Especiales Semana

Desnarcotizar las relaciones

Las relaciones entre los dos países pueden mejorar luego de la firma de la paz. Sin embargo es probable que el narcotráfico siga siendo el tema central. Sólo un liderazgo excepcional en Estados Unidos daría un respaldo de largo plazo a la paz colombiana.

Michael Shifter
31 de julio de 2000

La lógica indica que si el conflicto armado de Colombia llegara a un final la relación entre Estados Unidos y Colombia, que hoy es buena, sería aun mejor. Después de todo no sería otra cosa que una razón para celebrar un gran triunfo para el gobierno y el pueblo de Colombia y para la paz en la región.

El problema, sin embargo, es que la relación entre estos dos países raramente se rigió por la lógica. Desde los años 80 Estados Unidos sólo esporádicamente ha podido escaparse a su obtusa obsesión con el tema de las drogas. Incluso los diseñadores de políticas que son sensibles a las complejidades de la situación de Colombia —aquellos que entienden que lo que realmente importa es la habilidad del Estado colombiano para proteger a sus ciudadanos— suelen rendirse ante la abrumadora presión de un público estadounidense frustrado por los continuos problemas con las drogas ilícitas.

¿Disminuiría dicha presión ante un acuerdo de paz? Esto sería, después de todo, un paso positivo hacia un mejor tratamiento del conjunto de los desafíos políticos de Colombia, incluyendo a los narcóticos. Pero las consecuencias dependerán en gran medida de como Washington perciba los términos del acuerdo que se negocie (sobre todo en cuanto al tema del narcotráfico).



Socios en la ambigüedad

Yo he caracterizado a Estados Unidos y Colombia como “socios en la ambigüedad”. Por un lado, las cosas han cambiado notoriamente en comparación con la administración colombiana anterior, que no gozaba de buena reputación en Washington. Al mismo tiempo, mientras que la tensión y el conflicto han declinado, la cooperación total y la confianza plena no están a la orden del día. Ambos gobiernos le asignan diferente prioridad a la cuestión de las drogas ilegales y asumen diferentes posturas para enfrentar el problema, llevando, casi inevitablemente, a algunas fricciones.

El presidente Andrés Pastrana y el embajador Luis Alberto Moreno acertadamente han descrito a Colombia como “el jamón del sandwich”, apresado en medio de una confrontación política infantil y partidista entre un Congreso republicano y una administración demócrata. Mientras que el final del conflicto armado colombiano debería darle mayor confianza a los políticos de Washington acerca de la probable efectividad de cualquier ayuda de Estados Unidos —relacionada o no con las drogas— no es claro si un acuerdo de paz daría paso a una relación más cálida entre ambos países.



El problema del narcotráfico

La atención que Estados Unidos brinda a Colombia y a otros países latinoamericanos suele presentar grandes variaciones. Casi siempre la actitud de Estados Unidos suele ser de negación, y por ello ignora los sucesos que ocurren en un país en estado de crisis. A medida que la crisis aumenta el interés crece lentamente y, cuando la crisis ya se desató por completo y por ende ya es tarde para tomar medidas preventivas, la actitud cambia. Entonces Estados Unidos se pone muy inquieto, a veces entra en pánico. Es decir, cuando la crisis todavía puede remediarse de forma relativamente sencilla, Estados Unidos mira hacia otro lado y sólo presta realmente atención cuando la situación se torna caótica.

En caso que Colombia avance hacia un proceso de paz la lógica indicaría que las relaciones bilaterales deberían mejorar. Pero el análisis no es tan sencillo y pueden perfilarse distintos escenarios. Que las relaciones mejoren no significaría necesariamente que sean más fluidas o más cordiales. Puede ocurrir que sean menos caóticas o menos estridentes, pero muy probablemente sigan girando en torno al tema del narcotráfico.

En un primer escenario, en la medida que Colombia solucione el conflicto armado y se estabilice, dejará de ser considerada una amenaza para la seguridad regional, y por lo tanto el interés de Estados Unidos decaerá. Es decir que en caso de un escenario altamente positivo, como lo sería un acuerdo que ponga fin al conflicto, la relación entre ambos países perdería protagonismo. Esto no querría decir que Estados Unidos olvidaría el tema de las drogas, sino que al haber más estabilidad en Colombia habría menos incertidumbre en Estados Unidos por el conflicto armado. En este caso la relación con Colombia pasaría a girar inexorablemente en torno al narcotráfico.

El caso colombiano causa preocupación y alarma en Estados Unidos por la original combinación de dos elementos: el conflicto armado (guerrilla y paramilitares) y el narcotráfico. Si uno de ellos desapareciera la percepción del caso colombiano en el público y en ámbitos gubernamentales de Estados Unidos probablemente cambiaría sustancialmente. Al dejar de existir el peligro que representa la existencia de grupos guerrilleros y paramilitares, que desafían la autoridad del Estado colombiano, las oportunidades de mejorar la situación de la gobernabilidad del país en general aumentarían significativamente. Esto implicaría a su vez la reducción del efecto de ‘derrame’ (spill-over) sobre países vecinos, lo cual contribuiría a su vez a la estabilidad regional. Pero, una vez más, sería altamente probable que para Estados Unidos la cuestión de las drogas siga siendo central en la agenda bilateral. Por demasiados años ha seguido una misma política, basada fundamentalmente en la cuestión de las drogas. Es difícil prever que cambie su estrecha óptica de la noche a la mañana.

