Especiales Semana

El valor de informar

Multado, encarcelado y perseguido varias veces por expresar sus ideas , Fidel Cano logró con 'El Espectador' consolidar la libertad de expresión

Alfonso Cano Isaza
11 de diciembre de 1980

Don Fidel Cano, podria decirse, nació para ser periodista, para fundar periódicos y para, en sus editoriales, defender los derechos del hombre, buscar un mejor destino para su patria y propugnar y difundir las ideas liberales. Ser periodista, y por más señas liberal, en tiempos de la Regeneración, a finales del siglo XIX, era una profesión que, las más de las veces significaban para su director, la cárcel, la exacción económica o el ostracismo, y para el periódico, la suspensión decretada por los gobiernos conservadores de turno.

Don Fidel Cano nació el 17 de abril de 1854, en San Pedro (Antioquia) y murió en Medellín el 15 de enero de 1919. Fueron sus padres Joaquín Cornelio Cano y María de los Angeles Gutiérrez. Contrajo matrimonio con Elena Villegas, el 21 de junio de 1876 y de esa unión nacieron 14 hijos, cinco varones y nueve mujeres.

La primera actividad laboral de don Fidel fue el magisterio. En ese apostolado, aplicó las enseñanzas recibidas de su primo, Rodolfo Cano, cuando estudió en Anorí y las del profesor Juan José Molina, en el Colegio de Jesús, en Medellín. En 1872 dirigió un colegio en Envigado. Ya casado, se trasladó a Rionegro donde ejerció como maestro en 1877 y más tarde en El Retiro, asumió la cátedra del castellano en el colegio de ese municipio. Hacia 1880 fue nombrado vicerrector de la Universidad de Antioquia y rector encargado, por renuncia del titular. En esa Universidad fue profesor de planta.

Don Fidel y 'El Espectador'

Don Fidel Cano fundó El Espectador el 22 de marzo de 1887, en Medellín, y en su primer editorial fijó cuál habría de ser la línea de su pensamiento: "Nos proponemos, primeramente, aprovechar en servicio del liberalismo -como doctrina y como partido- la escasa suma de libertad que a la imprenta le han dejado las nuevas instituciones y sus intérpretes, y luego contribuir, o mejor dicho, procurar que otros contribuyan al cultivo de la patria literatura; promover de igual suerte el establecimiento de nuevas industrias en el país o la mejora de las que ya existen, y procurar a nuestros lectores abundantes noticias, tan recientes y fidedignas cuanto nos sea dable, sobre los sucesos importantes que se cumplan en la República o fuera de ella".

Esa escasa libertad de prensa duró bien poco y a lo largo de casi 26 años, desde su fundación hasta el 2 de enero de 1913, sólo circularon 845 ediciones de El Espectador, pues su publicación fue suspendida en seis ocasiones, de las cuales cinco fueron ordenadas por el gobierno central o departamental y sólo una fue forzada por las circunstancias, cuando en 1899 estalló La Guerra de los Mil Días.

Durante esos nefastos años, don Fidel Cano fue multado, encarcelado y desterrado por expresar sus ideas y controvertir las actuaciones de los gobiernos de turno en las páginas editoriales de El Espectador. De esa época son famosos varios editoriales, escritos en una prosa limpia, clara e incisiva y siempre fiel a sus principios y a sus ideas, tales como 'La ley de los caballos', 'La pena de muerte', "El cadalso y yo', 'su majestad regenerante' y 'Errare humanum est'.

Recuerdo una anécdota que muestra muy bien la ironía de su incisiva pluma, cuando el Ministerio de Gobierno lo multó por algún editorial de El Espectador y el telegrama que le enviaron notificándole la multa, terminaba con la consabida frase de "Dios guarde a usted", telegrama al cual respondió don Fidel así: "Puede su señoría disponer del dinero que según su telegrama de ayer ha resuelto exigirme forzosamente. Dios me guarde de usted".

Estas continuas suspensiones, multas, prisiones y persecuciones a un periódico liberal y a su director, muestran la magnitud de las dificultades que sufrieron quienes profesaban las ideas liberales y las difundían, durante esos aciagos gobiernos. También la Iglesia Católica llegó a prohibir la lectura de El Espectador y a excomulgar a quienes lo leyeran o compraran.

Otras facetas

Don Fidel también fue poeta, aunque esta faceta es poco conocida. Algunos de sus poemas han merecido aparecer en antologías de la poesía colombiana, entre ellos A un árbol y El Porce. Su vena poética lo llevó a escribir versos de carácter familiar para leérselos en la Nochebuena, a sus hijos y a los niños pobres que reunía en 'Fidelena' (afortunada conjunción de los nombres de Fidel y Elena), su casa campestre en Sabaneta. Son pequeñas obras de arte por su sencillez y el por el contenido cristiano que en ellos se refleja.

