítica, llena de cuevas web, sites y portales tan distintos al de Belén.

Pero la internética noche no terminaría ahí. Pocos minutos después entró otro mensaje, esta vez por un simple y popular e-mail de su amigo paraguayo el Manso Campos. Era una colaboración más para el listado de la destrucción, esta vez con una negación futbolística: “Saque de meta”. “Espléndido...”, pensó Jonas. “Cuando el gorila Chilavert hace un saque de meta no hace nada, porque si saca, mete”. Inmediatamente le respondió al Manso: “Perfecto, Erico, un saque de meta no es nada y si algo fuera, sería apenas una referencia erótica, un movimiento pélvico. Mil gracias y te felicito”.

Cansado como siempre debido al bendito vicio de Internet se fue a dormir. Pero los vicios ocupan hasta los lugares donde uno no tiene tiempo. Soñó que de nuevo estaba en su silla especial como las de las presentadoras de televisión, él de rodillas ante el computador y ellas genuflexas. Se despertó con la misma ansiedad de la noche anterior que sólo podía estabilizarse al encender el computador mientras se disparaba un jugo de naranja. Bienvenido a Windows, Netscape Navigator, “listo, voy a mi correo personal”, porque Jonás como buen adepto había trascendido la etapa fofa y de mal gusto de los e-mail gratuitos y mediocres, el universo perrata del Yahoo y el Hotmail. Imposible comunicarse con su servidor... El síndrome de abstinencia se había iniciado con la sensación de angustia en esa línea de vacío cerebral que curiosamente va del corazón al estomago. Empezaba a reconocer la soledad, el aislamiento.

Inmediatamente Jonás telefoneó a su empresa de cable. Un adicto jamás tendría servicio de Internet por teléfono. Y precisamente el problema era en la fibra óptica. Un gran tramo había sido cortado y robado al amanecer. La reconstrucción de la red demoraría por lo menos 18 horas.

¿Un día entero sin Internet? ¿Cómo sobrevivir sin el consumo virtual, sin el alimento en línea? ¿Tendrían las arrobas que volver a ser de papa? No podría ni siquiera pedir la pizza diaria en www.peperoni.comer, ni mucho menos arreglar los problemas en el conjunto residencial ante la irresistible caída del sistema Intranet que lo comunicaba con sus vecinos. ¡¡¡Vida http/!!! No podría hacer el amor virtual con su site preferido ni comprar las inyecciones de software que tanto necesitaba para la ampliación de su círculo infernal. No podría borrar las cartas de la gente para hacer desaparecer la memoria epistolar con tal de disponer siempre de una memoria inmediata, frágil, amnésica. ¿Cómo no verla a ella con las webcams instaladas para chatear visualmente con imagen instantánea? Sus necesidades básicas quedarían totalmente insatisfechas a pesar de hacer parte del privilegiado sector del 10 por ciento mundial de los inforricos frente al 90 por ciento de infopobres, de parias de la informática, de no iniciados.

Su día se desmoronaba, su realidad virtual —la única que poseía— se iba al carajo y con ella su cultura, su identidad, sus negocios. Hoy tocaba renovar los CDT y reinvertir los bonos del tesoro gringo... Por primera vez conocía la terrible depresión que sobreviene cuando cortan el servicio y los adictos quedan con la interfase caída.

Y lo peor, su trabajo de recopilador palindromista se iba a festinar. Su nivel de penetración en la red se convertiría apenas en un círculo vicioso. ¿Dieciocho horas sin ser usuario? Si tan sólo con una caída de ocho horas del servidor su amiga Gisela García, profesora de ciberfilosofía había terminado en el servicio siquiátrico de su universidad y con una sicoterapia de sustentación durante tres meses. ¡Horror! Le esperaba aquello de lo cual había logrado escapar años atrás. ¡La realidad, la lóbrega realidad! Ya se veía entrando en una cotidianidad decadente, cocinando, leyendo libros y revistas, escribiendo a mano alzada, haciendo el amor, teniendo que volver al cine, encender el televisor o utilizar el antihigiénico teléfono. Le tocaría desechar el benéfico pensamiento único, la globalizacion, las mieles electromagnéticas de la condición contemporánea. Tendría ¡por Dios! que volver a salir a la calle. Cometer la loberia de sentarse en un cibercafé ¡Y2k! ¡Y2k!

Se sentía preso y lo peor, incomunicado. ¿Cómo podría expresarse sin usar una y otra vez los correos colectivos? Tendría que prescindir del maravilloso proyecto Alzaimer Setenta, con el cual y a través de una activación de la memoria en la red de los amigos, pretendía reconstruir el anecdotario de toda una generación. Ya no podría jugar al ‘cadáver exquisito’, ese estupendo juego inventado para Internet por los surrealistas Tzara y Breton décadas antes de que el Big Brother Gates inventara el nuevo Zoma, como seguidilla de Un mundo feliz de Aldhous Huxley. ¿Serían tan sólo 18 horas o aquella pesadilla se iba a prolongar? De ser así, no podría consultar día a día la pagina web de la campaña demócrata de Al, creador del sagrado invento. “Online, online, por favor”, gemía Jonás. Y Dios lo escuchó.

Ram, rom, sonaba el computador hasta que de repente... “Se está estableciendo la conexión”. Macrocosmos y Microsoft fueron uno solo y de nuevo en un principio fue el verbo y el verbo era Gore. Recuperado y dichoso, Jonás le soltó al mundo a través de Internet el primer palíndromo que se le vino al disco duro: “e mail, líame”.