Especiales Semana

¿ HAY QUE QUEMAR A GLORIA ZEA ?

Francotiradores de izquierda e Inquisidores de derecha arriman leños a la hoguera. ¿Cual sería en fin de cuentas su pecado?

2 de agosto de 1982

¿Quemarla, realmente? Deseos no faltan. Apenas se conoció la derrota liberal y empezó a hablarse de una remoción total de equipos administrativos. se oyeron contra ella, desde los confines de la izquierda y de la derecha, los primeros disparos. Francotirador de izquierda, con un resentimiento salpicado de humor que tiene la edad de sus barbas, Jorge Child no pierde oportunidad de presentar a Gloria Zea como una zarina de la cultura, pero de una cultura elitista, sofisticada como un diamante de Tiffany's, que quema millones en espectáculos de ópera y en piezas de teatro tomadas de los más recientes repertorios de Nueva York y París.
Desde luego, Child no es representativo de toda la izquierda, en el supuesto caso de que esta corriente política, disgregada en grupos teorizantes o coléricos, tuviese un peso y una significación en el país de hoy.
Pero es evidente que lo que él dice, desde su mansarda periodística de "El Espectador", con más gotas de veneno que de humor, expresa justa o injustamente un sentir, o quizas una especie de gruñido en torno a Colcultura, que se escucha aqui yallá. Se habla, soterradamente, de aderezos de sopranos con plumas que valen cada uno cuarenta dólares, de inútiles derroches en telas, cantantes y vestuarios, mientras los trentes populares de la cultura quedan desguarnecidos. Y a medida que Gloria Zea, bonita con trajes de Valentino y Ungaro, relumbra en fiestas y cocteles, registrados en páginas sociales de diarios y revistas, la idea de dama elitista de cultura elitista, se convierte, apresuradamente y sin ningún análisis, en algunos medios intelectuales y universitarios en firme y rencorosa convicción.
Para desgracia de ella, no son éstos sus únicos inquisidores. En la derecha, y por motivos opuestos, también los hay, "El Siglo" abre fuegos contra la directora del Instituto no solo para hablar de supuestos derroches, sino muy especialmente de las orientaciones, juzgadas demasiado atrevidas desde el punto de vista político y moral, de Colcultura. Concretamente se le reprocha un manual de historia nacional, que estaría impregnado de interpretaciones marxistas, y de difundir, en su colección de autores nacionales, obras "pseudo-pornográficas".
(Extraña denominación, por cierto, pues, de creerle al diccionario, "pseudo" es algo que pretende ser lo que no es). Al parecer, el Torquemada que alza su capa de inquisidor para señalar semejantes herejías no es otro que el subdirector del diario, el joven e ideólogo conservador Juan Diego Jaramillo (véase SEMANA No. 4). En un tiempo, estudiante pobre y bohemio, que vivia en París en cuartos sin calefacción y debía cocinarse su comida en un reverbero, Juan Diego ha seguido el itinerario de tantos otros jóvenes conservadores de las llamadas buenas familias, cuando descubren que su inteligencia y sus apellidos constituyen el único patrimonio de que disponen en un mundo de advenedizos ambiciosos, mercantilistas y sin principios: el regreso hacia atrás, a los rigores y principios de otros tiempos. a los viejos valores, a la pura doctrina. Con este tipo de cruzados, el generalísimo Franco hizo en España su conocida purga de rojos.

