Especiales Semana

EN BUSCA DEL PARAISO

Hace 100 años, huyendo de persecuciones religiosas y políticas, comenzó la mas grande inmigración de libaneses a Colombia.

17 de octubre de 1994

CUANDO ALFONSO LOPEZ PUMAREJO LE preguntó a Alejandro Galvis Galvis por qué se empeñaba tanto en la candidatura de Gabriel Turbay, en la década de 1940, Galvis le respondió: "porque él es santandereano como yo, y desde los tiempos de Aquileo Parra no tenemos un presidente de nuestra región ".
Turbay, nacido de padres libaneses en 1901, había llegado a los círculos de poder del liberalismo tras haberse destacado entre los grupos de izquierda que atrajeron la atención en aquellos años. Su grado de medicina fue reemplazado muy pronto por la pasión política en una carrera exitosa que sólo vendría a truncar su prematura muerte: congresista, ministro de varias carteras en distintos gobiernos, embajador de Colombia en distintas misiones diplomáticas y, por último, candidato a la Presidencia de Colombia.
En las reuniones de gabinete, López Pumarejo llamaba a Turbay el 'Turco', apodo que con frecuencia sus opositores conservadores intentaban explotar para crearle animadversión en el electorado. Pero ni el apodo ni las caricaturas que a veces lo representaban con una prolongada nariz, parecen haber tenido mucho éxito. El 'Turco' siguió conquistando el liderazgo del Partido Liberal, inclusive en oposición a Jorge Eliécer Gaitán, y para muchos, como lo demuestra la respuesta de Galvis Galvis a López Pumarejo, Gabriel Turbay era un santandereano más que merecía heredar los triunfos de Aquileo Parra.
Gabriel Turbay fue el primer ejemplo destacado de las sucesivas conquistas políticas logradas por personas de origen sirio-libanés en Colombia. En el período que va de 1880 a 1990 -y posteriormente entre 1914 y 1930- entraron al país cerca de 10.000 inmigrantes libaneses. Ellos mismos y sus descendientes -calculados hoy en 500.000- formaron la más importante corriente migratoria después de la española.
"Aunque la imagen del buhonero sobrevive todavía cuando se analizan las primeras actividades de los árabes en tierra americana -una fiel imagen en muchos aspectos- los inmigrantes sirio-libaneses se ocuparon en los más diversos campos de la economía nacional desde su llegada a Colombia. Como en la politica, también en el comercio, en la industria y en los servicios, ellos encontraron aquí el sueño de todo inmigrante: oportunidades", sostienen Louise Fawcett de Posada y Eduardo Posada Carbó, quienes han hecho una de las más exhaustivas investigaciones sobre la presencia libanesa en Colombia.
Si bien los nombres libaneses pululan hoy en la política -donde está el plato fuerte -, en la economía, en la ciencia y en las artes, gran parte de esa epopeya es desconocida para el resto de colombianos. Sea como fuere, la presencia libanesa se fue consolidando a lo largo del presente siglo, al punto que ya hoy nadie sabría distinguir un apellido libanés de otro típicamente español.
"El balance que presenta la inmigración libanesa es admirable", sostiene el ex presidente Julio César Turbay en el prólogo al libro "El murmullo de los cedros", de Eduardo Hakim Morad, sobre la presencia libanesa en el país. "Se trata, prosigue, de luchadores que se vanaron con su comportamiento la confianza, el afecto y el respeto de las gentes con las cuales les ha tocado convivir. Analizada en su conjunto no tiene nada de qué apenarse y sí mucho de qué sentirse orgullosa".

