Especiales Semana

EL "COLAO" DEL PAPAMOVIL

Sin credenciales ni permisos, fue el primero en saludar al Papa, le tomó fotos con una camarita y viajó en el papamóvil.

4 de agosto de 1986

Todo el mundo pensó que se trataba de un guardia más. Un joven moreno, de baja estatura, pelo lacio, chaqueta gris y corbata, encaramado en la parte posterior del papamóvil, que entraba en franco contraste con los dos gigantescos y monos guardias suizos que viajaban un poco mejor acomodados a lado y lado del vehículo, pero a nadie le parecía raro. "Colinchado" al papamóvil, el muchacho pasó inadvertido como otro de los miembros de la comitiva durante el trayecto entre el aeropuerto y la Catedral, el 1° de julio, día en que llegó a Bogotá el Papa Juan Pablo II.
En realidad no era más que un "colao". Miguel Ignacio Bermúdez, un ex seminarista, licenciado en filosofía y letras y que alterna sus actividades de periodista deportivo con la dirección de una fundación recreativa, le pidió ayuda a Dios y logró lo que él considera "un verdadero milagro": haber estado tan cerca al Papa como para conseguir saludarlo cuatro veces y viajar de pato en el papamóvil durante el primer recorrido que hizo el Pontífice en Bogotá.
El milagro fue completo. No sólo logró burlar las extremas medidas de seguridad establecidas por los organizadores de la recepción papal sino que fue el colombiano que mejor se pudo ubicar para tomar fotos del momento en que el Papa pisó suelo colombiano. Cuando Juan Pablo II bajó las escalerillas del avión y se inclinó a besar la tierra, ni un solo periodista o fotógrafo colombiano había podido traspasar la barrera colocada a casi 300 metros del lugar. Los únicos fotógrafos que estuvieron cerca al Papa en ese momento dramático fueron los mismos que habían viajado con él desde Roma y que dos minutos antes descendieron por la puerta trasera del avión. Y Miguel Ignacio Bermúdez con su camarita de aficionado.
No era tan improvisada la actitud del ex seminarista. Había en ella algo de premeditación, como dirían los abogados. La idea comenzó a gestarse hace casi dos años, cuando el mundo entero supo que el Jefe del Estado Vaticano vendría a Colombia. Miguel Ignacio Bermúdez se dijo: "Esta vez tengo que saludarlo". Era la respuesta a una especie de frustración que cargaba en el cuerpo desde el 23 de agosto de 1968 cuando tenia apenas 13 años y, como cualquier niño de 13 años de 1968, era monaguillo y soñaba con ingresar al seminario. Ese día pudo llegar hasta el Templete Eucarístico en el parque de El Salitre, abriéndose paso a codazos entre la muchedumbre. Pero "estando a sólo tres metros de Su Santidad Pablo VI no alcancé a darle la mano", cuenta a SEMANA. "Ese día lloré mucho", dice.
Bermúdez no dio su brazo a torcer. Durante años llegó incluso a pensar en la posibilidad de viajar a Roma y ver al Papa. Cuando estudiaba en el Seminario Menor de Zipaquirá creía que al ordenarse como sacerdote se le facilitaría el viaje. Después, cuando se desempeñaba como periodista hacía planes sobre un eventual reportaje al máximo jerarca de la Iglesia Católica. "Eso no pasaba de ser simples sueños", explica él mismo. Pero cuando la montaña iba a Mahoma, no podía desperdiciar la oportunidad.
Ver al Papa es, para un ex seminarista como Ignacio Bermúdez, algo así como para un hincha del fútbol hablar personalmente con Pelé. Sin embargo, no hizo gran cosa para estar en primera fila cuando llegara Juan Pablo II. Confiaba, "otra vez ilusamente", que sus viejos amigos en las filas eclesiásticas, más su tarjeta de periodista, serian suficiente garantía para estar en situación privilegiada y no perderle pisada al Papa.
Pero había un largo trecho entre lo que él estaba pensando y lo que estaba pasando en materia de organización y medidas de seguridad papal. El martes 1° de julio se despertó con gran sorpresa cuando, entredormido, escuchaba las noticias que daba la radio a este respecto. "No se permitiría el acceso al aeropuerto; desde las 10 de la mañana se cerraría la Avenida Eldorado", decían las informaciones radiales.
