Especiales Semana

Jerónima Nava y Saavedra

Esta olvidada escritora plasmó desde su clausura en el Convento de Santa Clara 64 admirables visiones místicas en las que relataba que Cristo era su esposo, su hermano y su amante celoso.

Constanza Toquica*
3 de diciembre de 2005

Muchas vidas de monjas neogranadinas reposan en el olvido de la historia colombiana. La de Jerónima llega hasta nuestros días por dos huellas documentales: su autobiografía y su retrato de monja muerta. Cuando ella mira el paraíso, desde el fondo de su retrato de monja muerta, no puedo más que sentir el reposo de su alma premoderna herida por un mundo que se desgarraba entre el medioevo y la modernidad, al entrar en lo que Roger Bartra llamó la "sombra de la melancolía". El barroco de las monjas transatlánticas bajo esta sombra, estaba ornado también por ingredientes locales que enriquecieron sus vivencias autobiográficas y los retratos de sus muertes místicas. Jerónima nace en 1669 en Tocaima y a los 14 años entra al Convento de Santa Clara de Bogotá, donde vive enclaustrada hasta los 58. Durante sus últimos 20, escribe 64 visiones místicas, que poco a poco va entregando a su confesor don Juan de Olmos. Cargadas de erotismo místico, en paisajes densos, construidos por la 'ficción barroca' relatan escenas intensas que oscilan entre la gloria y la desgracia. Cristo es su esposo, su hermano y su amante celoso. La Virgen María un día le da de mamar de su seno derecho, el demonio la tienta en forma de joven mancebo, los ángeles y los santos, entre los que destaca Santa Clara, la auxilian y advierten. Observa su cuerpo como pecador, se siente débil, ignorante y ciega, de acuerdo con la asimilación que hace de la tradición misógina patrística, renovada y endurecida por los vientos contrarreformistas que llegan al Nuevo Mundo y que, a pesar del Concilio Vaticano II, no cesan de estigmatizar la imagen de la mujer como indigna. Jerónima fue retratada en la mañana de su muerte como una monja coronada, dentro de su ataúd, y adornada por la corona y una palma de flores, símbolos de la virginidad y el matrimonio místico. Su retrato, el único en el que una monja muerta permanece con los ojos abiertos, recuerda la leyenda según la cual ella aseguró que si al morir sus ojos se negaban a cerrarse, era porque ingresaría al paraíso. Estas novias solas son el resultado de la hibridación entre la desmitificación religiosa y la mitificación amorosa, de acuerdo con el proceso observado por Michel de Certeau en el siglo XVII. Sus retratos son la instantánea barroca reproducida por la mano del pintor, en la culminación del camino a la perfección, tras la cópula mística con el Ausente, la cual se produce en el momento que Georges Bataille llama momento supremo de la muerte. Cuando el profundo silencio revela la unidad del ser. La autobiografía de Jerónima permite auscultar entre los modelos retóricos de la narrativa barroca, el corazón de una mujer sensible, inteligente y "de entendimiento varonil", en palabras de su confesor, quien al verla por primera vez en su mortaja, no pudo reprimir la exaltación causada por la extraordinaria hermosura de su rostro, hasta entonces oculto para todos los seglares por las celosías de la clausura. Hoy sólo vemos de ella el rostro de un cuerpo 'tocado' por el deseo y grabado, herido, escrito por ella misma, pero también por el otro masculino. *Directora Museo de Arte Colonial-Iglesia Santa Clara