Especiales Semana

El hombre trompo

Enrique Leal rescató del olvido los juegos populares y ahora recorre las poblaciones más pobres del país regalándoles juguetes a niños de escasos recursos.

14 de marzo de 2004

Enrique Leal comprendió la importancia de los trompos el día en que un niño de un barrio marginal de Bogotá le propuso intercambiar su esfero por uno de los trompos con los que Enrique hacía una exhibición. Cuando el publicista le dijo que los útiles escolares no eran canjeables por juguetes, el muchacho le respondió que no había de qué preocuparse pues el esfero no era otra cosa que una cuchilla disfrazada. Enrique le preguntó de dónde había sacado el arma y el niño respondió que muchos jóvenes de su colegio tenían una. Esa noche Enrique se encerró en su pequeña empresa de plásticos y con los restos de materia prima que le quedaban fabricó 5.000 trompos para intercambiarlos al día siguiente por las cuchillas.

Esta es sólo una de las tantas anécdotas que enriquecen la hoja de vida de este singular hombre, quien sin el apoyo económico de ninguna institución pública o privada, ha logrado llevarles alegría a miles de niños de escasos recursos a lo largo y ancho del país.

Enrique Leal es un convencido de la importancia del juego en el desarrollo físico, social y afectivo de los jóvenes y por eso rescató del olvido la práctica de juegos tradicionales como el trompo, el diábolo y la bodoquera. Con estas actividades los pequeños perfeccionan su motricidad fina y gruesa, la concentración y la coordinación entre vista y mano, al tiempo que aprenden a calcular la velocidad y el manejo tridimensional del espacio.

Desde que comenzó el proyecto, Enrique y su grupo de voluntarios han visitado municipios de Chocó, Amazonas, Cundinamarca y el Eje Cafetero, y se han encontrado con comunidades sumamente pobres en las que los niños ni siquiera tienen muñecas o pelotas para jugar. Además de realizar exhibiciones, el grupo viaja en compañía de médicos y odontólogos que aprovechan la jornada lúdica para atender a los pequeños y sus familias.

Para financiar las expediciones a estas regiones, Enrique hace talleres sobre juegos tradicionales en varios colegios de Bogotá, y con el dinero que recoge se fabrican los juguetes que se van a regalar a los jóvenes de escasos recursos. "La mayor satisfacción -señala Enrique- es la felicidad de los niños. Muchas veces el juguete es lo de menos. Lo que quieren es amor".