Especiales Semana

Enseñar a aprender

Agustín Nieto Caballero puso en marcha, en plena hegemonía conservadora, un modelo educativo basado en la inteligencia y no en la memoria y la represión.

Mario Galofre
11 de diciembre de 1980

Hace 28 años murio don Agustín Nieto Caballero y su memoria, que para muchos pareciera desvanecerse en la bruma del tiempo, pero para los maestros colombianos, rectores y dirigentes de la educación nacional su recuerdo se hace cada vez más presente y más necesario. La importancia de las personas la va señalando su presencia en la historia y la de Nieto Caballero se hace cada día mayor.

Hombre modesto, llano y cariñoso, desde muy joven tuvo un claro sentido de su misión histórica. Agustín Nieto Caballero nació con vocación de educador. Sus primeras crónicas, escritas cuando aún era niño, llenas de humor y suspicacia, dan cuenta de las graves críticas que hacía a los maestros de la escuela antigua. Lo revelan sus cartas y memorias que comenzó a escribir desde los comienzos de su adolescencia, cuando, huérfano de padre y madre, fue enviado a estudiar a Europa y Estados Unidos. Aprovechó estos años para adentrarse en los planteamientos y prácticas del movimiento de Escuela Nueva que agitaban a Europa a principios del siglo pasado, así como entablar amistad con los más destacados filósofos de la educación de la época.

No hacía ostentación de ello ni le preocupaba proyectar en sus múltiples escritos sobre la materia, ni en sus clases o conferencias, la imagen académica de profesor connotado que en efecto era. Por el contrario, se esforzaba por hacerles entender a quienes tenían la misión de educadores que dicha profesión era más un asunto de sentido común, de vocación, que de mucho estudio o investigación.

Era evidente que le molestaba que se le calificara de académico, de doctor o de pedagogo, términos que consideraba pretenciosos y desacertados para quien ejerciera con amor y vocación las labores educativas. Existe el recurso de acudir a sus libros que son claro reflejo de su personalidad. Su escritura es tan clara y fluida como sería el oírlo hablar. Será recordado como grato escritor sobre temas de la educación y por sus ejecutorias como rector del Gimnasio Moderno, así como por lo que desde allí consiguió influir en el entorno educativo del país.

Alcanzó prestigio internacional en temas de la educación pero su mejor tribuna para darse a conocer fue el Gimnasio Moderno de Bogotá, simplemente porque hizo de él un modelo educativo reconocido oficialmente y visitado por educadores de diversas latitudes de nuestro continente y aun de algunos rincones de Europa. Diversos investigadores reconocen que las innovaciones que introdujo Nieto Caballero al sistema educativo colombiano a partir de 1914 contaban con poco tiempo de aplicación en Estados Unidos por parte de John Dewey, William James y otros, o en Europa, por parte de Altamira, Cossío, Claparéde. Con Ovide Decroly y María Montessori.

La semilla de un sueño

Nieto Caballero regresó en 1912 de Europa. Aconsejado por don Rufino José Cuervo de no desgastarse buscando apoyo oficial para poner en práctica su proyecto, tuvo la suerte de encontrar un grupo de bogotanos amigos que deseaban apostar al cambio del estilo educativo memorístico y amedrentador que caracterizaba a la educación de la época por otro que fuera más amigable, menos represivo. Hasta allí, quizá, llegaban sus aspiraciones. El que prevalecía era un sistema producto de la hegemonía conservadora que gobernaba a Colombia. El papel de la escuela era el de transmitir los valores cristianos y una percepción de la historia y de la sociedad que reflejara los principios verticales propios de la Regeneración.

La fundación del Gimnasio Moderno determinó escepticismo y rechazo por un sector importante de la sociedad.. No obstante, ni don Agustín ni su grupo de amigos se amedrentaron por las dificultades que los condujeron tempranamente a la quiebra. Como muestra de solidaridad de sus fundadores, los primeros aportantes acabaron renunciando a cualquier derecho que buscara rescatar sus contribuciones con tal de que sus innovaciones se abrieran paso en el ambiente pacato de la época.

Al implantar un estilo amable y franco ponía en práctica herramientas educativas de fácil recordación y de gran significado implícito, que servían, y aún sirven, al maestro y al alumno para comprometerse con un nuevo estilo de acción educadora: 'Educación activa', 'Disciplina de confianza', 'Centros de interés', 'Educar primero que instruir', eran fórmulas que hablaban por sí mismas y que señalaban un comportamiento vital.

Algunas de estas ganaron progresivamente acogida entre la sociedad, las excursiones por ejemplo, o los 'Centros de interés' que llegaron a ser incorporados por el Plan Nacional de Educación Pública a mediados de los años 40. Pero no fueron solamente estas herramientas lo que revolucionaría el ámbito escolar de los años 30 y 40. Ellas no eran más que instrumentos para el cumplimiento de una tarea que habría de transformar el ambiente escolar al permitir que los procesos de aprendizaje se movieran al compás de los intereses de los alumnos. Se trataba de centrar en el estudiante la acción educativa y no en el profesor, ni en los textos, ni siquiera en las facilidades físicas de la escuela. Educar pasaría a constituirse en un contrato de responsabilidad compartida con el educando y sus padres pero particularmente centrado en el niño. Mientras que en lo sucesivo el arte del maestro consistiría en estimular el proceso, la responsabilidad del estudiante sería la de asumirlo con interés y seriedad.

Pero hubo algo más, que identificó y asemejó los ambientes de las escuelas que se comprometieron con métodos, que suelen llamarse, "constructivistas" de educación (don Agustín, dentro de la modestia que lo caracterizaba, hablaría más bien de los "métodos activos"); fue la alegría y la confianza que empezó a reinar en ellos.

Es lógico que un método que pone toda la fe de educadores y educandos en un proceso que consulta los intereses de los niños y en el que el proceso de aprendizaje se surte por la vía de la estimulación lúdica y no por la del castigo produce un ambiente alegre y desprevenido que permea todos los rincones de la escuela y estimula la confianza recíproca entre el alumno y el maestro.

El principal aporte de Nieto Caballero al sistema educativo colombiano consistió en que no solamente fue capaz de predicar y escribir su filosofía y métodos de enseñanza sino de llevarlos a la práctica. De su escuela hizo un laboratorio para maestros. Don Agustín los estimulaba, sin el menor egoísmo, a que fueran bien a fundar otras escuelas, bien a poner en práctica lo aprendido a donde pudiera ser mejor aceptado. Fue tejiéndose entonces una comunidad que llevaba oculto el currículo de la escuela gimnasiana sobre el cual don Agustín tuvo el acierto de no reclamar autoría intelectual alguna. Se solazaba viendo cómo se extendían por el país colegios cuyos nombres incorporaban la palabra gimnasio a manera de marca registrada.

Don Agustín se complacía y se entusiasmaba mimetizándose entre educadores de todos los sectores y escuchándolos acerca de los métodos activos que ellos venían poniendo en práctica en sus escuelas, o de las adaptaciones que habían logrado de las prácticas montessorianas, o de sus respectivos Centros de interés.

Fue a partir de su acción dedicada y entusiasta de 60 años al frente del Gimnasio Moderno como logró que sus enseñanzas se fueran extendiendo por todo el país, lo que, a la larga resultó mucho más importante que las propias prédicas o fórmulas que proponía o inventaba.

Un interés general porque la escuela se hiciera más autónoma comenzó a prevalecer en la conciencia de la ciudadanía. A lo largo del siglo XX este movimiento tuvo momentos de gran vigor, como también de persecución y derrota. En más de una ocasión su filosofía educativa fue acallada, y llegó a juzgarse que implicaba un peligro para la seguridad del Estado. No obstante, su semilla encontró manera de rebrotar por los años 80, bajo el Decreto de 'Innovaciones educativas', promulgado por Belisario Betancur, y de fortalecerse más tarde con la expedición de la Constitución del 91.

Don Agustín sería el último en reclamar para sí reconocimientos por proponer principios de una filosofía educativa de corte constructivista que reconoce sus orígenes occidentales en la mayéutica de Sócrates, pasando por J.J. Rousseau y que llega a América a través de Bentham, Bergson, Andrés Bello y Simón Rodríguez. La muerte lo sorprendió a los 86 años cuando debatía con algunos de sus discípulos sobre el futuro del Gimnasio Moderno.

Sus mayores aportes en el campo de la educación nacional fueron los de haber contribuido a la construcción y adaptación de una filosofía liberadora y una metodología consecuente con ella. Dedicó su vida a desarrollar un modelo educativo insólito que sirvió para demostrar su posibilidad de existencia y desarrollo en un medio escéptico y conservador. Su mayor mérito, sin embargo, fue haber conseguido una inmensa cantidad de amigos que aún luchan por no verse excluidos de la lista de sus colaboradores