Especiales Semana

Íngrid Betancourt

Esta luchadora, empeñada en sacar adelante su proyecto político, desde 2002 es símbolo mundial de las víctimas del secuestro.

Diana Rodríguez*
3 de diciembre de 2005

El día en el que Íngrid fue secuestrada, el 23 de febrero de 2002, hubo quien manifestó que ella tenía un pacto con las Farc para ganar protagonismo y obtener más votos tres meses después. Casi cuatro años han pasado, sigue en cautiverio y desde hace más de dos no se conocen pruebas de su supervivencia. Para emprender el viaje en el que fue plagiada, Íngrid dijo a su equipo que iría a San Vicente del Caguán (Caquetá) para acompañar al alcalde de su Partido, Verde Oxígeno, y a los habitantes del lugar, en esos momentos críticos que vivían tras la ruptura del proceso de paz, y para ejercer el derecho de hacer campaña en cualquier punto del país. Esa actitud, que algunos consideran polémica, y muchas otras, han hecho que muchas y muchos en Colombia la identifiquen como una líder. En 1998 obtuvo la mayor votación al Senado. En mayo de 2002, tras tres meses de plagio, obtuvo 53.922 votos. Hoy, además, es símbolo de los secuestrados gracias a que es ciudadana francesa y a los esfuerzos de su familia, del gobierno francés y de ciudadanos de aquí y de allá que luchan por su libertad. En 1994 hizo campaña a la Cámara de Representantes entregando simbólicamente condones en la calle contra la corrupción política. Cuatro años después se retiró del Partido Liberal, tras ser insultada en plena convención por criticar a los corruptos. Se unió a Andrés Pastrana en la campaña presidencial de 1998, pero después, desde el Senado, le retiró su apoyo cuando él incumplió la promesa de promover mediante un referendo una reforma política. Durante el juicio al presidente Ernesto Samper, en 1996, primero hizo una huelga de hambre de 13 días con el fin de evitar irregularidades, y luego hizo un serio análisis de más de dos horas para insistir en que el mandatario sí sabía del ingreso de dineros ilegales a su campaña. Al finalizar ese juicio, Íngrid quiso dejar constancia histórica en el libro Samper sí sabía y luego editó La rabia en el corazón, primero en Francia que en Colombia, porque aquí nadie la apoyó. Su libro fue el más vendido en París por varias semanas y así los ciudadanos franceses la conocieron. A la dirigencia de ese país la conocía desde niña cuando su padre, Gabriel Betancourt, era embajador allí de la Unesco, y desde cuando estudió ciencias políticas en la Sorbona. En su libro cuenta cómo influyeron en su vida su padre, creador del Icetex, entre otras cosas, y su madre, Yolanda Pulecio, ex senadora, ex concejal y fundadora de albergues para niños de la calle. Íngrid impacta. Quienes la admiran dicen que es valiente, inteligente, disciplinada, con profundas convicciones. Sus críticos dicen que es un sirirí con el tema anticorrupción, que quiere ir rápido en su carrera política, que es mesiánica. Para bien o para mal, hay quien cree que es ingenua y terca en la búsqueda de sus propósitos. Hoy amigos y detractores especulan mucho sobre su salud y su forma actual de pensar, pero pocos dudan de que cuando esté libre Íngrid otra vez se la jugará a fondo. *Periodista