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El monje de los páramos

En Colombia hay por lo menos 98 especies de frailejones. Sin embargo, más de la mitad se encuentran amenazadas.

11 de diciembre de 2010

Mística y silenciosa se esconde tras la niebla de los páramos colombianos una especie de planta que enriquece estas tierras, no solo por su extraña belleza, sino por su capacidad para brindarles al suelo y a otras especies, incluido al hombre, un recurso vital: el agua.

Se trata de los frailejones. Uno de sus nombres científicos es Espeletia pero, además de los biólogos y botánicos, nadie se refiere a ellos de esta forma. Para el resto de la humanidad son frailejones, y los llamaron así por su porte erguido, su tallo cubierto por muchas hojas secas y otras más relativamente grandes, que terminan formando una roseta en la punta, que de lejos los hace parecidos a un fraile.

Ahora podría decirse que su semejanza con los religiosos no se da solo por su porte, sino por el trabajo sosegado y comprometido con el que cuidan y mejoran los ecosistemas donde habitan. Pueden durar creciendo hasta 100 años, pero desde que nacen empiezan a cumplir su función principal: almacenar agua. Son como pequeños bosques en los páramos, que albergan en sus hojas pegadas al tallo una variedad incalculable de microfauna. Los turpialines andinos, por ejemplo, se alimentan de sus semillas.

Pese a que los frailejones son muy similares, y para el ciudadano común sus diferencias más grandes solo radicarían en el tamaño o la forma de sus hojas, realmente existen alrededor de 170 especies repartidas en la Cordillera de los Andes. Colombia es el país que cuenta con mayor riqueza pues tiene aproximadamente 98 especies, explicó Nicolás Rodríguez, miembro del Laboratorio de Botánica y Sistemática de la Universidad de los Andes.

De estas, 81 serían únicas del país, esto sin mencionar diferentes variedades que se están encontrando. Pero el panorama real no es tan optimista. De acuerdo con el Libro rojo de plantas, publicado por el Instituto von Humboldt y el Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional, el 53 por ciento está en alguna categoría de amenaza, y de estos, el casi 23 por ciento, en peligro crítico.

Tal es el caso del Espeletia dugandii, o frailejón de Dugand, o simplemente frailejón, como lo llaman los habitantes del páramo El Almorzadero (Santander y Norte de Santander), único lugar en Colombia y en el mundo donde se encuentra esta especie.

Mide entre uno y dos metros de altura, y si se tiene en cuenta que crecen entre uno y tres centímetros al año, habrá algunos que ya tienen, entonces, más de 200 años de vida. En la punta, como casi todos, sus hojas forman una roseta. Sus flores están agrupadas y juntas parecen una sola flor, como el girasol o las margaritas. No en vano son de la misma familia.

Sin embargo, aunque el páramo tiene una extensión de aproximadamente 104.000 hectáreas, los frailejones de Dugand únicamente se encuentran en áreas menores a los 100 metros cuadrados. Según Hugo Alberto Fernández, alcalde del municipio de Cerrito, población a la que pertenece la mayor parte del ecosistema, esta especie ahora solo puede observarse en dos puntos: el Barsali y Cruz de Piedra.

Esto la convierte en una especie en peligro crítico, amenazada durante muchos años por la siembra de papa y la cría de ganado. Y ahora existe temor por la minería, pues está aprobada la exploración de carbón y de oro en el páramo El Almorzadero, lo que ha generado una gran polémica.

Lo que seguramente no se ha tenido en cuenta es que este es un ecosistema especializado en capturar, almacenar y regular el agua de quebradas, ríos y al menos 31 lagunas que alimentan las cuencas del río Servitá, cuyas aguas van a desembocar al río Chicamocha, afluente del Magdalena; y a los ríos Colorado, Taveta y Chachabrí, afluentes del río Arauca, en la Orinoquia.

En este hermoso páramo no solo crece una de las especies más lindas y propias de frailejones, también nacen quebradas como Susalí, Pescadito, El Fraile, Tierra Negra y Agua Sucia, las cuales surten de agua a la mayoría de municipios de la provincia de García Rovira, en Santander, y varios municipios de Norte de Santander y hasta Arauca.