Especiales Semana

El empaque ideal

Casi siempre, el carisma parece indispensable para ganarse al pueblo. Incluso, puede reemplazar el impacto de las ideas.

Germán Medina Olarte*
26 de septiembre de 2009

En un mundo donde la gente no hace grandes elucubraciones para escoger el  candidato de sus preferencias, entra a jugar un elemento que parece superfluo pero que elige gobernantes en todo el mundo: el carisma. A un Barack Obama sin esas características le hubiera costado más ganar la presidencia de su país. Sin embargo, no todos logran convertir la razón de algunos en los actos de la pasión de todos. Es el caso del ex vicepresidente norteamericano Al Gore, que a pesar de ser reconocido por su inteligencia y preparación era considerado por la mayoría de los ciudadanos como un dulce sin azúcar.

El carisma se convierte en el gran potenciador de la imagen, hasta el punto que en muchas ocasiones reemplaza las propuestas, las estrategias, las posiciones y simplemente conecta al posible elector con el candidato, de tal manera que lo que la gente rechaza por medio de la lógica, lo acepta a través de la emoción. Obviamente el carisma no es un seguro para que un líder sea buen o mal gobernante, pero no hay duda de que lo ayuda a ganar.

Un elemento importante que le agrega mayor cotización al carisma es la posibilidad de convertir esa característica en mensaje de campaña, es decir, potenciar ese don al máximo. Está comprobado que el candidato es el mensaje más importante. Lo que  es el candidato, es más importante que lo que él quiere o desea ofrecer. Si la gente no cree en el candidato, si el candidato no agrada, si el candidato no emociona, las propuestas no vienen al caso. La gente no lo va a escuchar. Y por lo tanto no va a votar por él.

El carisma también ha sido estudiado como un conjunto de comportamientos y rasgos. En el tema del comportamiento, el carisma es un elemento que agrega fuerza a la personalidad, al permitir que ésta exprese más energía. En cuanto a los rasgos físicos está claro que una cara sin expresión, unos ojos sin vida, una sonrisa falsa, son el marco perfecto para que un candidato no tenga la mínima posibilidad de brillar. Pero alguien dirá que con una cirugía todo se arregla; sin embargo, hay que recordar que el carisma no se impone, es innato. 

En la historia reciente de nuestro país los candidatos a la presidencia han recorrido el espectro del carisma en todos los tonos. Un Barco de pelo blanco y de imagen de abuelo, que no tenía facilidad de expresión, generaba bondad. Su carisma era la imagen patriarcal apoyado por un partido organizado y disciplinado. Un Gaviria que asumía su candidatura presidencial, arropado con la bandera del duelo por el asesinato de Luis Carlos Galán, supo entender la tragedia política y el sueño de cambio de todo un país. Su personalidad no expresaba un carisma arrollador, pero supo aprovechar su rol con altura para despertar una solidaridad esperanzadora. Un Samper que contaba con un excelente sentido del humor, inteligencia y experiencia generaba sentimientos encontrados, su forma afable y carismática de comportarse en privado no se percibía en la plaza pública. Un Pastrana con una trayectoria mediática muy larga era la esencia del carisma juvenil, alegre, cercano a la gente. Un Uribe serio, incluso un poco aburrido, contaba con una gran ventaja, tenía claro la mano firme contra la guerrilla, que expresaba con convicción y los colombianos apoyaban. Además su forma provincial de acercarse a la gente le daba una fuerza única que le permitía generar una gran empatía.

Hoy muchos de nuestros precandidatos y candidatos no tiene ese don, otros lo tienen pero no saben  que lo poseen y unos pocos saben que lo tienen y lo  administran de tal manera que reflejan lo que ellos son y lo que la gente quiere.
 
* Director de MPC Comunica