VACAS FLACAS
Los tiempos que vivimos no son, por fortuna, tan dramáticos. Todo lo que parece desear Juan Diego Jaramillo es que Colcultura, dejando de lado festivales de teatro, barbudos poetas, cineastas y sociólogos sospechosos de izquierdismo, tenga el olor a polvo y a anaquel del Instituto Caro y Cuervo.
¿Asoma las orejas el viejo espíritu confesional que, en las primeras décadas del siglo, echaba a la candela las novelas de Vargas Vila y al fuego simbólico de la ex-comunión a las señoras divorciadas? No es nada seguro que éste sea el criterio de Belisario Betancur. El presidente electo, como es sabido, es devoto de Neruda y de las canciones de protesta. Contrario al divorcio, las señoras divorciadas sin embargo no lo asustan.
Pero no ocurre lo mismo con sus socios conservadores del ala tradicional. Son ellos lo que rompen hoy fuegos contra Colcultura. Es el símbolo de todas las liberalidades que desearían ver en la hoguera.
Gloria Zea tiene la lágrima fácil. Llora con las películas. llora con los libros y con los boleros sentimentales. Ahora, sin embargo, sus lágrimas tienen motivos más serios. Las críticas que le llueven de izquierda o derecha se producen a tiempo que el Instituto está en una crítica situación financiera. Para sus programas y gastos de funcionamiento sólo cuenta con 142 millones de los 272 millones que le habían sido asignadosen 1980. La disminución del presupuesto significa un golpe duro para la Orquesta Sinfónica, que en lugar de los 18 millones de pesos que normalmente necesita, apenas recibe dos millones. Un golpe también para las ediciones de libros, cuyo presupuesto ordinario es de 30 millones y solamente recibe este año 4 millones: para los programas de artes plásticas, que en vez de diez millones tienen asignados quinientos mil pesos. En igual proporción han disminuido los recursos para el Ballet Nacional, para la divulgación y promoción del folclore, los festivales regionales, museos y bibliotecas públicas municipales. etc.
Es realmente una situación de emergencia. El Archivo Nacional, el más importante de América Latina, corre el riesgo de ser abandonado a las polillas. El Teatro Colón, con un saldo bancario de 240 pesos, no tiene cómo comprar papel higiénico para los baños. Los museos están cerrados los domingos, porque no hay con qué pagar las horas extras de los guardianes. Al violinista de las medias rojas, Carlos Villa, no se le ha pagado desde febrero su sueldo, como tampoco a los solistas ni a los coros estables de Colcultura.
Paradójicamente, el círculo se cierra: ocho años antes, cuando Gloria Zea fue sorpresivamente nombrada directora de Colcultura por Alfonso López Michelsen, lo que recibió fue un Instituto en harapos.

NUESTRA DAMA DE HIERRO
La idea de crearlo había sido de Carlos Lleras Restrepo, en 1969, para poner bajo un mismo sombrero entidades culturales (museos, Teatro Colón, Instituto de Antropología, Biblioteca Nacional, archivos, etc.) hasta entonces dispersas. Lo que no resultó afortunado fue el nombramiento de su primer director. Jorge Rojas no tuvo en el manejo administrativo del Instituto el mismo pulso magistral que había mostrado escribiendo su famoso soneto a la rosa.
Lleras Restrepo y Pastrana Borrero, que supieron escoger con acierto un director de planeación, cometieron el mismo error al pensar que el manejo de la cultura era cosa de poetas. López Michelsen, acaso no por casualidad, estuvo más acertado. Es cierto que Gloria Zea había mostrado eficiencia en la dirección del Museo de Arte Moderno, pero para mucha gente, por culpa de sus pestañas y atuendos, el manejo de este Instituto parecía quedarle grande. En realidad, bastaron muy pocos meses para que el país descubriera que tras la señora elegante, bonita y en apariencia frívola, se escondía un ejecutivo, y de los grandes.
Aquel 7 de agosto de 1974, cuando encontró su nombre en el periódico como directora de Colcultura, su primera reacción fue simplemente de pánico. Encerrada en "Bellavista", su bucólica casa de la Sabana, pasó todo un fin de semana revisando papeles del Instituto. El balance que hizo de lo que recibía era para poner los pelos de punta: once investigaciones por peculado, el Teatro Colón en ruinas, cuatro millones de libros hacinados en una bodega, para alegría de los ratones; la Sinfónica Nacional disuelta. La Escuela de Arte Dramático cerrada. La Biblioteca Nacional convertida en un lugar pestilente, y todas las obras del patrimonio cultural del país, como el convento de San Agustín, dejados de la mano de Dios y en ocasiones a merced de párrocos irresponsables que alegremente modernizaban las iglesias con baldosines Corona.
Lo primero que hizo, además de poner en el asfalto parte del personal que encontró, fue desempolvar la ley 163 de 1959 que le daba todos los instrumentos legales para declarar patrimonio nacional áreas y construcciones urbanas. Con esta arma en la mano, hizo reparar iglesias y conventos, reguló alturas en viejos barrios como la Candelaria y hasta llegó a hacer tumbar un edificio de ocho pisos en el recinto amurallado de Cartagena.
Sin olvidar sus rituales diarios de gimnasia, peluquería y manicure, empezó a abrir puertas. Reabrió la Escuela de Arte Dramático, poniendo al frente de ella a un "contestatario" y veterano de las tablas: Santiago García. De Zurich, la apacible ciudad suiza, trajo al francés Daniel Lipton para dirigir la Sinfónica. Hizo venir también a expertos europeos para adelantar trabajos de restauración en los hasta entonces descuidados Museo Nacional y Colonial. Con empréstitos obtenidos de la banca privada, remodeló el Teatro Colón. Restauró la Biblioteca Nacional y sacó del cuarto de San Alejo los cuatro millones de libros editados por su antecesor para venderlos a diez y veinte pesos en los puestos de revistas.

