Especiales Semana

Dulce vida

Un joven rebelde protagoniza una historia clásica de los colombianos: la de la familia emprendedora que a punta de esfuerzo crea una empresa exitosa.

15 de julio de 2002

Ese dia Jorge Humberto llegó a casa envalentonado. Se paró frente su padre, se empinó para verse más alto, puso la voz más gruesa y habló tan fuerte como pudo: "Voy a estudiar física pura". Su papá, don Jaime Cano, le replicó de inmediato: "¿Pero cómo se te ocurre estudiar eso? Por ese camino no te espera nada, te vas a morir de hambre".

Pero Jorge siguió adelante. Había pasado el examen de admisión de la facultad de física de la Universidad de Antioquia y estaba feliz. Aunque nunca fue un genio en matemáticas ese último año de bachillerato se topó con un profesor que le sembró las ganas de estudiar física como carrera. Como su padre quería que estudiara medicina le quitó todo el apoyo económico.

Eso fue hace 21 años. Jorge vivía en una casa grande de dos plantas en el barrio Prado de Medellín. Sus padres, Jaime Cano y Julia Esther Hoyos, eran conocidos por las tertulias musicales que organizaban en su casa los fines de semana. El era gerente de una planta de Esso y ella un ama de casa. Tenía tres hermanos y como él era el más joven fue el consentido de sus padres. Pero también el más rebelde. En cuarto de bachillerato lo echaron del colegio Benedictinos por ser indisciplinado y por capar clase a todas horas. Apenas si tenía 15 años cuando empezaron a gustarle las ideas de izquierda y la emprendió contra el imperialismo yanqui a piedra en cada manifestación estudiantil.

Acostumbrado a salirse con la suya, Jorge Humberto resolvió rebuscarse solo el dinero para pagar la matrícula y costearse la carrera que quería. Ya había tenido negocio propio, la taberna El Muro ?en honor a la canción de Pink Floyd?, que había fundado con su hermano Jaime unos años atrás, así que ya tenía alguna experiencia. Se pudo sostener un año vendiendo camisetas y criando perritos cocker spaniel.

Pero estudiar física en medio de camadas de cachorros era difícil, así que cambió de negocio. Puso sus ojos en una cafetería que estaba cerca de la iglesia de la América, en Medellín. El negocio se llamaba Copelia. Pertenecía a un par de viejitas que vendían empanadas, pasteles de pollo, parva antioqueña y unas panelitas exquisitas. Jorge, que era un gran observador, empezó a detallarse cada parte del negocio e invitó a su hermano para que conociera la panadería. Se hicieron amigos de las dueñas y les propusieron que les vendieran el local. Eso sí, con la previa condición de que les dejaran a la cocinera y la fórmula secreta de las deliciosas panelitas.

Sólo les faltaba reunir los 300.000 pesos que pedían por él. En medio de un ataque de ansiedad Jorge tomó la determinación de enfrentarse de nuevo a su padre y pedirle un préstamo. Contra todos los pronósticos, les dijo que sí y les giró un cheque por la totalidad del monto. A Jorge se le aguaron los ojos de la emoción. Eso significaba independencia y su primer paso hacia lo que había descubierto quería hacer con su vida: meterse de lleno al mundo de los negocios.

Durante un par de años continuó con la cafetería. Pero pronto él y su hermano se dieron cuenta de que el éxito de todo radicaba en la venta de panelitas. No daban abasto con los pedidos y tenían que hacer una producción diaria que necesitaba hasta ocho horas de cocción. Optaron entonces por separar los negocios. Vendieron la tienda y se quedaron con el de la producción de panelas. "Corría el año de 1983. Teníamos los 12.000 pesos del primer mes de arriendo y el azúcar, la leche y el coco para arrancar. Nadie daba un peso por nuestra supervivencia", recuerda Jorge.

En ese momento invitaron a Luis Fernando, el otro hermano, que vivía en Estados Unidos, a que hiciera parte del negocio. Los tres se propusieron formalizar la nueva empresa. El 10 de julio de 1984 firmaron la escritura de constitución ante la Cámara de Comercio. "De ahí seguimos mejorando cada parte del proceso de las panelitas. Le dimos una identidad al producto y fuimos creando una recordación entre el público", dice Jorge.

Fue sin duda una época muy próspera. Cada uno de los hermanos Cano se concentró en un área específica del negocio: Jaime en la producción, Jorge en la administración y Luis Fernando en mercadeo. Los clientes satisfechos se multiplicaron. Empezaron a ser proveedores de las grandes cadenas de supermercados y de los almacenes. Así como crecía la empresa aumentaron también los problemas. Uno de los peores que recuerdan fue cuando comenzaron a contaminarse las panelitas y los clientes a cancelar pedidos. Encontraron al hongo culpable y salvaron su empresa. En 1988 reemplazaron la producción artesanal de las panelitas por un proceso más tecnificado. "Tecnología para panelitas no existe en el mundo. Todo lo hemos tenido que crear desde la experiencia. Para lograr la estandarización del producto había momentos en que teníamos que botar hasta el 20 por ciento de lo que producíamos", asegura el menor de los hermanos Cano. De ahí que se demoraron casi cuatro años cuadrándolas para que dieran en el punto.

Así que lo que comenzó como un pequeño negocio para financiarse la carrera de físico se convirtió en la vida de Jorge y de sus hermanos. Y ahora también de su esposa, María Victoria Moscoso, a quien conoció cuando era estudiante de nutrición y es ahora gerente de alimentos de la empresa familiar.

La historia de los Cano es la de muchas familias colombianas que en estos 20 años, y a pesar de las dificultades, han hecho empresa a punta de ingenio y de trabajo. De los 160.000 negocios privados que hoy hay en el país casi 109.000 son familiares, y la gran mayoría son empresas pequeñas o medianas como Copelia, con logros no sólo en el mercado nacional sino también en el internacional. En efecto, las panelitas Copelia se venden en el país en las grandes cadenas de supermercados como Exito-Cadenalco, Cafam, Colsubsidio, Carulla, Olímpica, La 14 y Mercaldas, entre otros. Además desde hace seis años le venden el 21 por ciento de su producción de arequipe y de leche condensada a Noel, Colombina y Nacional de Chocolates. Copelia supera los 100 millones de panelitas vendidas y exporta sus productos a Venezuela, España y Estados Unidos.