Otro escenario posible es que el caso colombiano pierda sus características distintivas y se parezca un poco más al resto de los casos de la región andina. En otras palabras, con la desaparición de la violencia gracias a un eventual acuerdo de paz, la relación de Estados Unidos y Colombia tomaría un matiz más convencional, asemejándose un poco más, tal vez, a la relación que aquel país mantiene con Perú, Bolivia o el resto de los países de la región andina.



Cambiaría la ayuda

Cabe preguntarse si un cambio en el tono de las relaciones entre Estados Unidos y Colombia —hacia un perfil más bajo o convencional según los estándares de la región— sería positivo o negativo para Colombia. Una de las posibles consecuencias sería una eventual reducción de la ayuda económica. Al dejar de ser una prioridad en la agenda de la seguridad nacional de Estados Unidos no existirían motivos para mantener el volumen de la ayuda económica en el mediano plazo. Pero sin lugar a dudas sería altamente deseable que el gobierno norteamericano se comprometa a apoyar económicamente, en forma sostenida y duradera, a un eventual proceso de paz. Aunque es muy posible que la futura ayuda económica se siga destinando casi exclusivamente a la lucha contra el narcotráfico.

Otra posibilidad sería un escenario en el que Estados Unidos mantenga un alto nivel de compromiso y participación, contribuyendo activamente a la celebración, implementación y prosecución de un eventual acuerdo de paz. Esto sería una señal altamente positiva hacia Colombia y toda la región, pero es dudoso que se convierta en realidad.

Prácticamente todos los escenarios esbozados tienen como eje el tema de los narcóticos. Pareciera que Estados Unidos está más interesado en éste que en una solución del conflicto armado. Por ello, al margen de los posibles escenarios, lo realmente importante sería la forma cómo Estados Unidos se relacionaría con Colombia luego de un proceso de paz. Si se sigue concentrando exclusivamente en el tema de las drogas la esencia de la relación no cambiará en mucho. Sólo un enfoque más integral, balanceado y de largo plazo contribuirá a la construcción de una nueva relación bilateral.

Resulta instructivo observar cómo Estados Unidos ha respondido a otros acuerdos de paz, especialmente a los de este hemisferio. En los casos de Guatemala y El Salvador, por ejemplo, Washington respondió generalmente en forma positiva, con paquetes de ayuda ‘posconflicto’ (aunque no tan generosos como deberían haber sido). Pero estos acuerdos tuvieron lugar luego del fin de la Guerra Fría, y ésta, después de todo, había moldeado y motivado la política de Estados Unidos hacia dichos países centroamericanos por décadas.

El caso colombiano es sustancialmente diferente, dado que el narcotráfico —tema principal de la política de Estados Unidos por tanto tiempo— no necesariamente cambiará. Lo que sería necesario cambiar es la forma en que Washington se relaciona con Colombia, con más atención explícita a los intereses y valores que afectan fundamentalmente a Estados Unidos. Esto significaría que una administración de Bush o de Gore, cualquiera que sea el que asuma en enero de 2001, debería dedicar un alto y sostenido nivel de atención política a Colombia, con base en un consenso bipartidario. Este curso presupone un liderazgo político iluminado y una política que apunte a abarcar la amplia agenda de Colombia, incluyendo reformas institucionales claves y un considerable apoyo económico. Un enfoque de largo plazo en la cuestión social sería esencial. Esta postura hacia Colombia estaría inspirada por el fin del conflicto armado —el más complejo y desafiante en el hemisferio— y por la necesidad de ayudar a solucionar los problemas subyacentes del país y a construir una paz duradera.

Desgraciadamente existen obstáculos importantes, principalmente políticos, para que esto suceda. Las figuras políticas que propongan una política balanceada y de largo plazo enfrentarán seguramente la resistencia de muchos políticos provinciales con sus estrechas agendas. Estos sectores lamentablemente van ganando espacios. Esto va al corazón de una pregunta central relacionada al rol de Estados Unidos en el mundo de la pos-Guerra Fría. ¿Bajo qué condiciones Estados Unidos se comprometerá con otros países? ¿Y en que forma lo hará? Hasta el momento, y como quedó en evidencia por la vergonzosa demora en apoyar la actual propuesta de ayuda a Colombia, no existe mucho más que confusión en torno a esta pregunta clave. Por supuesto que uno espera que Estados Unidos esté bien posicionado como para tomar ventaja de la oportunidad que se le presenta, no sólo por el bien de Colombia sino también por su propio bien. Pero un análisis cuidadoso y honesto de las dinámicas de Estados Unidos nos sugiere que esto es tan sólo una expresión de deseo.