Una vez que pasó el trapo y puso en marcha todo lo que había recibido en estado de deterioro, prosiguió su labor febril impulsando nuevas obras. No cayó entonces en la fácil trampa de elegir entre lo popular y lo "culto". En realidad, cubrió a la vez los dos frentes, pues al lado de las sinfonías de Mozart imterpretadas por las orquestas sinfónicas de Bogotá, Medellín y Cali, que ella organizó, no olvidó las guabinas, joropos y currulaos del folclore regional. A través de concursos de intérpretes y de festivales regionales los fue rescatando y dándoles el debido "status" en el país. Así, pescadores de la lluviosa costa del Pacífico, los gaiteros de San Jacinto o los enruanados músicos del altiplano boyacense, se encontraron de pronto admirados y aplaudidos desde los aterciopelados palcos del Teatro Colón. Fueron las espectaculares "Noches de Colombia" que enviaría al país entero a través de la televisión.
Hoy en día, a la hora en que de todos lados surgen críticos interesados en pedirle cuentas, lo más importante de su labor parece olvidarse: la empecinada y hasta cierto punto quijotesca defensa del patrimonio artístico y cultural del país. Enorme empresa, ciertamente. Gloria Zea no solo se empeñó en salvar del comején, de la improvisación y de la ignorancia, conventos, iglesias, pinturas, tallas y obras arquitectónicas. También, a través de colecciones de libros a precios populares, emprendió la tarea, en un país sin memoria como el nuestro y con una abrumadora mayoría de jóvenes que nada saben de las generaciones que los han precedido, de rescatar del olvido buenos escritores y poetas de otros tiempos. Y algo clave: desacralizó la historia nacional, hasta ahora territorio arbitralmente gobernado por panfletarios oscurantistas como Henao y Arrubla.
Resulta hasta cierto punto irónico que haya sido una dama rica, del club de los privilegiados y favorecida por las hadas de la fortuna y la belleza, la que haya abierto las esclusas que mantenían represada la dinámica de nuestra propia historia. Convocando en Medellín a historiadores de todas las tendencias, los comprometió a escribir el "Manual de Historia de Colombia" que les produce urticaria a los más reaccionarios.
La paradoja va más lejos. Mientras buena parte del establecimiento liberal que acompañó a los dos últimos gobiernos sufría, quizás inconcientemente, un sutil pero evidente proceso de conservatización, Colcultura ha sido una vistosa excepción. Marxistas, liberales, conservadores ortodoxos reaccionarios y de vanguardia, pudieron expresar su pensamiento. Sin cortapisas ni anatemas.
Entonces, ¿por qué ahora se ponen los leños en la hoguera? ¿Por qué se quiere quemar a Gloria Zea? ¿Dónde está su talón de Aquiles? Quizás ella misma no quiere saberlo. Más para un gran número de gente que no se encuentra dentro del círculo de tiza de sus incondicionales, el asunto no tiene misterio, pero sí bemoles. La ópera, la rutilante y estrepitosa empresa, cargada de brocados, sedas, candilejas, gorgueras, arias y dos de pecho, ha querido tomarse como su cáscara de plátano.

