Especiales Semana

DIA DEL PADRE

7 de julio de 1986

LO QUE CUESTA UN PAPA
No sé del primer obstreta que pueda verificar ese dicho popular de que "cada niño nace con un pan debajo del brazo". Ningún muchachito ha venido a este mundo con algo más que un cordón umbilical, y hasta donde sabemos este "subproducto" no figura en la lista gastronómica de ningún país.

Todos venimos al mundo con las manos vacías, con un apetito voraz y con una lista de necesidades que se van despertando poco a poco gracias a una sociedad de consumo con las pilas puestas. Cada día nos inducen a adoptar nuevas "necesidades", tan prioritarias como un control remoto para el televisor, o si no que tire la primera piedra el que puede decir que es capaz de ver la tele sin él.

El asunto es que todo lo que necesitamos desde que nacemos, o mejor, desde antes de nacer, cuesta plata y con excepción de las feministas, todos los gastos salen del bolsillo del papa.

"Yo sólo trabajo para mis hijos", dicen los papás cada vez que tienen la oportunidad y hacen tanto alarde de su sacrificio y de su desinteresada entrega, que ellos mismos terminan por creerse el cuento.

¿Cuánto cuesta un hijo?, es una pregunta capaz de ponerle los pelos de punta a los progenitores responsables, quienes con las manos en la cabeza desatan la lengua para enumerar cada uno de los gastos en los que incurrieron desde que el microscópico muchachito dio su primera prueba de existencia en un examen de 900 pesos. Ahí comenzó el calvario: nueve consultas prenatales a tres mil pesos cada una; dos ecografías por diez mil pesos y finalmente el parto de 37 mil pesos (sin cesárea) y los honorarios del médico, que en el más barato de los casos no bajan de 40 mil pesos.

Luego resulta que se debe hacer un bautizo con champaña nacional y picaditas; bizcocho negro y vestido nuevo para la mamá, total, 60 mil pesitos en una tarde. Después, ni para qué contar que un bebé es capaz de tomarse un promedio de un tarro y medio de leche a la semana, cuando la más barata cuesta 250 pesos y la más especializada, que por lo general es la que indica el pediatra, cuesta hasta 1.400 pesos el tarro. Y a propósito del pediatra, hay que visitarlo cada vez que el niño llora y la mamá no encuentra un motivo convincente, cada visita sale en tres mil, más las drogas para el oido, la tos, el cólico, la pañalitis, la diarrea y la varicela de rigor.

Fuera del ajuar, hay que comprarle ropa al muchachito que crece, ya no como sembrado en boñiga, sino como alimentado con leche de 1.400 pesos el tarro y súmele los pañales desechables a 380 el paquete. Siga sumando hasta llegar al preescolar, nueve mil pesos mensuales en promedio para ir a jugar y a cantar los pollitos, fuera de la cuota para las témperas, plastilina, tijeras, goma, madera y retazos. Tiemble si la criaturita le sale "garetas" o con pie plano, ahí se van otros miles en consultas, radiografías y zapatos ortopédicos.

Cada doce meses indefectiblemente, el niño cumple años y hay que celebrarlo con abuelitos, tíos, sobrinos y amigos, quienes después del bizcocho y el helado, se quedan a las onces y a la comida y en medio del entusiasmo abren el bar y rematan con fiesta hasta la madrugada.

Cuando menos se piensa, el niño está en edad de patinar y montar en triciclo, los que pronto el Niño Jesús tendrá que cambiar por bicicleta y patineta profesionales. Si es una niña, usted no se escapa de comprar la mundialmente famosa muñeca "Barbie", a quien también hay que comprarle a un precio que nada tiene que ver con su minúsculo tamaño: vestidos, casas, carros, piscinas y hasta novio. En estas va siendo hora de introducir a los hijos en la antesala del futuro: un computador y clases, las que reemplazan las de guitarra y gimnasia rítmica. El gasto no da tregua, hay que ponerle "freno" a los dientes que amenazan con salirse definitivamente de la boca y cuando va siendo hora de quitarlo, ya los hijos están en edad de novio o novia, lo que significa: ropa nueva y a la moda, de la que tiene la marquilla por fuera que vale el triple; plata para el cine y los helados; discoteca y gasolina para el carro.

Así va todo, sin olvidar los "gastos generales" como los útiles, que cada año crecen en progresión aritmética y que son cosa de niños si se comparan con los libros y matrículas universitarios.

Así, mientras el orgulloso papá enumera todo lo que ha tenido que gastar en "levantar" a sus hijos y lo gratificante que ha sido trabajar sólo por ellos, recuesta su tranquila conciencia en una confortable silla reclinable de cuero auténtico; pone un casete que vale dos veces lo que cuesta un tarro de leche y se dedica a escuchar su equipo de sonido cuadrafónico, el mismo que el muchachito tiene prohibido tocar. En el garaje guarda su carro "full equipo" con aire acondicionado, llantas Michelln y rines de magnesio.

Tal vez el humo de la pipa perfumada lo hace olvidar que un vestido de marca o unos zapatos Balli, son mucho más caros que un mes de colegio; que los útiles cuestan menos que la mensualidad del club a donde va a tomar unos tragos o a jugar tenis. Y sin duda, el uniforme de gimnasia del muchachito nunca vale más que la raqueta de squash.

"Yo trabajo sólo para mis hijos" aunque no sea para ellos el costoso equipo de herramientas que duerme el sueño de la inactividad en un rincón del garaje, ni para ellos tampoco sean las botellas del bar que con el precio de una se puede comprar todo lo que cabe en una lonchera durante un mes.

Cada vez que el papá se rasca la cabeza al pensar en todo lo que cuestan los hijos, se le olvida el extracto de la tarjeta de crédito, las idas al restaurante, al grill, al teatro o a los almacenes de deportes, a donde va a todo menos a comprar leche para el muchachito.

Si usted sabe lo que cuesta un hijo, no puede ni imaginarse todo lo que cuesta un papá.-