LOS PIONEROS
La más antigua referencia de un libanés en Colombia es del año 1818. En su libro "Particularidades de Santafé" José María Caballero cita la presencia de un Miguel Talamés, quien tuvo que abandonar la Nueva Granada al ser acusado de espía. Sin embargo, la identificación sistemática de los primeros inmigrantes sirio-libaneses, según la investigación de Fawcett y Posada, está aún por realizarse. Dificultades para consultar archivos, hacer el seguimiento genealógico de las familias y la falta de documentos testimoniales o escritos, ponen trabas a esa labor.
El hecho es que los nombres árabes aparecen ya con repetida frecuencia a finales de la década de los años 90 del siglo pasado en los protocolos de algunas notarías de la costa Atlántica, donde se registraron la formación de sociedades mercantiles, el otorgamiento de poderes o la constitución de hipotecas. Sobresalen apellidos tales como Fayad, Saab, Aboshar, Fadul, Abuchar y Meluk, entre otros. A comienzos de 1900 los nombres de origen sirio-libanés también empiezan a aparecer con frecuencia en los periódicos colombianos, donde anunciaban las tiendas recién abiertas y las mercancías en oferta.
Varios estudios concuerdan en que la primera ola inmigratoria a Colombia se inició en la década de 1890; tuvo su primer auge durante los primeros 30 años de este siglo y decayó después de 1935. Fawcett y Posada calculan en 10.000 la cifra de inmigrantes llegados, pero pudo ser mayor. "Quienes dejaban su tierra natal en el Medio Oriente para establecerse en Colombia, lo hacían motivados por una variedad de razones: económicas, políticas y religiosas. La selección de Colombia como destino obedecía en ocasiones al azary, una vez iniciado el proceso, a las débiles informaciones que sobre el país comenzaban a recibir quienes ya tenían familiares o amigos con alguna experiencia en la aventura migratoria", aseguran.
Si los extranjeros en general no encontraron un marco institucional que favoreciera su rápida integración al país, los sirio-libaneses tuvieron que enfrentarse a una actitud de relativa hostilidad en ciertos círculos oficiales. En 1913 "los inspectores del puerto de Cartagena clasificaban a los sirios y 'turcos ' entre los grupos cuya entrada al país debía ser. impedida", según consta en el diario La Epoca del 28 de noviembre de ese año.
A finales de los años 20, ya podía identificarse una tendencia creciente a imponer restricciones a la inmigración sirio-libanesa, que seguía en parte el ejemplo de Estados Unidos donde, a través de la ley Johnsonn-Reed de 1924, se estableció un sistema de cuotas para los inmigrantes de ciertos orígenes, entre ellos el sirio libanés. Serias medidas restrictivas, sin embargo, sólo se tomaron en 1937, cuando los sirio-libaneses se vieron sometidos, al lado de otros grupos de extranjeros, a la barrera de cuotas y al pago de un depósito. Pero estas medidas, tomadas después del gran pico de la ola inmigratoria, no pudieron ser efectivas contra la presencia ya consolidada de los sirio-libaneses en el país.
"Hubo varios intentos de discriminarlos y de frenar su migración ", dice el escritor Jorge García Usta, quien prepara un ensayo sobre la presencia árabe en la literatura colombiana. "Pero ya organizados, cohesionados no sólo por el sentido de comunidad étnica y religiosa, o por la lengua y por los nuevos lazos consanguineos y empresariales, supieron combatir estos intentos y ligarse para siempre a la nueva patria". De vez en cuando, algunas publicaciones hacían evidente cierto sentimiento 'antiturco' y, en algunos casos, trataron de articular un pensamiento nacionalista dirigido contra los sirio-libaneses. A las protestas aparecidas en 1910 en Albas -pequeño periódico ocañero- contra comerciantes árabes, se contrapusieron mensajes de simpatía firmados por los empresarios más destacados de esa ciudad. El apoyo llegó, inclusive, hasta la prensa, como el diario El Porvenir de Cartagena que en 1913 le abrió sus páginas a Carlos Mohalem, quien popularizó allí los temas árabes.
Otros "colombianos raizales", sin embargo, fueron más allá en su campaña xenofóbica: en su libro "El camino de Damasco", el escritor Juan Roca Lemus no solo le negaba a Gabriel Turbay su nacionalidad colombiana sino que acudía a un sentimiento de patriotismo para cuestionarlo: "No encontramos, pues, en todo el ajonjeo de las guerras civiles colombianas a ningún Turbay, como no lo hallamos en ninguna hazaña de la conquista ni de la colonia ni de la emancipación de la República".


