Especiales Semana

El gran palo

Todo el mundo pensaba que esta elección solamente iba a posicionar a Alvaro Uribe para el año 2006. ¿Qué pasó?

20 de mayo de 2002

Alvaro Uribe Velez, abogado a punto de cumplir 50 años, antioqueño de pura cepa, terco de convicciones, metódico, ahorrativo, disidente liberal y sin el apoyo oficial de ningún partido tradicional, obtendrá el domingo 26 de mayo la votación más alta en la primera vuelta presidencial según todos los pronósticos estadísticos.

Uribe, que fue dirigente estudiantil, alcalde de Medellín, gobernador de Antioquia, estudiante de las prestigiosas universidades de Harvard y Oxford y senador por ocho años, arrancó de último en la carrera por la Presidencia de Colombia. En agosto de 2000 apenas llegaba al 5 por ciento y en marzo de 2001 marcaba sólo 15 puntos. En septiembre iba 20 puntos por debajo de Serpa y el 40 por ciento del electorado lo desconocía. A fines de enero de este año se disparó y pasó a Serpa, y al comenzar febrero era tal su popularidad que las encuestas le daban casi el 60 por ciento de la votación, con enormes posibilidades de ganar por knock out en la primera ronda.

Se trepó empujado por muchos factores. Se supo posicionar como alternativa a lo que el país percibía como un gobierno blandengue frente a una guerrilla feroz y en crecimiento. Hastiados de las concesiones estériles a las Farc a miles de colombianos les gustó el discurso de Uribe de mano dura. Mientras más se enredaba el proceso de paz y la guerrilla secuestraba más gente, más subía Uribe, ubicado en el corazón del tema central de campaña. Serpa, con su discurso social, y Noemí con el suyo, de empleo, quedaron descolocados. El raciocinio de muchos era simple: sin seguridad no habrá inversión, ni empleo, ni progreso social y la culpa la tiene la guerrilla y Uribe va a acabar con ella.

También subió porque su estilo, al principio seco, casi de tecnócrata aburrido, se fue transformando en uno más espontáneo, seguro y que demostraba un conocimiento sorprendente, al detalle, de muchos problemas nacionales. Además lanzó unas recetas de bajo costo político y de alto impacto popular, como la de cerrar consulados o acabar con prisiones especiales para los políticos corruptos.

Con una campaña pequeña, austera al extremo de que la mayoría de los profesionales en ella trabajan gratis y cada cual se paga sus viajes y sus comidas, Uribe se veía sano, distinto, sin la contaminación de los políticos tradicionales.

El auge, sin embargo, le trajo problemas. Al verlo ganador los políticos llegaron a su campaña como moscas a la miel. Y en las elecciones de marzo para Congreso se dio un nuevo fenómeno en la política colombiana: estar cerca de Uribe traía votos. Era el candidato presidencial trayéndole votos a los congresistas y no al revés, como siempre había sido. Hoy cuenta con el 60 por ciento del Congreso y si bien eso le podrá ser útil si llega al gobierno, también le ha desdibujado su imagen de independiente.

Tampoco pudo manejar bien el escrutinio público que hacen los medios de los candidatos en campaña. Así, por ejemplo, ante las preguntas del periodista estadounidense Joseph Contreras, perdió la paciencia y suspendió la entrevista, y frente a las denuncias de Daniel Coronell en Noticias Uno salió en falso tratando de contradenunciar al periodista. Todo el control que demostró en el debate por televisión, por ejemplo, por momentos se esfumó ante algunas críticas y no hubo yoga que valiera. Sus rabietas frente a cuestionamientos sobre la legalidad de su lucha contra la guerrilla cuando fue gobernador también ha afectado su imagen pública de liderazgo para tiempos difíciles.

El fin del proceso de paz y el comienzo de la guerra sin esperanza de fin también ha debilitado el contraste que antes hacía la propuesta de mano dura de Uribe. Por ello en abril y mayo bajó en las encuestas. Pero hoy su 49,3 por ciento muestra una ventaja enorme que podría presagiar su triunfo directo en la primera vuelta.

También hay que decir que Uribe Vélez llega a los comicios de milagro. Fue objeto de un feroz atentado en Barranquilla en abril, del que salió ileso. Y su vida sigue corriendo grave peligro, lo que demuestra que eso de que la democracia colombiana está jugándose su supervivencia en estas elecciones no es sólo teoría, sino que es literalmente cierto.