ARMA DE DOS FILOS
Todo empezó hace seis años. Y como ocurre a veces también con los dramas conyugales, el comienzo fue inocente. Quizás el primer responsable fue quien hoy es su principal detractor, Alberto Upegui, cuya esposa como es sabido, es la conocida soprano Carmiña Gallo. Responsable, es solo una manera de decir. La Opera nació de una suma de condiciones que estaban puestas en bandeja y al alcance de la mano: una orquesta sinfónica, un coro en formación y además un abanico de cantantes colombianos ocupados en otros menesteres o condenados al exilio por falta de lugar donde hacerse oír. Allí estaban Marta Senn en bufete de abogado; Zoraida Salazar cantando zarzuelas; Alberto Arias vendiendo seguros; Sofía Salazar sacando crucigramas en su casa. Todos ellos condenados a cantar sus arias predilectas bajo la ducha, mientras otras voces igualmente calificadas, como las de Marina Tafur y Alejandro Ramírez, solo podían hacerse oír en escenarios extranjeros.
Sin presupuesto, sin las tramoyas, escenografias, vestuarios necesarios, improvisandolo todo, se montaron dos Operas "La Traviata" y "La Bohemia". El éxito obtenido los dejó esccndalizados. Empezaron a pensar en grande. Gloria Zea vio la posibilidad de hacer de la ópera, el rey de los espectaculos, una gran escuela de promoción teatral donde se formaran directores, cantantes, escenógrafos, expertos en luminotecnia y en vestuario. Lúcidamente acometió la tarea de producir un espectaculo al más alto nivel. A un nivel desconocido en nuevos predios. Pero el arma tuvo dos filos. Allí donde ella ha visto ante todo una infraestructura espectacular de formación profesional, útil para el país, otros, intencionada o inocentemente, han visto una especie de elefante blanco instalado en los jardines de Colcultura.
Para darle de comer a este supuesto eletante, nació Asartes. El principio es inteligente y útil. Se trata de una fundación capaz de captar recursos privados y de agilizar los trámites que en el sector público son abrumadores. Personajes de diversas procedencias, como José Ramón Fernandez, el general Víctor Delgado Mallarino y su hermano Andrés, Enrique Arias Jiménez, Harry Hannaver, el belisarista Hernán Beltz y los inevitables Elvira Cuervo de Jaramillo, Roberto Ordoñez y Ernesto Samper, resultaron vinculados a la filantrópica entidad. En su gran mayoría, todos ellos son entusiastas aficionados a la ópera.
La nueva empresa resultó exigente. Ciertas voces no se encuentran en estas latitudes. La escenografía requería técnicos de otras partes, dado que en nuestro medio un espectáculo de esta naturaleza no había pasado de ensayos puramente experimentales. Alberto Upegui hizo los primeros contactos en Europa para conseguir tenores y sopranos. Toda esta organización iría a quedar en manos de Gloria Zea, por obra de un virtual golpe de estado que ella consideró necesario dar al reemplazar a Upegui. Este al parecer, se inquietaba de que voces importadas pudieran opacar la de su esposa. Por su culpa, tenores y sopranos se iban del país cerrando coléricamente la puerta a sus espaldas.
Fue entonces cuando Gloria Zea, en defensa de un proyecto que consideraba de primera importancia, se hizo cargo de la dirección administrativa de la Opera, mientras Daniel Lipton asumía la dirección artística. Los dos han realizado desde entonces frecuentes peregrinajes por los santuarios europeos del "bel canto", Barcelona, en primer término, donde Carlos Caballé, hermano de la famosísima Monserrat, tiene la primera agencia mundial de cantantes. Pero también la península itálica: Génova, Roma, Siena, Pisa, Milán, Verona y la inevitable Venecia. Audiciones privadas y funciones públicas buscando siempre la anhelada perla de una voz con porvenir y todavía no cotizada. Así hallaron a Juan Pons, que el año pasado abrió la temporada en la Scala. Así, también, a Aldo Filistelo, descubierto en Génova por el fino oído de Lipton y el buen olfato de Gloria.

CORTINAS DE HUMO
El trabajo de poner en marcha las temporadas de ópera ha sido titánico. Muchas veces, como la Cenicienta Gloria ha debido abandonar fiestas a la medianoche, para asistir a los ensayos de la Opera. Un ejército de operarios y artistas, en un 70% colombianos, incluyendo el vasto grupo coral, participa en la empresa con fervor. Los talleres de costura están en condiciones de fabricar un vestuario sofisticado, no sólo para la ópera sino también para el teatro y el ballet.
Naturalmente que los resultados de una labor tan encarnizada son óptimos. Contando con la colaboración de la ópera de Colonia, "Turandot" y otras óperas célebres han tenido en Bogotá, Medellín y Cali, un montaje digno de grandes capitales europeas. La temporada se repite todos los años a un costo sufragado por Asartes, con excepción de un aporte hecho por Colcultura que asciende este año a unos 16 millones de pesos.
¿Se justifica este esfuerzo monumental? Es aquí donde el debate se encienda y las pasiones se avivan. Gloria Zea, y desde luego no por frivolidad, como algunos sugieren, defierde su empresa. Para ella, la temporada de ópera da oportunidad a muchos colombianos (80 funciones con un promedio de asistencia de 1.500 personas por función, sin contar los cuatro millones que pueden ver el espectáculo por la TV.), de tomar contacto con una de las más altas expresiones del arte, como es el teatro lirico. Por otra parte, se trata de un aporte de gran valor para los profesionales del teatro al convertirse virtualmente en un centro de formación profesional de alta calidad.
Sus críticos ven las cosas de otro modo. Estiman que el espectáculo es suntuario y por naturaleza elitista, y que en un orden de prioridades otros frentes de la cultura requerirían una atención primordial. Sostienen que en los países avanzados la ópera busca el camino de las grandes masas a través de los medios audiovisuales o de teatros de gran magnitud. El experimento de Colcultura sería, en su opinión, desmesurado para nuestros escasos recursos; un lujo no apto para pobres.
Estos mismos detractores la enjuician por el montaje de obras tales como "Amadeus", que son vistas como importaciones sofisticadas de un repertorio internacional. Gloria Zea tiene su punto de vista al respecto. Así como en la música no desdeña ni lo folclórico ni lo "culto", también en teatro, al lado de las piezas de intenciones políticas y sociales que ella ha apoyado, y que parecen condenadas a un público relativamente escaso y políticamente comprometido, le parece necesario apelar al repertorio internacional, con un montaje profesionalmente válido y con mayores recursos que el de los grupos experimentales, para ir creando interés por el género en una escala más amplia que la habitual.

Un análisis objetivo de las posiciones asumidas en este candente debate, demostraría que el problema es esencialmente de imagen.
Cuando el país, por falta de recursos, debe permanecer ausente de muchos eventos artísticos internacionales en donde antes sus artistas acaparaban premios, el observador desprevenido se sorprende con el fuego de artificio de una ópera brillando sobre un panorama de penuria. Quizá se trate de una impresión superficial, que un análisis serio de lo que Colcultura aspira a realizar con la ópera podían contrarrestar. Pero la imagen fastuosa está allí, ofendiendo a veces sensibilidades desprevenidas. Esto, sin contar con los inevitables rencores de divas desalojadas. En ciertas retinas, queda la imagen elitista de unas noches de gala, rutilantes de pieles y collares.
Pero es injusto que una imagen, o si se quiere un empecinamiento discutible, haga olvidar una labor nunca vista en el plano de la cultura, que bastaría para hacer de Gloria Zea una de las mujeres más importantes del país ¿Quemaria por culpa de la ópera? No hay derecho, menos aún si quienes ponen los leños llevan capucha de inquisidores. Pues quiéranlo o no, la obra de Colcultura queda.

¿DE QUE LA ACUSAN?
Jorge Child
En Colcultura no existe una política cultural en el sentido de que el Estado sepa qué conocimientos y valores quiere ensenar y comunicar y prioritariamente, a quiénes debe dirigir estos esfuerzos. La alfabetización por ejemplo, puede ser un esfuerzó desperdiciado si el recién alfabetizado no tiene posibilidades de continuar aprendiendo o si las enseñanzas que se le pueden impartir no corresponden al desarrollo de su creatividad y a capacitarlo profesionalmente.
"El Instituto Colombiano de Cultura es un ejemplo de una comunicación elitista e indeterminada de los "caprichos culturales" de sus directivas que, obviamente, no tienen la culpa de no desarrollar una política cultural del Estado, porque no existe. Por eso se financia una ópera para la élite del Teatro Colón de Bogotá que ya se conoce, o que dice que se conoce de memoria las óperas y no se financian investigáciones que contribuyan a descubrir las formas de creatividad del conocimiento. A los investigadores nadie los financia en Colombia, como tampoco el Estado utiliza los medios de comunicación masiva para transmitir conocimientos socialmente útiles, sino para adjudicarles espacios comerciales a las programadoras de noticias, películas y modas culturales que ellos escogen según les parece. Aquí todavía creen que la cultura es un esparcimiento elitista y no una investigación de la realidad social en la que debe participar todo el pueblo. Seguimos siendo victorianos sin hablar inglés y sin vivir en el Londres decimonónico".

CARMINIA GALLO
"La ópera se ha manejado con un criterio extranjerizante. Debemos defender lo nuestro, lo colombiano. Sé que necesitamos los valores extranjeros, de ellos aprendemos, pero si se habla de una ópera de Colombia ésta debe ser realmente de Colombia y no con un 90% de extranjeros. Mi posición es en defensa no sólo de mis colegas los cantantes, sino de quienes como los luminotécnicos, los escenógrafos, los directores de escena, los maquilladores, los encargados del vestuario y, en fin, todos los que intervienen en el montaje y realización de una ópera deben aprender de los valores extranjeros.
Mis companeros y mi público saben y entienden mi posición de defensa de los vaLores nacionales, de un criterio que no es otro que estar de parte del futuro. De abrirle el camino a quienes tiene aptitudes y a quienes no se les puede limitar, por ejemplo, poniendo un tope de pago para los artistas colombianos, mientras para los artistas extranjeros es ilimitado. Por último pienso que quien dirige un Institutó de Cultura debe sacrificar un poco de sí mismo, de su ánimo de figuración y tener paciencla y pensar que los resultados más óptimos no se obtiene inmediatamente.
Para mí una Opera auténticamente colombiana ha debido hacerse, como se intentó inicialmente, con nuestros propios artístas. Quizás los resultados habrían sido más modestos pero a cambio de ello tendríamos un éspectáculo realmente nacional a nuestra escala, con resuLtados probablemente más positivos a la larga.