HACIA LA LIBERTAD
El éxodo masivo de libaneses hacia América tenía una razón en especial: huir de la opresión del imperio turco, que entonces dominaba los territorios de Líbano, Siria y Palestina.
La matanza de cristianos libaneses en 1860, a manos de los otomanos no solo inició la primera gran emigración de libaneses hacia el mundo, sino que alentó a las potencias europeas a intervenir, hecho que se produjo finalizada la Primera Guerra Mundial. El tratado de Sevres, firmado en 1920 con Turquía, separó definitivamente de ésta a los territorios nombrados, que debían permanecer bajo la autoridad de Francia e Inglaterra hasta que estuviesen en condiciones de gobernarse solos.
Liberarse de los turcos-otomanos no fue fácil. "Durante esa guerra, dive el escritor Eduardo Hakim Murad, los pobladores del Líbano sutrieron grandes penalidades, hambre y epidemias, causadas por las operaciones bélicas de los dos bandos: por un lado, los ejércitos aliados, en especial los ingleses con su famosa flota de guerra, pusieron sitio al Líbano por mar, para impedir que armamentos o alimentos le llevaran a sus enemigos, Ios turcos. A su vez los otomanos sitiaron al país por tierra para conseguir los mismos propósitos".
'El resultado de ese doble asedio fue la muerte de más de un millón de libaneses, casi la mitad de sus moradores, fundamentalmente de hambre pero también de pestes y epidemias como el cólera y el tifo. Y algo más: el éxodo masivo hacia Estados Unidos, Colombia, Argentina y Brasil.
"Los pioneros de la inmigración, dice el ex presidente Turbay, tuvieron que luchar contra prejuicios religiosos provenientes de la falta de información sobre la razón de la nacionalidad que aparecía en sus pasaportes expedidos por el imperio Otomano, que tenía sometidos entre sus dominios a los países de Medio Oriente. Sin embargo, por ser portadores del pasaporte del imperio Otomano se les consideraba como turcos y se desconocía su verdadera nacionalidad y sus creencias religiosas ".
En realidad, los turcos y los árabes no tienen nada en común: hablan idiomas diferentes, profesan credos distintos, los primeros son musulmanes y los libaneses son católicos maronitas. Y, por si ello fuera poco, viven en continentes distintos: los turcos son europeos, los libaneses son asiáticos. Así les dijeran 'turcos' o 'místeres', poco importaba. Dispuestos a labrarse una fortuna en forma independiente, los libaneses convirtieran el rio Magdalena en el eje de su travesía de colonización, de fundación o crecimiento de pueblos y aldeas, de introducción y afianzamiento del crédito, y de notables elementos de progreso capitalista, en oposición a la modorra feudal de muchas regiones colombiana.
"A comienzos de este siglo, dicen Fawcett y Posada, se argumentaba inclusive que el secreto portentoso de la fortuna de sirios y otros extranjeros en Colombia era la seguridad de que podían gozar al estar alejados de los conflictos políticos que, en cambio, diezmaban la economía de los colombianos. Se destaca la anécdota de Elías Zureck, quien al parecer logró hacerse rico vendiéndoles mercancías tanto al gobierno como a los insurgentes durante la guerra de los Mil Días ".
Verdad o mentira, la anécdota de Zureck refleja la actitud de la mayoría de inmigrantes: el buen éxito económico fue una ruta expedita para el ascenso social. El proceso de integración fue diferente en cada ciudad pero resultó eficaz. Entre 1880 y 1930, durante el apogeo del movimiento migratorio, los libaneses encontraron una sociedad colombiana débilmente cohesionada. Dada su predominante vocación por el comercio, se destacaron prontamente y ayudaron a fortalecer el mercado nacional.
Hoy nadie niega que el aporte libanés al desarrollo del país es valioso. Aunque la epopeya sigue siendo casi un misterio para el resto de colombianos, la literatura ha rescatado algunas de las hazañas de varios de esos inmigrantes. Están 'el libanés' de "Respirando el verano" y el 'Turco' de "Celia se pudre", novelas de Héctor Rojas Herazo. Sigue el sirio Moisés de "El coronel no tiene quien le escriba" y los árabes de "Cien años de Soledad", de Gabriel García Márquez. Más atrás se puede citar a la turca Zorayda Ayram, en "La Vorágine ", de Jose Eustacio Rivera.
Sea como fuere, para quienes habían sufrido la tiranía del imperio Otomano, la democracia colombiana, con todas sus imperfecciones, adquirió un significado especial. Como dice en sus memorias Elías Saer Kayata, "sabíamos que nos alejaríamos de las dominaciones foráneas e iríamos a un país donde existía.... la libertad".

