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Los medios de comunicación dieron un ejemplo al mundo de seriedad y mesura a la hora de presentar la tragedia de Nueva York y Washington.

22 de octubre de 2001

Desde 1968 los medios de comunicación y el terrorismo han sostenido relaciones peligrosas. El comienzo de esta conexión no fue arbitrario pues en ese año coincidió el lanzamiento por parte de Estados Unidos del primer satélite de televisión con el inicio del terrorismo internacional sistemático. Estos dos hechos estuvieron relacionados, según Bruce Hoffman, autor del libro Historia del terrorismo, porque poner en órbita el satélite fue para los estadounidenses “el primer paso para la posterior predominancia mundial de los medios de comunicación norteamericanos, debido a su capacidad para atraer una audiencia masiva. Pero, irónicamente, fue este mismo avance tecnológico el que convirtió a esa misma audiencia en un objetivo más goloso que la de cualquier otra nación para los terroristas”. La tesis de Hoffman es que durante más de 30 años los medios y los terroristas se usaron mutuamente.

Todo esto cambió con los atentados del pasado 11 de septiembre. La magnitud del ataque, el hecho de que hubiera sido llevado a cabo en Estados Unidos y la sorpresa que produjo observar en tiempo real las imágenes del choque del segundo avión contra la torre sur produjo un shock, un cortocircuito sin precedentes en los medios de comunicación del mundo, en general, y en los estadounidenses, en particular. El cubrimiento especial de lo ocurrido duró casi ocho días de transmisión continua las 24 horas del día y marcó un hito en la historia de las comunicaciones en el que el ganador en cuestión de rating fue CNN. Esta cadena registró 6,4 millones de espectadores en Estados Unidos el día de los ataques, y entre ese martes y el viernes siguiente tuvo en promedio de cuatro millones de televidentes. Con estas cifras superó a sus dos grandes competidores, Fox News y Msnbc. CNN también triunfó al desmentir el rumor que aseguraba que había presentado imágenes de archivo de Palestina como si fueran nuevas.

Lo primero que hay que decir es que nadie estaba preparado para lo que ocurrió. Un estudio sobre lo sucedido, elaborado por el Poynter Institute, una escuela de periodismo, encontró que sólo los medios de zonas donde tienen lugar huracanes tenían listo algo parecido a un plan de contingencia para este tipo de situaciones. Después del cimbronazo inicial los medios respondieron en la medida de sus recursos y posibilidades. Como la mayoría lo hizo con mucha mesura, responsabilidad y respeto por el dolor de las víctimas se llegó a pensar que existía un acuerdo para no mostrar imágenes demasiado dramáticas o una censura gubernamental tácita.

La verdad es que no hubo ni lo uno ni lo otro. La competencia por conseguir material fue dura como siempre. CNN consiguió grabar imágenes aéreas de la zona del atentado desde un helicóptero de la guardia costera y las presentó como exclusivas, aunque después tuvo que compartirlas con los otros medios sin que le dieran crédito. Un canal hispano logró que un bombero introdujera a escondidas una cámara en el epicentro de la catástrofe. Cosa que no había sido posible debido a los estrictos controles policiales. El único acuerdo que hubo fue el de ABC, NBC y CBS para dejar de transmitir las imágenes del choque de los aviones contra las torres. Lo hicieron en señal de duelo, por respeto a los familiares y amigos de las víctimas y porque las consideraban irreales.

La otra cosa que tuvieron en común las grandes cadenas de televisión fueron pérdidas. A finales de la semana pasada su experimento de transmitir casi una semana sin emitir comerciales ni su programación habitual les había costado, según cálculos del Competitive Media Reporting (CMR), 320 millones de dólares. Ahora todos los medios se preparan para cubrir sin apasionamiento un posible conflicto bélico inédito para la humanidad. Una guerra entre la tecnología y la teología nunca vista. Nadie sabe cómo se llevará a cabo y, por tanto, cómo será cubierta. Lo único claro es que hay cosas que no cambiarán, como la realidad que anticiparon en 1917 las palabras del senador estadounidense Hiram Johnson: “Cuando estalla la guerra la primera víctima es la verdad”.





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