Especiales Semana

El aguardiente

Es un licor único que representa el espíritu alegre y fiestero de los colombianos. En una época sirvió como moneda de cambio.

Alberto Aguirre *
24 de junio de 2006

El aguardiente es símbolo de Colombia porque la evoca, y aun más, porque tiene la virtud de hacérsela sentir al ciudadano. Que son estas las funciones de un símbolo. Pero en el caso del aguardiente es tan intenso, que logra asumir la condición misma de patria. Hace varios años un grupo de colombianos radicados en Madrid vivían en diaria lamentación de patria, y cualquier símbolo de Colombia les encendía mejillas y corazones. Esta función la cumplía, en ocasiones, un par de panelas. Había viajero que, por amor a Colombia, se arriesgaba a meter en la maleta un par de panelas. Llegaba la panela a Madrid, y su sola presencia ahí en la mesa, rodeada por el grupo, encendía los corazones de fulgor patriótico. Y cuando al ratico se saboreaba la aguapanela, se sentía hervir la patria en la entraña. También aparecía alguien con granos precocidos de maíz, para hacer mazamorra, pero hubo de suspenderse el tráfico de este género, por obvios peligros. También hubo de suspenderse el de las arepas redondas y el de la yuca. Pero había un género que no despertaba sospechas, y que se constituía, no ya en símbolo de Colombia, sino que la encarnaba: alrededor de una botella de aguardiente aquel grupo se doblaba, reverente. Alguna vez estuvieron a punto de cantar al pie el Himno Nacional. Era una fiesta que desbordaba la fruición etílica, para asumir la fruición patriótica. La noticia se regaba como verdolaga en playa: "¡Oíste, hombre, llegó aguardiente!", y es como si hubieran ganado la Copa Mundo. Era el símbolo de la patria y se constituía en su ámbito. Ese día parecía que Colombia estuviera más cerquita.

Diego Calle Restrepo era prohombre de la patria: ocupaba entonces el cargo de representante de Colombia ante el Banco Mundial, con sede en Washington; y había sido gobernador de Antioquia, ministro de Hacienda, gerente de las Empresas Públicas de Medellín (Eeppm). Era un 'templao', esa voz común en Antioquia: hizo, por encima de todo el mundo, y en particular, por encima del pueblo de El Peñol, la represa de Guatapé, que hoy ilumina a Colombia. Estando en Washington lo agarró la nostalgia de la patria, en forma de nostalgia por una botella de aguardiente, y entonces escribió las famosísimas Décimas del aguardiente, que se repiten como si fueran el Himno Nacional. Así empiezan: "Mi querido amigo Luis: / hace seis meses corridos / que aquí en Estados Unidos / suspiro por un anís". Quizá convenga recordar que en otro tiempo al aguardiente de caña se le mezclaba esencia de anís, para templarle el saborcito, y que por eso aún hoy se pide en el monstrador un "guaro" o un "anís". Añade Calle que siente lejos la patria y que tiene "el alma opresa", razón por la cual está hecho "unos Andes de tristeza / y un Magdalena de llanto". Como es obvio, para expresar su necesidad de aguardiente acude a signos territoriales de la patria, lo que acaba de establecer la identidad entre Colombia y aguardiente. Y remata:

"Fuera menos mi quebranto
y mi mal menos doliente
si tuviera el aliciente
que es propio de los varones
de un farallón de limones
y un Atrato de aguardientes".

También aquí se asocia, al aguardiente, la patria en sus rasgos telúricos. Y pide el trago divino para, clavándose unos cuantos o unos muchos, sentirse de nuevo en Colombia, aunque por la ventana estuviera viendo la nieve gringa. Que estos son los milagros del aguardiente. Exclama, para hacer aun más urgente su pedido al amigo Luis: "¿Qué soy yo sin aguardiente? / Soy una nación sin gente, / soy un árbol sin raíz , / soy un Nevado del Ruiz, / lóbrego, desierto y frío, / sin mar y sin quieto lago; un antioqueño sin trago / es un cántaro vacío".

Bernardo Arias Trujillo, poeta caldense y cronista de costumbres montañeras, escribió: "Dulce aguardiente de caña, dulce brebaje criollo que es heroísmo, simpatía, pundonor, sangre y espíritu de la raza nuestra". Lo dicho desde el comienzo: el aguardiente es algo más que un símbolo: es no sólo la patria, sino también la raza. Aquí, el que no bebe aguardiente a chorros es considerado una especie de traidor a la patria.

Sin desmedro de la pasión patriótica, habrá que admitir que el aguardiente a algunos los maltrata; inclusive, les hace perder el puesto, y a veces, despuesito, les hace perder la vida. Tal vez Julio César Benítez (quien era suegro y tío de Otto Morales Benítez) estaba viendo cercano este último trance y decidió dejar el aguardiente. Escribió entonces esta copla de despedida:

Adiós aguardiente impuro,
me separo de tu lado,
para siempre, te lo juro,
y aunque me encuentre en apuro
no he de buscarte un momento
porque tu eres elemento
más explosivo que un taco
y más fuerte y más verraco
que el sétimo sacramento.

Recuérdese que a los legionarios romanos les pagaban con sal. Y a los maestros antioqueños, hace varias décadas, por flacura del fisco, les pagaban con aguardiente. No para que se emborracharan, sino para que lo usaran como moneda de cambio: con botellas de aguardiente pagaban el arriendo, les pagaban al carnicero y al tendero, al zapatero remendón, a la dentrodera. Como la emisión de moneda es seña principal de la soberanía de un Estado, este rango alcanzado por el aguardiente dice su alcurnia de patria.

* Columnista Destacado