OFICIOS AL POR MAYOR
LA LISTA de descendientes de libaneses que han tenido protagonismo en la vida nacional es casi interminable, especialmente en la política, actividad donde más se han destacado. Comienza con el ex presidente Julio César Turbay y le siguen, entre otros, los políticos Fuad Char, Francisco Jattin, Jorge Ramón Elías Nader, Gustavo Dáger, David Turbay, Feisal Mustafá, José Name, Jorge Elías Manzur, Jorge Eduardo Gechem y Jorge Slebi. Tambien hay deportistas, como el tenista Mauricio Hadad, Farid Mondragón, arquero de la Selección Colombia, y Alberto Rujana, director del Atlético Huila; hay científicos, como Ramsés Hakim, inventor de la válvula del corazón que lleva su nombre; escritores, como la poetisa Meida del Mar, Eduardo Hakim y Luis Fayad; guerrilleros, como el liberal Dumar Aljure y Alvaro Fayad, del M-l9; reinas de belleza, como Paola Turbay; comerciantes, como la familia Helo y Moanack; industriales del sector seguros, como William Fadul.
Periodistas, como Juan Gossaín, Olga Behar y Yamid Amat; compositores, como Mike Char; directores de cine, como Sergio Dow, y hasta personajes de ficción como Santiago Nassar, el protagonista de "Crónica de una muerte anunciada".
Aunque los libaneses se han destacado en la política colombiana, la gran mayoría se dedicó al comercio y a la importación de telas finas del Medio Oriente.

DEL KIBBE A LAS COCADAS
UNA TARDE venteada de agosto, a comienzos de este siglo, Cecilio Abdallah, un emigrante libanés que tenía un bigote de mosquetero y un cuello de búfalo cimarrón, llegó a San Bernardo del Viento, un pueblo costeño dormido entre los altos arrozales que crecen en los pantanos del río Sinú.
Una hora después de su llegada, apenas una hora después, y como si no acabara de recorrer más de medio mundo en la cubierta de un barco, en un caballo y en una canoa, aunque ignoraba el idioma, el alfabeto, el clima y las costumbres, lo sacaron arrastrado de la corraleja que se celebraba en homenaje del santo patrono del pueblo. Recién desempacado, el Viejo Abdallah, como lo llamaría todo el mundo desde aquella tarde memorable, se había metido a mantear un cebú de 800 kilos que le fracturó dos costillas.
Medio siglo después, padre de cinco hijas, el Viejo Abdallah se sentaba a la puerta de su casa, con un taburete de cuero, a la hora en que el pueblo empezaba a pasar en la nata espesa del mediodía, y cantaba canciones árabes en voz alta. La gente del vecindario, que no entendía ni una palabra, lo acompañaba en aquellas tonadas nostálgicas. Hoy se le recuerda por sus estornudos de cataclismo que se oían en todo el pueblo.
El Viejo Abdallah era mi abuelo materno. Ahora yace bajo la sombra de un matarratón en el cementerio de San Bernardo del Viento, que queda en el camino real que conduce al mar.
Papá, en cambio, era lo contrario. Un hombre flaco y calvo, apacible, discreto y casero. Puso una pequeña tienda para vender cachivaches, pero no vendía nada porque lo único que le interesaba eran sus libros. Leía todo el día. Tenía vocación de astrónomo, algo de poeta y aficiones botánicas. Una vez injertó una guayaba madura con cáscaras de manzana. Nació, en el patio, sobre la mesa del comedor un guayabo gigantesco de frutas grandes y blancas, gordas, algo así como una "guamanzana", que caían entre el plato de la sopa y salpicaban a todo el mundo cuando estábamos almorzando.
Así fue como mis antepasados, cristianos libaneses, se unieron a la médula y la sangre de esta tierra: toreando en corralejas y sembrando frutas.
Una vez en Lorica vi a una muchacha que vendía dulces y comestibles por la calle. Llevaba una batea en la cabeza. Y, en la batea, kibbes fritos revueltos con casabitos de coco, alfajores, cocadas de ajonjolí y bolas de tamarindo. Ese día, estremecido, comprendí lo que quiso decir Nietzsche cuando escribió que la sangre es el espíritu. Ese día comprendí mi verdadero origen: soy hijo de la unión morganática de una cocada y un kibbe. De ellos me viene, a mucha honra, este revuelto costeño, libanés y colombiano. ..
Juan Gossaín