Don Fidel también fue un excelente traductor al castellano del francés y del inglés. El aprendizaje de estos idiomas, cuando el viajar a otros países era casi un imposible, más aún por las precarias condiciones económicas de su familia, fue estimulado por sus dos maestros de cabecera: Rodolfo Cano y Juan José Molina, quienes lo introdujeron en la lectura de los clásicos franceses e ingleses.

Don Fidel tradujo muchas de las obras de Víctor Hugo, de quien era un grande admirador, y son muy conocidas, no sólo por la calidad de la traducción, sino por el contenido ideológico de los poemas, La oración por todos y El cadalso. Esas dos traducciones son pruebas fehacientes de sus íntimas y profundas convicciones filosóficas.

Baldomero Sanín Cano da un perfil de don Fidel Cano en su aspecto de hombre de letras, de político y de periodista, amén de hombre de bien: "En Fidel Cano se unieron excepcionalmente cualidades de bondad y de inteligencia para hacer de él un grande hombre. Poseía una inteligencia clara, constructiva, analítica, equipada por él mismo con un cuidado metódico para servir a los fines a que dedicó su vida generosamente. Poseía el envidiable talento de conocer a los hombres, mas no para servirse de ellos sino para cultivar su amistad o evitarla con exquisito tacto y los más atinados y severos modales. Sobre todo fue un hombre de carácter no en el sentido de hacerse superior a los demás hombres y rechazar con severidad y aun con dureza las opiniones contrarias a su modo de sentir y de juzgar los hechos y las gentes.

"Tenía de lo moral un concepto firme, acomodado a las nociones cristianas del evangelio y a ellas sometía sus relaciones con el prójimo y consigo mismo. Fue leal a sus principios en todas las situaciones de la vida y fue, además, cosa extremadamente difícil de realizar en las sinuosidades de la política, leal siempre consigo mismo, sin contradecirse jamás con las ideas que adoptó desde joven".

El abuelo que no conocí, escrito por Guillermo Cano Isaza para el centenario del nacimiento de don Fidel, es la más humana y emotiva semblanza de su abuelo. Transcribo uno de sus apartes: ".A los 10 años me dijeron que había estado en la cárcel. No una vez, sino muchas veces. Me explicaron que había ido a la cárcel por defender la libertad de sus ciudadanos. A los 10 años -sobre todo cuando esos 10 años los cumplía en un país donde entonces se respiraba libertad- resultaba increíble, incomprensible e injusto que un hombre hubiera ido a la cárcel por defender la libertad. Me dijeron, además, que mi abuelo había ido a la cárcel por defender las ideas liberales; por defender su periódico; por defender a sus amigos pobres, a sus amigos políticos, a sus amigos liberales. También fue difícil entender, a los 10 años, que un hombre pudiera ir a la cárcel porque había defendido unas ideas, un periódico y unos amigos. En la ingenuidad de mi entendimiento comenzó a alumbrar una pequeña luz. Si mi abuelo no hubiera ido a la cárcel a consecuencia de su lucha por la libertad, por sus ideas, por su periódico, y por sus amigos, tal vez yo no estaría gozando de los privilegios de una libertad absoluta, de unas ideas hermosas, de un periódico en desarrollo, y de unos amigos leales y magníficos.

"La cárcel no era entonces solamente -como lo creía- el local horrible donde pagaban sus crímenes los asesinos y los ladrones. La cárcel podía ser también un medio para alcanzar unos fines nobles. Existen, lamentablemente, seres desgraciados que recibieron como herencia de sus abuelos el deshonor de la cárcel. La prisión de mi abuelo, de la que supe a los 10 años, fue para mí antes que un motivo de vergüenza, un título de honor. Más tarde, pude comprender mejor -en la crisis de la patria- que cuando se defiende honradamente un principio de justicia, no importan ni el fuego, ni el terror, ni la cárcel. Y así conocí otra faceta de mi abuelo. La del gran perseguido que puso por encima de su tranquilidad material sus ideas y su espíritu". (Guillermo Cano no intuyó entonces, que él y El Espectador, sufrirían nuevos y sangrientos vejámenes: su propio asesinato, el 17 de diciembre de l986 y el estallido de un carro bomba en sus instalaciones, el 2 de septiembre de 1989).

Mucho más podría decirse de don Fidel. Infortunadamente, el espacio sólo pude dedicarlo a los aspectos más importantes de su personalidad.