Especiales Semana

El camino de la modernidad

En medio de un período que ha sido muy cuestionado, la primera mitad del siglo XX deja un legado que pocos han sabido valorar.

Alvaro Medina*
10 de noviembre de 2003

Las cinco primeras decadas del siglo XX son, en Colombia, las de los inicios de una modernidad artística algo esquiva en cuanto discutida y nunca reconocida. Para Marta Traba nuestra modernidad comenzó con la pintura de Alejandro Obregón. Antes de él, según sugirió esta gran admiradora de Andrés de Santa María, lo que hubo fue una falsa modernidad. Sin entrar a definir teóricamente qué es la modernidad en las artes, bueno es recordar que Giorgio Vasari consideró en 1550 que Miguel Angel era un moderno. Hace unos 150 años Charles Baudelaire escribió con entusiasmo sobre el olvidado Constantin Guy porque éste era, a su juicio, moderno en grado sumo. En Nueva York el MoMA incluyó en su colección permanente, hasta más o menos 1980, a los pintores impresionistas, ahora excluidos de los prestigiosos rangos de la modernidad.

'Moderno' es un término de tiempo como 'hoy', o sea que se aplica al ritmo de cada generación y cada día. No obstante lo anterior, la nomenclatura de las sucesivas modernidades (en plural) que la cultura occidental ha experimentado y conocido desde la Edad Media se vio alterada cuando la modernidad vanguardista se apropió del término a través de una institución muy eficaz pero por desgracia mal denominada, surgida apenas en la tercera década del siglo XX, llamada museo de arte moderno.

En un libro de 1948 el historiador Gabriel Giraldo Jaramillo llamó moderna la experiencia de academicistas como Epifanio Garay y el padre Santiago Páramo, especialmente activos entre 1880 y 1900. Mucho más moderno, sin embargo, fue otro artista del siglo antepasado, Andrés de Santa María, el primer pintor colombiano en desdeñar el concepto de estilo para abrazar el de lenguaje en evolución permanente. Crear un lenguaje más que un estilo fue, por cierto, la obsesión de futuristas, cubistas, expresionistas y demás artistas de vanguardia.

Santa María era un modernizante desde su juventud, ya que no pintó nunca academias, adelantándose a sus contemporáneos de América Latina. En el continente la modernidad estuvo inspirada en el ideal de querer apartarse de los cánones academicistas, de lo cual se concluye que una buena parte de los artistas colombianos activos entre 1900 y 1950 se comportaron como protomodernos y modernos. El solo alejamiento del modelo natural idealizado es suficiente para reconocer, en los mejores de ellos, a formidables negadores de la tradición heredada. Se quería, con el cambio, forjar una nueva tradición, algo que la época deploró entre ofendida y alarmada.

Es el tipo de alarma que se suele hacer sonar en los albores de toda nueva modernidad. Se manifestó, en Colombia, en los salones de 1904 y 1910, cuando se discutió la validez de Andrés de Santa María. Lo que se argumentó contra él sirvió luego para subestimar a Roberto Páramo y a Alfonso González Camargo, minimizar al escultor Rómulo Rozo, poner en tela de juicio la concepción muralista de Pedro Nel Gómez, despreciar las pinturas de Ignacio Gómez Jaramillo y Sergio Trujillo Magnenat o condenar al ostracismo a Carlos Correa, Débora Arango y Marco Ospina. El desempeño de cada uno de ellos lo complementan artistas menos rebeldes en apariencia, pero innovadores en el contexto local, como son Luis B. Ramos y Gonzalo Ariza. Contrastan, entonces, en este conjunto, las obras de Ricardo Acevedo Bernal, Ricardo Borrero Alvarez, Jesús María Zamora, Francisco Cano y Marco Tobón Mejía, pero sus presencias en esta lista de notables son un reconocimiento a la altura que alcanzó, ya en el siglo XX, lo iniciado a fines del XIX.

*Miembro del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional