Especiales Semana

¿Fracaso total?

En la misma semana en que Colombia extraditó a Gilberto Rodríguez, el informe más serio realizado hasta la fecha sobre la lucha antidrogas da un diagnóstico catastrófico.

5 de diciembre de 2004

La semana pasada fue revelado un estudio que demuestra que Estados Unidos está perdiendo la guerra contra las drogas.

Con la publicación del libro Drugs and Democracy in Latin America: the impact of U.S policy la influyente ONG estadounidense Wola abrió nuevamente el debate sobre la efectividad de la política contra el narcotráfico basada en controlar la oferta y tendió un manto de duda sobre el futuro del Plan Colombia.

La investigación de la ONG demuestra cómo los dos objetivos básicos de la lucha contra las drogas están cada vez más lejos de cumplirse: reducir su consumo y su disponibilidad en Estados Unidos.

Usando las cifras de un estudio contratado por el gobierno de George W. Bush y cuyas conclusiones reposaban desde abril de este año -sin divulgar- en la Oficina de Control de Drogas de la Casa Blanca, Wola reveló que el precio de venta al detal y al por mayor de la cocaína y de la heroína en las calles de Estados Unidos está más bajo que nunca y que su grado de pureza es cada vez mayor. En 2003 dos gramos o menos de cocaína vendida al detal en las ciudades de Estados Unidos costaban en promedio 106 dólares, cinco veces menos de su precio en 1981. La misma caída sufrió la heroína: un gramo o menos pasó de costar 329 dólares en 1981 a 60 dólares el año pasado.

John P. Walters, el zar antidrogas de Estados Unidos, dijo a SEMANA que estos precios muestran una reducción en la demanda y por lo tanto, el éxito de la política. "El número de estadounidenses que consumen cocaína ha bajado drásticamente", sostuvo.

Sustentó su afirmación con los datos de la encuesta 'Monitoring the Future', realizada entre estudiantes de secundaria, que revela un descenso del 11 por ciento en el consumo de drogas ilegales en el mes anterior a la muestra, la primera reducción del consumo en una década.

Sin embargo, un análisis desagregado de los resultados de la encuesta no respalda la afirmación del zar antidrogas. Si bien es cierto que disminuyó entre los jóvenes el uso de drogas como la marihuana, el LSD y el éxtasis, no sucedió lo mismo con el consumo de cocaína, que creció levemente entre los estudiantes de secundaria. La Encuesta Nacional sobre Consumo de Drogas y Salud (Nsduh), que mide el consumo de drogas en toda la población estadounidense, también demuestra que los norteamericanos consumen cada vez más cocaína. El número de consumidores de 'perico' pasó de 1,4 millones de personas en 1994 a 1,8 millones en 1998. Luego bajó a 1,55 millones en 1999 para subir nuevamente a 1,68 millones en 2001.

En esa fecha cambió la metodología de la encuesta, para hacerla aún más rigurosa. Bajo los nuevos parámetros, la tendencia sigue sin favorecer a la Oficina del Zar Antidrogas: el consumo subió de 2,02 millones de consumidores frecuentes de cocaína en 2002 a 2,81 millones en 2003, incluyendo 57.000 adolescentes más.

La encuesta de 2003 encontró algo aún más preocupante y es que el número de personas que probó por primera vez la cocaína o la heroína es mucho mayor en los últimos años que a comienzos de los 90. Además, la edad de iniciación en el consumo sigue bajando de 22,1 años para los que probaron por primera vez la cocaína en 1993 a 20,3 años, en 2002.

Estos datos -que son del gobierno- dejan entonces en duda la explicación del zar de que el precio de la droga ha bajado porque ha disminuido su demanda.

"Estos datos que indican un aumento en el consumo de la cocaína y la heroína son corroborados por las tendencias en las emergencias médicas relacionadas con su uso", dijo a SEMANA John Walsh, uno de los investigadores de Wola y coautor del informe.

La evidencia de que, pese a que Estados Unidos ha invertido cerca de 45.000 millones de dólares en controlar la oferta de drogas en los últimos 25 años, la droga es cada vez más asequible a los estadounidenses llevó a la influyente ONG de Washington a proponer un debate sobre el enfoque de la política antidrogas de Estados Unidos.

