Especiales Semana

El mundo vive de burbujas

El fundador de StarMedia, empresa que revolucionó el mundo de Internet en América Latina, revela cómo hizo para convertir en realidad un sueño y las lecciones que le dejaron el ‘boom’ y el desinfle de las punto com. Claves para entender la crisis financiera actual y las burbujas que vendrán.

Fernando Espuelas*
21 de junio de 2009

El mundo se ve distinto desde el interior de la burbuja. Ésta es un universo simbólico dentro de sí misma. Sellada herméticamente, con todas las necesidades de sus habitantes satisfechas –oxígeno, luz, alimento– estos universos están gobernados por sus propias reglas. Y mientras todos estén dentro de ella, funciona. Hasta que un día, estalla.

Durante los últimos meses, desde que la burbuja financiera global explotó con un estallido que se oyó por todo el mundo, la gente se pregunta cómo es que no lo vimos venir. Hace apenas unos años, mientras los precios de la vivienda aumentaban sin estar atados a algún valor real, las eminencias que manejaban la economía de Estados Unidos, como Alan Greenspan, nos decían que no era una burbuja, sino, a lo sumo, “espuma”. Pero nunca una burbuja.

Sin embargo, en retrospectiva, esto era claramente insostenible. La premisa misma de la burbuja actual –que los precios de la vivienda en Estados Unidos continuarían subiendo independientemente de cualquier otro factor y que por lo tanto se les podían crear nuevas clases de activos súperseguros (llamados ahora ‘activos tóxicos’)– es la clásica mentalidad de una burbuja.

Casi un año después de la peor
disrupción financiera mundial desde la Gran Depresión de los años 30, causada en parte por el estallido de la burbuja del mercado accionario estadounidense, la gente agita los brazos, arruga la frente y se pregunta ¿cómo es que pasó otra vez?

La respuesta es simple: las burbujas son una parte tan vital del capitalismo como el dinero, los emprendedores y los banqueros.
Yo sé mucho de burbujas. Viví en una de ellas. Nosotros, como habitantes de burbujas anteriores, no sabíamos que nuestro pequeño universo era una de ellas. Nos vimos como parte de una ola que habría de cambiar el mundo (y como resultó ser, estábamos en lo cierto).

Al igual que los ingenieros financieros que trabajaban en Londres y Nueva York durante los últimos años, la confección de valores apoyados en hipotecas que revolucionarían las finanzas mundiales y que, de paso, produciría grandes ganancias, en los primeros días de Internet nos dedicamos a convertir a los latinoamericanos en internautas, y con ello, a cambiar el curso de la historia.

Fundé StarMedia en 1996 como la primera compañía de Internet para toda América Latina. Aunque mucha gente empezó a saber de mí a finales de los años 90, cuando salía cada semana en CNN, Cnbc, FOX, y en portadas de revistas alrededor del mundo, lo cierto es que los primeros días fueron muy difíciles y estaban lejos de ser alegres. La gente se maravillaba de cómo empecé una compañía con un puñado de tarjetas de crédito y cómo ésta llegó a crecer hasta que tres años después StarMedia tuvo una capitalización en el mercado de 4.000 millones de dólares. Pero para mí, el viaje era diferente de lo que aparecía en las noticias y en las brillantes entrevistas.

Todo comenzó...

StarMedia empezó en los 15 centímetros que hay entre mis orejas –en mi cabeza–. En 1995, durante un viaje de senderismo por los Himalayas nepalíes, tuve una revelación. Vi en mi mente a América Latina transformada por Internet, que apenas estaba en su infancia en Estados Unidos.

En mi visión, una América Latina conectada por Internet por primera vez en nuestra historia sería capaz de compartir información, libre de las restricciones de los monopolios mediáticos y los gobiernos que los protegían. Vi un futuro en el que un uruguayo y un colombiano podrían encontrarse en línea e intercambiar ideas, conocerse virtualmente y crear relaciones. Fluirían nuevas corrientes de pensamiento. Desde los sueños locos de Simón Bolívar, nos volveríamos a reunir y, una vez más, aspiraríamos a tener una identidad americana compartida.

Desde el primer día, mis socios y yo sabíamos que estábamos metidos en algo grande. Por desgracia, nadie más lo sabía. Mientras intentábamos persuadir a inversionistas de capital de riesgo, desde Boston hasta Silicon Valley, pasando por Ciudad de México (más de 50 de ellos apenas en el primer año), la respuesta era la misma: No.

Sus razones eran varias. “Hay mucho dinero por hacer en Estados Unidos, ¿por qué arriesgarnos con América Latina?”. “A los latinoamericanos no les gusta la tecnología”. “Los latinoamericanos no tienen teléfonos o computadoras”. “Los gobiernos los van a cerrar”. Y la excusa que me volvía loco: “Están soñando mucho. Unir a América Latina por medio de Internet es muy ambicioso y van a fallar”.

Gastamos nuestros ahorros y tarjetas de crédito, y sin embargo, nunca lo dudamos. Nunca pensamos que fallaríamos. Continuamos tocando puertas hasta que finalmente, alguien en Wall Street entendió nuestra visión y la financió.

Para ese momento, la industria de Internet en Estados Unidos estaba en auge. De repente, como una nueva veta de oro encontrada al lado de una montaña, la gente veía cómo se hacían fortunas en Internet y quería ser parte de eso.

En 1997 nos reunimos con Chase Manhattan. Su unidad de inversión de “alta tecnología” en América Latina estaba en... ferrocarriles. Pero Chase también tenía una unidad de inversiones en Internet en Nueva York. Durante una reunión en esa ciudad, mientras que los inversionistas latinoamericanos decían “no sabemos de Internet, pero tienen razón sobre América Latina”, sus colegas del sector de alta tecnología respondían “no sabemos sobre América Latina, pero tienen razón sobre Internet”. Entonces, encontramos un inversionista.

