Especiales Semana

Genocidios para no olvidar

Las dos peores matanzas del siglo XX ocurrieron en Ruanda y Alemania. Una sociedad rural y atrasada, la otra, moderna y racionalista. ¿Por qué ocurrieron?

8 de diciembre de 2007

La masacre en Ruanda, en el corazón de África, fue rápida, eficaz y masiva. En sólo tres meses, entre abril y julio de 1994, fueron asesinados a machete 800.000 tutsis a manos de los hutus. La polarización política era profunda y esta degeneró en un odio étnico que se convirtió en el caldo de cultivo para el genocidio.

El conflicto tenía que ver con el reparto del poder entre una minoría tutsi que había sido privilegiada por el régimen colonial belga y cuyos sectores radicales se habían levantado en armas, y las mayorías hutus, en el gobierno, cuyas facciones más extremistas alentaron el desprecio por todos los medios. La radio, que tenía mucha influencia en los sectores rurales, se convirtió en un poderoso instrumento para instigar al exterminio. A través de ella, los hutus radicales llamaban "cucarachas" a los tutsis. Los prejuicios étnicos se convirtieron en verdades aceptadas por la sociedad. El periodista francés Jean Hatzfeld entrevistó a varios de los victimarios para su libro Temporada de Machetes. Eran simples campesinos que de repente se vieron matando a sus vecinos y conocidos. "Cuando descubríamos tutsis en las ciénagas, ya no veíamos seres humanos. Quiero decir personas como nosotros, con ideas comunes y sentimientos parecidos" dice Pio, uno de los hutus detenidos después de la masacre.

En Ruanda, como en otros países, el genocidio no ocurrió de repente. Es el resultado de conflictos históricos sin resolver, y de una legitimación extrema de la violencia en los medios de comunicación y en los discursos oficiales. Salir a matar tutsis no era visto como una trasgresión de la ley. Las matanzas no las hicieron soldados, sino campesinos comunes, con sólo un machete En eso consistió su eficacia.

También fueron hombres comunes los que mataron a seis millones de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Si en Ruanda algunos explican la masacre porque se trata de una sociedad rural, donde quizá muchos de los perpetradores no sabían leer ni escribir, y podían ser manipulados por los políticos, ¿qué se puede decir de los miles de alemanes ilustrados, de todas las clases sociales que participaron en la segregación y el asesinato sistemático de millones de judíos?

En el libro Los verdugos voluntarios de Hitler se retrata con crudeza a los batallones de policía que durante la guerra ayudaron a cometer el genocidio. Su autor, Daniel Jonah Goldhagen, explica el comportamiento de estos alemanes porque, al igual que en Ruanda, se había convertido en "verdad" la fantasmagórica idea de que los judíos eran una amenaza para la nación. La propaganda y el discurso del régimen fueron fundamentales para desatar la ola de muertes.

Sólo que en Alemania, cuna del racionalismo, se sofisticaron los métodos. Se pusieron la tecnología y el conocimiento al servicio del exterminio, como lo demostraron las cámaras de gas. Tampoco se puede decir que, como en muchas de las nuevas guerras, eran niños o jóvenes que carecieran de conciencia individual. Goldhagen describe así los hombres del batallón policial 101 del Tercer Reich: "su edad media cuando empezó la matanza genocida era de 36,5 años (...) eran hombres maduros que tenían experiencia de la vida, hombres con familia y con hijos (...)", dice.

La sociedad alemana considera irrepetible el Holocausto. Sin embargo, el mundo entero consideraba que después de la Segunda Guerra Mundial, no habría espacio, por lo menos en Europa, para el genocidio. Bastaron unas pocas décadas para que el horror se repitiera en Kosovo. Como dice Hatzfeld en su libro: "Todos los genocidios contemporáneos suceden durante una guerra. No porque sean causas o consecuencias de ellas, (...) sino porque convierte en normal la barbarie, atiza el miedo y quebranta la ética y el humanismo".