Sugiere que el énfasis en atacar la oferta de las drogas en los países productores a través de programas como el Plan Colombia está destinado al fracaso y que sería mucho más efectivo atacar el consumo en Estados Unidos.

Wola reconoce los éxitos del gobierno de Álvaro Uribe y de otros países andinos en erradicar áreas cultivadas de coca. También destaca las cifras récord de incautaciones y la cantidad de personas capturadas por vender cocaína en las ciudades gringas. Sin embargo concluye que estos indicadores sólo revelan que se están haciendo muchas cosas pero no que se esté avanzando hacia la meta final de subir los precios para reducir el consumo.

Walsh alega que no necesariamente una reducción en el área cultivada de coca significa una menor producción de la droga. Por ejemplo, los cocaleros colombianos en respuesta a la fumigación aérea ahora siembran extensiones más pequeñas de coca en zonas más remotas y difíciles de detectar. Además, la productividad de las plantas varía según la edad de la mata y según su variedad.

Por ejemplo, hace dos años los narcotraficantes colombianos importaron de Bolivia una nueva variedad de coca que no sólo es más resistente a la fumigación sino que además produce cuatro cosechas al año en cambio de tres, con la misma calidad.

La variación en estos parámetros es tal, que la nueva información recopilada llevó al Departamento de Estado a cambiar drásticamente sus estimativos sobre el potencial de producción de cocaína en Colombia. Mientras que su Informe de la Estrategia Internacional contra las Drogas elaborado en 1999 calculaba que Colombia había producido 480 toneladas de cocaína entre 1995 y 1998, el informe de 2000 corrigió el estimativo -con base en nueva información recopilada por la CIA- y dijo que durante esos cuatro años se habían producido 1.315 toneladas, es decir, tres veces más de lo estimado inicialmente.

Wola también duda que mayores incautaciones de droga signifiquen una menor disponibilidad en Estados Unidos porque el comercio legal ofrece infinitas oportunidades a los narcotraficantes para entrar su producto a Estados Unidos. Y es que 21.000 barcos de carga llegan a los puertos de Estados Unidos cada día, de los cuales sólo entre el 4 y el 6 por ciento son inspeccionados. Cada día cerca de un millón de personas y 300.000 carros y camiones cruzan la frontera desde México. Y en solo uno de los puestos de control fronterizo entran 15 millones de contenedores con carga cada año.

Es decir que en medio de este vasto tráfico comercial, es imposible detectar las 300 ó 400 toneladas de cocaína que entran a Estados Unidos cada año.

En este contexto desolador, los éxitos del gobierno de Uribe en reducir los cultivos ilícitos palidecen. Más aún si se miran desde una perspectiva histórica. La reducción de 47 por ciento en el área cultivada de coca en Colombia entre 2000 y 2003 -un logro histórico atribuible en gran parte al Plan Colombia- parece menos impresionante cuando se compara con el área cultivada en 1999, el segundo año en el que más se redujeron los cultivos. La diferencia es tan sólo del 5 por ciento.

"En todo caso, la erradicación de la coca afecta muy poco la capacidad de los narcotraficantes para producir y entrar cocaína a Estados Unidos", dice el informe de Wola. Y la razón es que la hoja de coca constituye una pequeña fracción del precio de venta de la cocaína en Estados Unidos. Por menos de 1.000 dólares, los traficantes pueden comprar la hoja de coca requerida para producir un kilo de cocaína que se vende por unos 150.000 dólares en Estados Unidos (cada gramo con una pureza del 75 por ciento se vende a 100 dólares).

"Incluso si el precio de la hoja de coca se triplica o cuadruplica, el impacto en el precio de venta al detal en Estados Unidos. seriá irrisorio, dice Wola. Debido a que la inversión de los traficantes en el producto en las etapas iniciales de la producción es mínimo, atacar este eslabón les cuesta muy poco a las organizaciones de narcotráfico".

Con base en esta evidencia, Wola sugiere un cambio drástico en la estrategia para luchar contra las drogas: invertir menos en atacar la oferta y más en controlar la demanda. Un estudio del think tank Rand de 1994 probó que el tratamiento de consumidores crónicos de cocaína era 23 veces más efectivo para reducir el consumo de cocaína que la erradicación de cultivos ilícitos y 11 veces más efectivo que la interdicción. Con base en ello, Wola propone invertir más en el tratamiento de drogadictos y de los consumidores más frecuentes.

