Especiales Semana

LA biblia LAICA

El diccionario es como un libro sagrado para los amantes del idioma y del conocimiento. Saber escoger el indicado es todo un arte.

Mario Jursich Durán
18 de abril de 2004

Sin diccionarios el mundo sería una capa de oscuridad. Las dudas nimias, la vacilación insignificante, la pregunta compleja serían, si no imposibles, inmensamente dispendiosas de absolver.

Así, pues, nada mejor que tener diccionarios. Y no uno, sino muchos. El más obvio, el primero que deberíamos adquirir es el de la propia lengua. Yo recomendaría el de la Academia, siempre y cuando el comprador haga conciencia de que un idioma tiene por lo general 200.000 palabras, y que los lexicones más conspicuos -incluido el Drae- apenas si alcanzan las 70.000 (se ha calculado que entre la lengua viva y su repertorio hay un desfase del 30 por ciento). Así que entre más diccionarios de la propia lengua, tanto mejor.

Lo que sigue es infinito.

Podemos conseguir diccionarios de sinónimos y antónimos, bilingües, de regionalismos, de palabras y locuciones extranjeras, calepinos, diccionarios de la rima, para resolver crucigramas, diccionarios enciclopédicos como el Larousse, etimológicos como el Corominas, de uso como el Moliner, ideológicos como el Casares, del español actual como el Seco, diccionarios especializados en un campo: arte, arquitectura, deporte, medicina: en fin.

Uno debería comprarlos sin atender demasiado a las oportunidades de uso. La lectura del Quijote, después de toda una vida de aplazamientos, podría ser una. Jugar scrabble, otra más.

Tampoco deberíamos soslayar que muchos son objetos bellísimos (pienso en los llamados Liliput o en la hermosa compaginación del Littré).

De todos los volúmenes que habitan una casa, pocos se miran con tanta devoción como la Biblia y el diccionario. Tal vez los lexicones se traten con menor reverencia, pero aún así no podemos dejar de verlos como objetos sagrados y, eventualmente, darnos con ellos en la cabeza ("¡Pues lo dice la Biblia!", "¡Pues no: lo dice el diccionario!").

Esta idea del lexicón como Biblia laica refulge en el logo del Larousse. En él vemos a una muchacha que sopla un diente de león, imagen que hasta 1993 iba acompañada de la leyenda "quiero sembrar a los cuatro vientos" (Je sème à tout vent). Difícil no ver en ambas cosas una alusión a la parábola del Evangelio.

Y sí: acudimos al diccionario en busca de sabiduría, de igual modo que los creyentes abren la Biblia buscando esclarecer la suya.

"Cuando no sabe algo, dijo Canetti, va y lo busca en el diccionario".