Especiales Semana

El mapa

Es un símbolo inconfundible con el que convivimos desde que tenemos uso de razón. Lo reconocemos en una milésima de segundo, aunque dibujarlo de memoria sea una tarea casi imposible.

Eduardo Arias *
24 de junio de 2006

En el planeta Tierra existen unos 200 países y muy pocos tienen un mapa tan especial como Colombia. Por razones de marketing global existen unos muy fáciles de reconocer a ojo: Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos... Pero muy pocos tienen la belleza y la gracia del mapa de Colombia. Tal vez India, Italia,Tailandia, Grecia. O los archipiélagos: Japón, Filipinas. Indonesia...

Pero en todos esos casos es mérito del movimiento de las placas tectónicas y otros fenómenos que han delineado el contorno de las costas y las cordilleras que les sirven de límite. La belleza del nuestro tiene que ver con sus costas. Pero buena parte de lo que lo hace tan distinto y especial ha sido creado por el hombre.

El mapa de Colombia es puro diseño. Es el resultado de extenuantes comisiones de verificación de límites que se han internado en selvas impenetrables y valles ardientes. Rectas que se unen a ríos que se juntan con cadenas de montañas que se tocan con los litorales.

Un largo proceso de varias décadas en las que han ido apareciendo en el sur esas formas caprichosas que equilibran ese norte dominado por los accidentes geográficos del litoral Caribe y coronados por la belleza natural de la península de La Guajira.

Un cambio extremo. De la obesa Gran Colombia pasamos a la popocha Confederación Granadina. Y tras la Guerra con el Perú, de 1932, el mapa de Colombia adquirió esa figura estilizada que envidiaría cualquier modelo de pasarela. ¿Anorexia cartográfica? Casi: basta admirar ese trapecio amazónico, resultado de unas caprichosas rectas en ángulos oblicuos que unen el Caquetá con el Amazonas y el Putumayo con el río Atacurí poco antes de desembocar en el Amazonas. Esa especie de trompa de elefante que brota de Guainía y que bordea el río Negro en dirección sureste. Esa coqueta nariz que se aferra a la frontera oriental de Vaupés y se mete en selvas de Brasil que en un remoto pasado fueron de Colombia. Esa larga recta en diagonal que une el Arauca con el Meta. Y más rectas en Norte de Santander, en el costado sur oriental de La Guajira.

Este mapa es un símbolo de una inmediatez absoluta. Su croquis se reconoce en una milésima de segundo. A diferencia de la bandera, que a veces resulta ser la de Venezuela o Ecuador y que les ha hecho creer a millones de ilusos que el equipo del vecino país que juega en el Mundial de Fútbol de amarillo y azul es Colombia.

El mapa nos ha acompañado siempre. En el aula, obvio, pero también en vallas promocionales de programas de desarrollo rural en el borde de las carreteras. En los escudos de decenas de gremios. En las medallas al mérito que entregan las universidades y academias como las de Historia o la de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. En las portadas de los textos escolares. En infinidad de portadas de documentos de Planeación Nacional y otros ministerios y dependencias, en pines metálicos que se pegan en las solapas. En los partes de guerra del Ejército que explican el eterno retroceso de la insurgencia y los cultivos ilícitos,. En esos afiches ilustrados con fotografías de una recolectora de café y un jinete llanero y un pescador que lanza su atarraya que rellenan su interior.

De todas las representaciones posibles de Colombia, tal vez la más linda sea el mapa político-administrativo. Con los departamentos pintados en varios colores y, en un par de recuadros, San Andrés, Providencia y Malpelo. Es el más lindo porque los mapas de casi todos los departamentos de Colombia son hermosos: Valle, Santander, Cundinamarca, Cesar, Risaralda, La Guajira, Antioquia, Cauca, Nariño...

El mapa es un símbolo que desde niños tenemos muy claro en la cabeza. Porque otra cosa muy distinta es tratar de dibujarlo de memoria.

* Editor de Cultura, Revista SEMANA