LOS TURBAY DE TANAURINE
TANAURINE ES un pueblecito localizado en las montañas del Líbano, y es la cuna de los Turbay, los Murad, los Rujana, los Sarquís y los Latuff, entre otros. Pero alli predomina el apellido Turbay, que significa en árabe "el que encanta con la trova".
Antum Bey Turbay fue el tronco de esa familia y éste, a su vez, fue el abuelo del cheik Antonio Amín, padre del ex presidente Julio César Turbay.
El cheík Antonio viajó a Colombia a finales del siglo pasado. Era de apuesta figura, según la descripción que hace Eduardo Hakim Murad, "ya que sus ancestros habían sido beys y cheik, ambos títulos nobiliarios en el Líbano".
Tan pronto se estableció en Cartagena entabló amistad no solo con Rafael Núñez sino con casi todos los generales gobiernistas, triunfadores en la guerra de los Mil Días, evitando de esta manera cualquier contacto con los rebeldes, pues su condición de extranjero no se lo permitía.
Fue, además, uno de los pocos libaneses que llegó con bienes de fortuna y no se dedicó al comercio de mercancías, prefiriendo el negocio de finca raiz.
"Casi de inmediato, agrega Hakim, se instaló convenientemente en la capital, donde continuo su actividad en bienes raíces, aprovechando las utilidades obtenidas en Cartagena, llegando a tener entre 60 y 70 propiedades, capital que multiplicaba el tratado por él desde su tierra natal Pero además, tenía otras virtudes: hablaba perfectamente el idioma francés y le gustaba relacionarse con personas de altas posiciones y cultura".
En Bogotá conoció a Rosaura Ayala Hernández, con quien contrajo matrimonio el 19 de septiembre de 1903. Y 13 años después nació Julio César, el futuro presidente. Doña Rosaura murió en 1943 y cinco años después el cheik Antonio. Sus descendientes son bien conocidos y siguieron el camino de la politica y el periodismo.

EL MURMULLO DE LOS CEDROS
RECOPILAR LA historia de la inmigración libanesa no ha sido tarea fácil para ninguno de los estudiosos que ha emprendido ese proyecto. Con excepción de la investigación hecha por los esposos Fawcett-Posada, -que es considerada una de las mejores- los demás trabajos adolecen de profundidad o no abarcan todo el período del éxodo.
Sin embargo, el arquitecto y escritor tolimense Eduardo Hakim Murad acaba de lograr el que bien puede considerarse desde ya el primer aporte serio al tema.
Su libro "El murmullo de los cedros", de reciente aparición, es el primer tomo de un ambicioso proyecto que estudiará la historia de una buena parte de las 500.000 personas que descienden de libaneses.
El primer tomo relata la historia de las familias Hakim, Turbay, Abdala, Akl, Aljure, Amar, Barbur, Beetar, Chediakm Elasmar, Fadul, Fayad, Gechem, Hadad, Helo, Kairuz, Náder, Neme, Rujana, Saab, Salame, Seman, Tapicha, Yamhure y Zahar.
Si bien el proyecto definitivo es de una magnitud enorme, como el mismo autor reconoce, no hay duda de que el primer tomo de los libaneses en Colombia es una aproximación a esa epopeya.
"La llegada de las familias árabes a Colombia, dice Hakim, es para mí un asombroso acontecimiento, por el colosal tamaño de la aventura y lo descabellado del proyecto de quienes, arriesgándolo todo, emprendieron el increíble viaje hacia los países del mundo, en especial a América, continente que además de lejano resultaba desconocido; de idiomas diferentes, costumbres diferentes. Esa determinación, que debió parecerles fácil a las gentes que emprendieron el larguísimo peregrinaje, es para nosotros -los nacidos aquí- todavía incomprensible ".

LOS HAKIM EN COLOMBIA
A FINALES del siglo pasado llegaron a Brasil Salomón Hakim y su hijo mayor, Farid. Salomón era hijo de Yacub, un médico libanés que habia sido reclutado por el ejército imperial otomano durante los levantamientos de 1800. Salomón aprendió medicina y farmacología al lado de su padre. Montó una botica en la que preparaba las fórmulas magistrales aprendidas del primer 'Hakim', y siguió la tradición del consultorio médico en la misma casa.
Tras permanecer algún tiempo en Manaos, los Hakim decidieron entrar en Colombia. "Antes de tomar esa decisión, dice Eduardo Hakim, analizaron el atraso pero tambien todas las posibilidades económicas de este inmenso territorio. Viajaron varias veces desde Manaos, navegando contra la corriente, hasta un lugar denominado Los Lagos, en Colombia. Allí cazaron cocodrilos y babillas con destino a la exportación. Las pieles de aquellos animales eran transformadas en preciado cuero y era la carga predilecta para el regreso de los barcos al mar".
Y asi, poco a poco, sorteando miles de dificultades, los Hakim echaron raices en Colombia. De Salomón Hakim, el primer inmigrante, descienden médicos tan connotados como Rarwsés Hakim, creador de la válvula del corazón que ha sido destacada en todo el mundo como uno de los mayores inventos para mejorar el desempeño del órgano después de un ataque cardiaco.-