Dado que está probado que más de la mitad de la coca es consumida en Estados Unidos por gente que está bajo fianza o bajo libertad condicional -es decir, bajo supervisión judicial-, Wola sugiere desarrollar un sistema de exámenes periódicos de droga a estas personas y de sanciones para los que consuman, con el fin de reducir la demanda de este grupo de consumidores crónicos.

Pero sobre todo propone abrir un debate serio y sincero basado en la información real y no en los deseos y los indicadores de actividad.

El impacto del informe

Aunque Walters, el zar antidrogas, dice que "estas cifras no dicen nada respecto al Plan Colombia porque se recogieron antes de que entrara en acción", y posiblemente tiene razón pues el Plan Colombia entró realmente en vigor sólo en agosto de 2002, cuando se posesionó Uribe, es un hecho que este informe hará parte del debate sobre la aprobación de recursos para el Plan Colombia el próximo año en el Congreso de Estados Unidos.

"Les dará argumentos sobre todo a aquellos congresistas que creen que no hay que hacer nada respecto de la oferta sino más bien invertir en rehabilitar a los drogadictos y en prevenir el consumo", afirma Luis Alberto Moreno, embajador de Colombia en Washington. Moreno explicó a SEMANA que el indicador de éxito del Plan Colombia siempre fue reducir el área cultivada a la mitad en cinco años, una meta que el país seguramente alcanzará el próximo año, dos años antes de lo previsto.

"El éxito de la política antidrogas es estruendoso", coincide en afirmar el ministro del Interior, Sabas Pretelt. Cita como evidencia la firma de 245 resoluciones de extradición -incluyendo la de Rodríguez Orejuela- durante este gobierno, la incautación de 113 toneladas de cocaína en 2003 y de 120 en lo que va corrido del año, la fumigación de más de 100.000 hectáreas y las sentencias de extinción de dominio sin precedentes.

Es posible que aún si desde la perspectiva de Estados Unidos la lucha contra las drogas ha sido un fracaso, el Plan Colombia haya sido positivo para Colombia.

Dado que el mundo no está ni cerca de legalizar el consumo de droga, Colombia tendrá que controlar la producción si no quiere volverse un paria internacional. Y es mejor compartir esos costos con Estados Unidos -el mayor consumidor- que hacerlo solo como lo venía haciendo en gran medida antes del Plan Colombia.

"El Plan Colombia no estuvo basado en frenar la cantidad de cocaína que entra a Estados Unidos sino en enfrentar las consecuencias de una política ya escogida que era la prohibición. Y esa consecuencia es la violencia, que sí se ha reducido con el Plan Colombia", dijo a SEMANA Jaime Ruiz, uno de los cerebros del Plan durante el gobierno de Andrés Pastrana.

Con los recursos del Plan Colombia se fortaleció la capacidad del Ejército y en general del Estado para combatir a los grupos armados, lo cual ha significado una reducción drástica en los secuestros, en la toma de pueblos por la guerrilla y en las masacres.

Por otro lado, Pretelt calcula que la fumigación de los cultivos ilícitos y los decomisos han evitado que lleguen a las arcas de la guerrilla, de los paramilitares y de los demás narcotraficantes 12.400 millones de dólares.

Esto sin contar -dice Ruiz- el mayor empleo creado por el auge en la exportación de confecciones gracias a las preferencias arancelarias amarradas al Plan Colombia y a la mayor inversión social en las zonas con grandes extensiones de cultivos ilícitos como el Putumayo. Por último está el argumento de siempre: ¿cómo estaría Colombia si no se hubiera hecho nada para contener a los narcos?

La respuesta a este interrogante es imposible. Algunos como Wola podrían decir que habría menos deforestación, una política planteada más en función de los intereses de los colombianos y no de la agenda de Washington. Otros -como el ministro Pretelt y el embajador Moreno- consideran que el país estaría en manos de los narcos.

Lo importante, quizás, es aprovechar este informe de Wola para abrir el debate de fondo sobre el verdadero impacto de la actual lucha contra las drogas. Lo peor tanto para Estados Unidos como para Colombia es que siga siendo un tabú.