Seis semanas después, StarMedia había reunido sus primeros 2,5 millones de dólares de dinero institucional. Tres meses después, reunimos 12 millones de Intel y GE Capital. Seis meses más tarde, hicimos la colocación más grande para una compañía de Internet: 80 millones de dólares. Entonces reunimos 40 millones de NBC, eBay, Hearst y Reuters. Hicimos la primera oferta pública inicial de una compañía latinoamericana en 1999, que reunió 125 millones. En total habíamos juntado unos 500 millones de dólares para Starmedia.

Invertimos en tecnología –cerca de 200 de los mejores ingenieros de Nueva York desarrollaron la infraestructura básica para una plataforma mediática en Web 1.0 para correo, chat, video, páginas, etcétera–. Invertimos en grandes redes de computadoras por toda América Latina para llevar nuestro contenido a la gente. Invertimos en mercadeo, y los icónicos avisos en televisión de StarMedia y las vallas cubrieron América Latina, lo que animó una adopción masiva del consumo de Internet.

En el proceso, pasamos de ingresos de 0 dólares en 1997 a 100 millones en 2000. Con una operación en 12 países, vendimos las primeras compañas de Internet a compañías como Citibank, Ford y L’Oreal, entre otras grandes marcas mundiales y locales.
Para el año 2000, StarMedia tenía más de 25 millones de internautas que usaban sus servicios cada mes. Más de 500 anunciantes nacionales e internacionales llegaban a esos usuarios en 12 países y tres idiomas. StarMedia era la séptima red de Internet en el mundo, y la única de las 10 principales que no estaba en inglés.

Entonces, ¿qué pasó?

Nuestro éxito inició una carrera para crear más y más compañías para la Internet latina. Parecía que cada día una nueva ‘compañía’ –un par de tipos que, en muchos casos, tenían poco más que un buen logo– estaba reuniendo 10 millones de dólares por parte de inversionistas de riesgo para ser “la próxima StarMedia”. Conglomerados multimillonarios, así como gigantes mediáticos y de telecomunicaciones, también se estaban metiendo en el juego y a su vez, financiaron y compraron compañías nacientes por decenas y cientos de millones de dólares. En Brasil, esto tuvo un nombre. El semanario económico Exame lo llamó “el efecto Espuelas”.

Incluso el Chase Manhattan, que en 1999 declaró un beneficio extraordinario por 900 millones de dólares por su inversión en StarMedia, empezó a comprar compañías que competían con StarMedia. Después supe que éstas sólo intentaban sacar tanto oro como pudieran antes de agotar las vetas de la montaña.

Cuando el mercado tecnológico de Estados Unidos estalló –primero las compañías de telecomunicaciones, después las empresas tradicionales de tecnología y, por último, las compañías de Internet– se había creado un tsunami. El Chase, por ejemplo, estaba tan sobreexpuesto en el sector de Internet (en una clásica situación de burbuja) que su junta directiva dio la orden de vender su portafolio de este rubro. El banco vendió sus compañías que cotizaban en la Bolsa, lo cual hizo que el mercado cayera e impulsara a otros inversionistas a vender antes de que también sufrieran pérdidas masivas. Lo que siguió fue una espiral mortal y la burbuja estalló.

Entonces, ¿cuáles son las lecciones de finales de los años 90 que pueden aplicarse ahora? Primero, que la naturaleza del capitalismo, su sicología inherente, crea burbujas. La motivación por beneficios, que hace que el sistema sea tan poderoso, el que dirige el comportamiento del mercado, es el mismo que lleva al exceso de confianza y de inversión.

En segundo lugar, al igual que en los 90, las instituciones financieras (entonces, los inversionistas de riesgo; en la crisis actual, los grandes bancos que crearon los activos tóxicos que asfixian al mundo financiero) desplegaron un poder casi absoluto para decidir cómo se desarrolla la economía o una industria. El combustible de una burbuja no es el emprendedor que sueña con cambiar el mundo desde un garaje. Ese sueño sólo puede escapar de los 15 centímetros que hay entre sus orejas cuando es alimentado por el capital, el acelerante que crea las burbujas.

Una tercera lección es que, de la misma manera que los inversionistas de riesgo les apostaron a emprendedores sin experiencia que parecían haberlo logrado cuando se trataba de Internet, aun cuando muchos de ellos nunca habían dirigido una compañía o al menos un gran departamento en una empresa tradicional, el sector financiero mundial hizo sus propias apuestas por lo desconocido.

Los departamentos de manejo de riesgo en los principales bancos y fondos de inversión libre se rindieron ante la supuesta innovación: los nuevos, complejos y no probados instrumentos financieros desarrollados por “expertos” que parecían entender una nueva manera de eliminar el riesgo. Al igual que la idea de que los precios de la vivienda seguirían subiendo por siempre, estos instrumentos estaban basados en modelos excesivamente optimistas, modelos que no contemplaron las cesaciones de pagos sistemáticas que hemos visto en Estados Unidos, Europa y el resto del mundo.

La última lección es que las burbujas son normales. Las burbujas en el capitalismo son la capacidad humana de proyectar una idea hasta su extensión más lógica y brillante y luego –más allá de los confines de la lógica y de la física–, hasta un universo simbólico.

Las burbujas son tan naturales como insostenibles. Así que prepárense para la próxima. ¿Cuál será esta vez, la “energía verde”? Aquí vamos otra vez.

*Fundador de StarMedia. Presidente de VoxGente, LLC y conductor del programa radial ‘Café Espuelas’.