...Y JUAN DIEGO JARAMILLO
Las criticas que "El Siglo" ha hecho a Colcultura se pueden resumir en los siguientes puntos:
Se politizó la narración de la historia, entregándole su investigación a una generación de "jóvenes con ira", que la demostraron ampliamente contra el Establecimiento colombiano. A nuestra manera de ver, la misión de un Instituto de Cultura debe ser la de defender los valores tradicionales sobre los cuales está edificada la nacionalidad, en lugar de demolerlos con criterio político. El ideólogo comunista Antonio Gramsci solia recordar a sus seguidores que "todo es política" e invirtió la estrategia de Marx y de Lenin al señalar cómo seria más importante dominar la cultura de una nación, para después buscar el poder político, que tratar de hacerlo al contrario como lo habían intentado los revolucionarios europeos durante tanto tiempo.
Durante los últimos ocho años, Colcultura parece haber sido el instrumento preferido por la izquierda para dar su asalto sobre el Establecimiento, pues las publicaciones emanadas de ese instituto cumplen la función prevista por los teóricos de la revolución en el sentido de demoler el prestigio de los principales literatos, intelectuales, historiadores y políticos del país durante el siglo XIX y la primera mitad del XX. Además, también hay publicaciones que corrompen la moral común y los valores tradicionales que ostentamos la mayoría de los colombianos.
Aparte de "difundir la cultura" no se conocen bien los objetivos que aspira a lograr Colcultura por medio de su acción ejecutiva. Esta ausencia de propósitos exactos se refleja en la composición de las obras publicadas por el Instituto, en las que uno encuentra, una al pie de la otra, obras de poesía decimonónica, novela contemporánea clásicos universales, traducciones, recopilación de artículos de periodistas, obras de filosofía, ensayos críticos y teatro. Es un "pot-pourri" sin mucho sentido y que hace pensar que la política editorial de Colcultura consiste en publicar lo primero que se encuentra a mano.
La labor de la señora Zea, frente a Colcultura, ha sido personalista, fatua, en busca de una proyección propia. Sabe utilizar sus encantos personales como un vehículo publicitario, acción con la cual ha obnubilado a los medios de comunicación. De ella, como sucede con los dictadores tropicales, jamás se ha publicado una fotografia natural.
Todas son posadas, fabricadas con ánimo, cosmético, en un reflejo inconciente de que, para ella, es más importante su imagen que su obra.
No compartimos con la señora Zea la idea de que "a más dinero más cultura". Podría pensarse, también, que se puede hacer mucho por la cultura mediante la legislación, por ejemplo, o interesando a organismos internacionales, o promoviendo eventos intelectuales, estéticos y espirituales. La señora Zea dice que ella no puede manejar la cultura sino es gastando dinero. Por ello, la única iniciativa de legislación que se le ha ocurrido en ocho años es que le creen un "Ministerio de la Cultura", para ser ella más importante, poder gastar más plata, poder tener más empleados, sin que por ello se beneficie ni un ápice el nivel general de cultura de la nación.
La señora Zea no reúne los requisitos culturales, académicos, o intelectuales que son necesarios para estar al frente de tan importante institución.

¿LIBROS PORNO?
Lo asegura Juan Diego Jaramillo en "El Siglo". Colcultura habría publicado obras de una literatura escatalógica y en el líndero mismo de la pornografía. ¿Cuáles son? Interrogado por SEMANA, el subdirector de "El Siglo" citó como ejemplo dos títulos: "¡Oh Gloria Inmarcesible!" e "Historias Reales de la Vida Falsa", de Jaime Echeverri. Los dos autores en cuestión han sido premiados en Colombia. Alba Lucía Angel, con el premio Vivencias; y Echeverri ha ganado el Premio Nacional del Cuento.
SEMANA revisó los dos libros en cuestión. Encontró malas palabras, es cierto. Y en el caso de Echeverry, un autor de indudable calidad. Malas palabras se encuentran en obras de Sartre, Celine, García Márquez, Vargas Llosa, para no hablar de Henri Miller y de algunos clásicos famosos, como Quevedo.
Se trata de un problema de criterios, antiguo como el mundo. El de Juan de Diego Jaramillo parece próximo al que imperó en España bajo el gobierno del Generalísimo Franco. O el que impera hoy en URSS, país donde Cien Años de Soledad fue sometido a severos cortes. Por palabras gruesas.
Sin duda, hay liberales que están de acuerdo con los pudores del subdirector de "El Sigló ". Y conservadores con una concepción más amplia en este sentido. ¿Será atrevido suponer que Belisario Betancur es uno de éstos?