Entonces comenzó su calvario. Inmediatamente se levantó y se fue para el Secretariado Permanente del Episcopado Colombiano. Eran las 9 y 30 de la mañana. Allí, escasamente, adquirió una mediana información sobre la situación en el aeropuerto y se enteró de que sin credencial debidamente autorizada por la Secretaría de Información y Prensa de la Presidencia de la República era imposible penetrar en el aeropuerto. Sin pensarlo dos veces tomó una buseta, aprovechando que todavía había rutas para Eldorado, y se lanzó al agua. Una vez en el parqueadero del aeropuerto y después de haber intentado pasar por alguna de las tres entradas señaladas: una para prensa, otra para invitados especiales y otra para el gabinete ministerial, Bermúdez decidió jugársela toda. Se acercó a los policías que cuidaban la entrada establecida para el papamóvil, les brindó cigarrillos y les hizo la charla. Entre chiste y chanza se fue ganando la confianza de algunos de ellos y se fue haciendo "conocido" para otros. En un momento de esos llegó el papamóvil y hubo necesidad de derribar unas latas para abrirle entrada. Había que correr un andamio que estaba siendo movido por cinco obreros, y sin ponerse a pensarlo hizo las veces de sexto trabajador ayudando a empujarlo. Para ese momento no sólo lo conocían algunos de los policías, sino que ahora lo consideraban otro de los trabajadores del aeropuerto.
Aunque su aspecto no era el de trabajador, podía pasar por "oficial", como se llama al capataz de los obreros de la construcción. Pero podia pasar también como un agente secreto, dada la confianza que mostraba con los policías o como empleado de la Curia encargado de aspectos logísticos. Lo cierto es que, como buen seminarista, con su cara de bonachón, su aspecto inofensivo y algo de charlatanería, Bermúdez puede pasar por cualquier cosa que no sea sospechosa. Da la impresión de ser un buen tipo.
Pero el ex seminarista de los ojos negros, no se quedó solamente esperando que le vieran cara de algo, sino que empezó a comportarse como si fuera en realidad algo. Cuando un teniente de la Policía daba alguna orden, él pasaba la voz. "Que abran paso que va a entrar la escolta", "pilas con la gente que no tenga credencial", fueron algunas de las expresiones que gritó Bermúdez con voz de mando en más de una ocasión, haciendo eco a la orden de algún oficial de la Policía.
Fue prácticamente Ignacio Bermúdez quien dio la orden para que se cambiara el turno de los agentes de la Policía a la hora del almuerzo. Y fue precisamente en ese momento de despelote cuando logró entrar a la pista del aeropuerto por el lado del papamóvil. Allí sacó su camarita de aficionado, una Olympus Trip y tomó su primera foto: el automóvil papal por dentro.
"Coronada" la pista, se venía un gran problema. ¿Quién diablos iba a decir que era él en caso de que le preguntaran? Pero estaba frente a un reto. ¿Dejarse sacar después de haber conquistado tanto terreno? "Cómo es la vida -pensaba Bermúdez en ese momento-, yo aquí y los periodistas allá encerrados sin poderse mover".
Pero cuando pensaba en las ironías de la vida, pasó su primer susto. Alguien le preguntó qué hacia ahí y lo único que atinó a decir fue "periodista", mientras exhibía su tarjeta profesional. "¿Y la credencial?", inquirió el uniformado. "Por aquí la tengo", respondió asustado el intruso. "No importa, los periodistas son allá al otro lado", dijo el otro , al tiempo que lo empujaba. El ex seminarista, impotente, iba directo a la salida, pero alcanzó a ver que el uniformado se había dado vuelta. Aprovechó para escurrirse hacia un baño y se escondió a rezar. "Dios mío, gracias por haberme dejado entrar hasta aquí, pero por favor no dejes que me saquen", alcanzó a implorar angustiado. De pronto escuchó movimientos y se asomó a ver de qué se trataba. Estaban llegando los invitados al refrigerio que daría Belisario a sus ministros en una sala improvisada al lado de la pista. Después de santiguarse se metió a la sala y cogió su vaso de whisky. Allí comenzó a portarse como un encargado de protocolo. Recibía a los ministros, los hacía seguir y les ponía conversación. En ese instante se oyó el estruendo del helicóptero presidencial que aterrizaba. Corrió la bola de que el vuelo papal estaba adelantado varios minutos y todo el mundo abandonó la sala de protocolo. Bermúdez, ni corto ni perezoso, llamó a los policías y agentes de seguridad para que dieran buena cuenta de los pasabocas que habían quedado servidos y se consagró, ante los uniformados, como un personaje. Si hasta ese momento hubiera existido alguien con reservas frente a la presencia de este intruso, con ese gesto las desbarataba.

