Especiales Semana

DIA DEL PADRE

9 de julio de 1990

EL ETERNO RETORNO
No es la teoría filosófica de Federico Nietzsche, ni la tesis de Haidegger según la cual hay que volver a las cosas mismas. Ni siquiera se parece al tiempo estático de La Montaña Mágica, de Thomas Mann. Es, simplemente, la relación que durante el transcurso de sus vidas llevan el padre y el hijo, y más aún, la ideación que tiene el hijo de su padre en las diferentes etapas de su existencia.

Todo papá, por joven o viejo que sea, es un experto en cualquier materia, un conocedor de los problemas de la vida, el más justo entre los justos, el más sabio y paciente. Es un profesional en el arte de colocarle la cadena a la bicicleta y se desenvuelve perfectamente cuando de arreglar el país se trata.
Conoce todas las respuestas, hasta las más difíciles sabe de historia patria, de geografía y de matemáticas. Es el padre por excelencia. Sobre todo cuando su hijo de ocho años es quien lo afirma.

A esa edad el padre es algo así como un ídolo al que se debe imitar porque no se puede perder la oportunidad de escuchar lo que él dice, lo que hace o lo que enseña. Entonces el hijo es atento, y en el colegio comenta con orgullo cómo su papá tuvo la destreza de poner a rodar un trompo, o cómo se las arregló para patear de semejante manera un balón o cómo explicó tan fácilmente el problema del hambre en el mundo. El papá, a estas alturas, se considera el gran protector, el artífice de la vida futura de su hijo. Y de una vez se va preparando para aconsejarlo en esa mortal edad de la pubertad.
Pero la desilusión es grande algunas veces. El hijo, un tanto avispado "desde chiquito", empieza a comprender lo que es la moda y la música. Se da cuenta de que él sabe muchísimo más de bicicletas que su padre y además considera que le falta mucha información sobre las novedades en ese campo. Entonces piensa que es extraño que su padre no entienda de cadenas, que ya no posea la misma destreza para hacer rodar un trompo. Pero por lo menos continúa depositándole su confianza en todo lo relacionado con la vida.
El hijo le cuenta sus experiencias, y el papá, condescenciente, imparte consejos que animan al inexperto púber.

Una vez sobrepasada esa etapa y adentrado en la de las "sensaciones raras", el inquieto joven hace preguntas bastante indiscretas, y muchas veces es el padre el que termina cuestionando al hijo con cara de asombro.
"En mis tiempos no se veía eso" comenta. Entonces el hijo duda, y discute con sus amigos que esos papás son unos "catanos" que no saben de lo que se perdieron. No entienden cómo lograban divertirse con un porro, no se imaginan una fiesta sin bailar salsa. Y el papá es tan ingenuo que le sugiere al hijo que le lleve serenatas a la primera novia, con bambucos, tiple y guitarra. "Muy tierno, por cierto", comentará la mamá, pero el hijo pegará el grito en el cielo: "Viejo, cómo se le ocurre, a ella le fascina Yordano y Ricardo Montaner". A lo que el padre contestará con una mueca no muy satisfactoria.

Entonces el hijo piensa que su honorable progenitor está totalmente desenfocado, que no comprende la época, y tal vez pensará que fue un craso error haberle pedido consejos. Y por si fuera poco, ya su padre no sabe-tanto de matemáticas, la historia no es tan fácil como la pintaba algunos años atrás, y menos es tan sencillo el problema del hambre en el mundo. Y cuando lo escucha hablar arreglando el país, el hijo se extraña, y a lo mejor comentará con sus compinches:."estos papás se dicen liberales pero son de un godo .
Y claro, vienen las desaveniencias. El hijo es un irrespetuoso con su papá y el papá es un incomprensivo. El hijo no escucha más consejos y se siente grande. "Este chino sí que piensa cosas raras y absurdas" piensa el papá, pero no logra hacerlo caer en la cuenta del error. Y cuando parece ya todo consumado, el hijo ha llegado a los 28, a los 30. Y ha cometido un sinnúmero de errores. Entonces advierte que tal vez su padre tenía razón en muchos aspectos, e intenta acercarse más a él en busca de consejo. Los continuos desacuerdos de diez años atrás encuentran un mejor espacio para la concertación. El hijo opina que "más sabe el diablo por viejo que por diablo". Y entonces vuelve a poner atención a su padre, le escucha sugerencias y conceptos, la aproximación es evidente.

Mientras tanto el hijo ya tiene su primogénito crecido, de ocho años.
Y éste piensa que su papá es el menor que existe, y el papá empieza a trabajar con las viejas tácticas del abuelo. Le explica matemáticas, le enseña a arreglar la bicicleta, es desprendido y amoroso y además posee todas las respuestas. Es el protector, el artífice del futuro de su hijo. Y se vuelve a iniciar el ciclo, el eterno retorno de las relaciones entre los padres y los hijos.