Y GLORIA ZEA REPLICA
S:. Se asegura que los gastos de funcionamiento de Colcultura superan, en forma desproporcionada, los gastos de inversion ¿Qué dice al respecto ?
G Z. "Es exacto evidentemente el Instituto tiene una nomina alta, pero se trata de perssonal técnico. De las mil treinta personas que componen esa esa nómina apenas 98 son secretarias y personal administrativo. Yo trabajo con la misma nómina de personal que me dejo el poeta Rojas. Lo que se ha creado posteriormente como el Coro estable de Colcultura con 59 personas o el Ballet Nacional, con 28 personas, es personal que se mantiene por contrato".
S:.Hay quienes sostienen que la dirección de la Opera asumida por usted representa un trabajo muy absorbente, que necesariamente implica menos dedicación para los otros frentes de Colcultura. ¿Cuál es su punto de vista sobre este particular? G.Z.. Eso es contrario a la verdad Yo no dirijo la la Opera, sólo superviso a la gente que lo hace. Mi tarea es vigilar. Que todo eso tenga mi orientación, mi control, mi guia y mi responsabilidad moral Eso no me consume sino el tiempo que me exige cualquier otra tarea de Colcultura. Soy una mujer que trabajo de las nueve de la mañana a las siete u ocho de la noche, todos los días".
S:. Se habla de derroches en la Opera, de láminas de oro, de telas importadas, de personal extranjero que viene a muy alto costo. Se presenta la Opera como un espectáculo suntuario, en un país con dificultades económicas.
¿Cuál seria su réplica?
G.Z.."Evidentemente hacer ópera es costoso. Pero la Opera no la está pagando el Estado colombiano. El Estado hace apenas un aporte de 16 millones de pesos a la Opera. El resto del dinero lo están pagando, en primer término, los mísmos asistentes al espectáculo con el dinero de sus bolsillos. Lo demás se consigue con patrocinios de la empresa privada y con los demás mecanismos de constitución de fondos que ha ideado Asartes. No solamente para la Opera sino también para teatro y ballet. Opera no se puede hacer sino bien hecha".
S: Se dice que no es una ópera nacional sino extranjera.
G.Z.: "Falso. De las 488 personas que trabajan en la Opera, el 76% son colombianos. Se traen aquellas personas cuya técnica no existe en Colombia. Y lo que hacen es dejar su conocimiento en nuestro país y formar al personal tócnico colombianó".
S: El subdiroctor de "El Siglo" sostiene que usted politizo que usted politizó la narración de la historia, dojándosela a jóvenes coléricos y que las publicaciones de Colcultura no guardan ningún orden. ¿Qué dice usted?
G.Z.."No es cierto. En el Manual de Historia de Colombia participaron historiadores de todas las tendencias, desde conservadores hasta marxistas. No hay orientaciones ideológicas privilegiadas. ¿Un ejemplo? Se acaba de terminar la Antología del Pensamiento Conservador, obra en dos tomos de 450 páginas, que expresa el pensamiento de esta colectividad desde Juan Francisco Berbeo hasta Gabriel Melo Guevara.
Colcultura ha publicado obras de literatura, historia, sociología, antropología, filosofía y economía. No cualquier cosa, sino lo más importante del pensamiento colombiano de todos los tiempos. Y no en cualquier forma, sino en colecciones especializadas y con programas coherentes".
S.. Asegura el mismo impugnador suyo que usted no ha aprovechado ni el apoyo de los organismos internacionales para sus programas de cultura, ni los recursos de una legislación.
G. Z."Desde hace años trabajo contando con la cooperación de la Unesco en diversos programas de divulgación cultural. Desde 1978 hice redactar un proyecto de ley de defensa de nuestro patrimonio