Especiales Semana

El año del quiebre

En 1968 el rock todavía hacía eco de la paz y el amor. Pero ya había espacio para la confrontación política, la autocrítica y el desencanto. Por Eduardo Arias

3 de mayo de 2008

La canción que mejor resume el espíritu de 1968 es Street fighting man, de los Rolling Stones, que se publicó en diciembre de aquel año. Lo hace el par de versos que dicen "ha llegado el verano y el momento es correcto para pelear en las calles". Una parodia de Dancing in the street, de Martha and the Vandellas, un gran éxito de cuatro años atrás. Jagger cambió bailar por pelear y en menos de 10 segundos resume un año signado por la violencia: la ofensiva del Tet, Praga, París, Chicago, Ciudad de México, los asesinatos de Martin Luther King y Robert Kennedy. El espíritu de confrontación que ya había profetizado el año anterior Jim Morrison, el cantante y poeta de The Doors, cuando en When the music's over exigía: "Queremos el mundo y lo queremos ahora". Pero también reporta el desencanto de quienes veían que los sueños utópicos de cambiar el mundo a base de paz y amor se iban al piso: "pero qué puede hacer un pobre muchacho, salvo cantar en una banda de rock n roll, porque en este dormido pueblo-Londres no hay sitio para un peleador callejero".

Un desencanto que coincide con el que expresa Revolution, de los Beatles, otra canción de 1968, publicada algunas semanas antes. En ella, John Lennon es muy claro. "Si quieren una revolución, háganle, pero no cuenten conmigo". El mismo desencanto que él redondeó dos años más tarde con su frase "el sueño ha terminado".

Y es que en 1968 aquel paraíso del verano mágico de 1967 parecía estar a un millón de años luz de distancia, a pesar de que buena parte de las letras de las canciones insistía en ofrecer mensajes de esperanza y solidaridad.

Estas dos canciones-emblema sirven de pretexto para comenzar por algún lado el recorrido por un año muy variado en tendencias y, sobre todo, muy rico en obras maestras y que inevitablemente terminará en un listado incompleto y apresurado. ¿Por dónde comenzar? Tal vez por Beggar's banquet, el álbum donde se publicó Street fighting man, y que abre con Sympathy for the devil, tal vez la mejor canción de la historia del rock.

Por su parte, con el Álbum blanco los Beatles comenzaron su cuenta regresiva. Más que un trabajo del grupo, es una colección de temas sueltos (y a veces inconclusos) de John Lennon y de Paul McCartney, en el que George Harrison logró colar cuatro canciones. Un disco ecléctico, lleno de pequeños misterios y sorpresas, muchas veces pordebajeado por la falta de unidad y rigor, que es precisamente uno de sus principales atractivos.

¿Joyas de 1968? Tantas para resaltar... Para comenzar, dos álbumes que destacan a dos virtuosos guitarristas, las nuevas estrellas emergentes en un género hasta entonces dominado por los cantantes. Wheels of fire, de Cream, la banda de Eric Clapton, Jack Bruce y 'Ginger' Baker, y Electric Ladyland (también doble), de Jimi Hendrix. Pero Clapton y Hendrix no eran los únicos dioses. Detrás de ellos brillaban Jeff Beck, Peter Green (con Fleetwood Mac), Alvin Lee y su banda Ten Years After, y Jimmy Page, quien ya preparaba en aquellos días la eclosión de Led Zeppelin a partir de los restos de los legendarios Yardbirds.

Lady soul, de Aretha Franklin; Live at the Apollo, de James Brown; Dance to the music, de Sly and the Family Stone… La música negra y el sonido de Detroit seguían su marcha a pesar de la muerte de Otis Redding, de quien se publicó en 1968, de manera póstuma, la hermosa canción (Sittin' on) the dock of the bay.

Frank Zappa y the Mothers of Invention lanzaron We're in it only for the money (Estamos aquí sólo por la plata), una muy ácida parodia a la portada del Sgt. Peppers de los Beatles y, de paso, al hippismo y las utopías de paz y amor que comenzaban a resquebrajarse (el paraíso de la droga mostraba ya sus fauces de pesadilla), y de las de San Francisco, que seguía siendo la meca. Allí, el denominado rock ácido seguía muy activo con sus bandas emblemáticas: Grateful Dead, Jefferson

Airplane, Move, Quicksilver Messenger Service, Country Joe McDonald...

Un gran protagonista de aquel año fue el folk, al que Bob Dylan regresó con el álbum John Wesley Harding luego de su aventura eléctrica de 1965 y 1966. A pesar de sus ventas modestas, muy influyente resultó ser Sweetheart of the Rodeo, de los Byrds. En ese LP, Roger McGuinn y sus muchachos, de la mano por Gram Parsons, inventaron nada menos que el country-rock. Simon y Garfunkel, por su parte, lanzaron Bookends, del que se destacan las canciones America y Mrs, Robinson, inmortalizada en la banda sonora de la película El Graduado.

A partir de la sicodelia, la experimentación y la necesidad de convertir el disco de larga duración en un concepto y no en una simple recopilación de canciones (uno de los grandes aportes del Sgt. Peppers de los Beatles de 1967, a su vez inspirado en Freak out, de Frank Zappa y sus Mothers of Invention, y Pet sounds, de los Beach Boys), varios músicos sintieron la necesidad de elevar el rock a la categoría de "arte". De ello dan fe A saucerful of secrets, el segundo álbum de Pink Floyd; el álbum debut de Caravan (Caravan); el volumen 1 de Soft Machine, así como los álbumes de The Nice (precursor de Emerson Lake and Palmer), Procol Harum y los Moody Blues, consolidaron en 1968 esta tendencia.

Un álbum imprescindible en este recuento, pero imposible de acomodar en las tendencias dominantes, es White light/ white heat, de la banda neoyorquina The Velvet Underground. Un álbum que en aquel entonces pasó inadvertido por una sencilla razón: estaba 10 años adelantado a su época y por eso de esta banda se habla mucho más en las historias del punk que de los años 60.

Este es apenas un incompleto y muy superficial brochazo de un año crítico para la contracultura que amerita libros enteros. Mucha de la música arriba citada, escrita al calor de los sucesos de la llamada "década prodigiosa", no logró superar el paso del tiempo y hoy sólo se deja oír como testimonio de su época. Pero varios de estos álbumes lograron superar el paso del tiempo y hoy día suenan tan frescos como hace 40 años.