Eran las 2 y 50 de la tarde. Ya se oía el motor del jumbo papal de Alitalia y Presidente y ministros corrían a instalarse en la plataforma de tapete rojo. Todo el mundo clavó sus ojos en la portezuela del avión y Bermúdez encontró la oportunidad de sumarse a la comitiva de recepción. Cuando algunos de los obispos caminaron hacia las escalerillas del avión, se fue tras ellos y después de que el Papa besara la tierra y saludara a los obispos, fue el primer laico colombiano que le tendió su mano. "Yo salí llorando y dándole gracias a Dios" cuenta emocionado el ex seminarista. Bermúdez registró estos momentos en su cámara.
Ya había obtenido lo que quería. Había saludado al Papa, le había tomado fotos a dos metros de distancia. Sin embargo Bermúdez, abusando de su buena suerte, decidió seguir adelante. A esas alturas nadie lo miraba como un extraño. Pasaba familiarmente inadvertido. Varios hombres de civil comenzaron a desalojar de la zona a los periodistas extranjeros. Bermúdez no esperó a que lo sacaran. Se fue saliendo, pero dándole una vuelta al avión para quedar situado exactamente del otro lado, en donde no había nadie desalojando y a pocos metros del sitio en donde estaba el automóvil del Papa.
Cuando el Pontífice subió al papamóvil, fue a saludarlo nuevamente. Ya no le importaba que lo sacaran, aunque fuera a las patadas. Al llegar al automóvil papal tuvo que encaramarse para darle la mano. El Pontífice sacó de su bolsillo una camándula y se la entregó. "Que la bendiga", le pidió a monseñor Mario Revollo Bravo, quien viajaba también en el carro. Juan Pablo II la tomó, la bendijo y se la devolvió al ex seminarista. "Me quería botar del carro de la emoción" dice Ignacio Bermúdez. Pero el papamóvil ya había arrancado con el ex seminarista a bordo.
"Colinchado" al carro papal y prácticamente agarrado de un Policía que también iba en la parte trasera parado én el parachoques, Bermúdez escuché lo que uno de los guardias suizos le preguntaba: "¿ Y tú quién eres?". "Yo soy un ciudadano colombiano" dijo asustado el ex seminarista. "¿Y qué haces aquí?", "Es el día más feliz de mi vida", respondió con los ojos aguados. El guardia hizo un gesto y le advirtió: "Tan pronto pare el coche te bajas". El "colao" dijo si con la cabeza, pero el carro solamente paró cuando llegó a la Plaza de Bolívar, al pie de la escalinata de la Catedral Primada.