Especiales Semana

EL FIN DE UNA ERA

Con Pérez en la cárcel y Caldera en problemas para gobernar, los grandes de la política venezolana de la segunda mitad del siglo se enfrentan al juicio de la historia.

20 de junio de 1994

EN SUS DECLARACIONES mientras se aprestaba a aceptar su detención dictada por la Corte Suprema de Justicia, el ex presidente venezolano Carlos Andrés Pérez dijo atravesar el peor instante en sus 50 años de vida política. En ese momento, en el Palacio de Miraflores el presidente Rafael Caldera meditaba tal vez sobre la forma como le tocó, ese fin de semana, salir al paso de rumores que lo daban por muerto, supuestamente apabullado por la crisis que vive su país.
Al final de su vida pública, Pérez, de 72 años, se enfrenta a acusaciones de tinte político, y Caldera, de 78, parece incapaz de manejar problemas que requieren mucho más que un líder carismático. El singular momento que vive Venezuela crea un extraño paralelismo entre esos dos protagonistas de la política de ese país en la segunda mitad del siglo XX. Ambos fueron elegidos dos veces para que repitieran el éxito de su primer período, sin contar con que la historia no se repite y los problemas, lejos de simplificarse, se complican cada vez más. Ambos, en extremos diferentes, se han convertido en síntomas vivientes del final de una era de Venezuela.
Carlos Andrés Pérez, cofundador de uno de los dos partidos mayoritarios, Alianza Democrática (AD,socialdemócrata) fue presidente entre 1974 y 1979,y resultó elegido por segunda vez a finales de 1988, porque los venezolanos creyeron que el hombre que había administrado la bonanza petrolera una década atrás les iba a devolver la riqueza perdida por la caída de los precios. Pero pocos días después de la posesión los habitantes de los tugurios que rodean a Caracas no resistieron un hambre que no conocían y bajaron en hordas a arrasarlo todo, con saldo de cientos de muertos.
No obstante, Pérez no cejó en aplicar las correcciones exigidas por los organismos de crédito internacional para sanear una economía que ya no era la de la abundancia, y los venezolanos, acostumbrados a otra cosa, descubrieron que el suyo ya no era un país privilegiado. Para el hombre de la calle, el problema no era el final de la fortuna fácil ni el desequilibrio estructural, sino una corrupción que, rampante en muchas áreas de la administración pública, había sido tolerada hasta cierto punto en épocas de vacas gordas. En ausencia de un responsable a quien echarle la culpa, nadie mejor que ese presidente que, a pesar de los problemas, seguía desempeñando un papel preponderante en la política internacional. Dos intentos de golpe y la posterior destitución por el Congreso resultaron inevitables en esas circunstancias.
De ahí que sea una doble ironía que los cargos por los que se le acusa, malversación y peculado por 17 millones de dólares, se relacionen con el papel internacional que jugaba Venezuela a comienzos de la década actual.
Según la Corte Suprema de Justicia, los fondos fueron usados para una 'Operación Gardenia', por la cual policías venezolanos viajaron a Nicaragua para prestar seguridad a la recién elegida Violeta Barrios de Chamorro, y para asesorar la creación de un nuevo cuerpo. La malversación se configuraría por la desviación de recursos- pues la destinación era la seguridad interna-, y el peculado, por existir un beneficiario particular, la señora Violeta.
El abogado de Pérez, Alberto Arteaga, dice que su cliente no puede defenderse revelándolo todo, porque de hacerlo quedaría incurso en otro delito. Pues el fondo utilizado es secreto.
Y que, en cualquier caso, la indicación de ser para seguridad interna no significa que el fondo no se pueda usar en el exterior.
La pregunta es: si Pérez no hubiera sido singularizado como la fuente de todos los males, ¿no sería presentable que el presidente de Venezuela destinara sus fondos de libre disposición a ayudar al proceso democrático de un país del área? Barrios de Chamorro había vencido al sandinismo, que se había afincado en todas las áreas del poder, incluso en las fuerzas de seguridad, y por eso no contaba con un cuerpo confiable. Y es claro que la seguridad de un país de la región es importante para todos los del área. De ahí que resulte irónico que el chivo expiatorio de la corrupción sea enjuiciado por un acto que, si bien es controvertible, no parece haberle reportado beneficio personal.
Todo ello parece explicar la tranquilidad con que Pérez ha tomado su detención, pues en las circunstancias turbulentas que vive el país, no sería descartable convertir esa aparente derrota en un martirio por la democracia. Al fin y al cabo su contraparte histórica, el presidente Caldera, no parece tampoco en capacidad de resolver los problemas por arte de magia, como se esperaba del propio Pérez hace sólo cinco años.
Caldera fundó en 1946 al Copei (Comité Organizado Popular Electoral Independiente), como expresión de la democracia cristiana, y fue presidente entre 1969 y 1974. Pero en su nuevo período ya no es el mismo, y ni siquiera es miembro del partido que fundó, pues su nuevo triunfo se debió a su manejo del descontento popular y a una agrupación (Convergencia Nacional) armada a las carreras y compuesta por comunistas, socialistas y golpistas que poco o nada le deben políticamente, sobre todo si fracasa en su gobierno.
Caldera debe manejar un Congreso que sólo le respalda en un 25 por ciento, en medio de circunstancias económicas extraordinariamente difíciles. Y lo peor es que el presidente se sume en un mutismo cada vez mas evidente, al punto que la semana pasada tuvo que hacerse fotografiar jugando dominó con unos militares para probar que estaba vivo.
Pérez podría salir de este atolladero y Caldera podría sacar al país al otro lado. Pero lo único que queda en claro es que Venezuela, tras años de despreciar la creación de nuevos cuadros dirigentes, ha llegado al día en que tendrá que romper con el cordón umbilical de una clase política que debería estar jubilada hace mucho tiempo. -