Especiales Semana

LA CONTRARREVOLUCION EN URABA

Surge en la región una nueva derecha, organizada y violenta, decidida a barrer el comunismo a cualquier costo.

13 de junio de 1988

"Ahora resulta que ellos son los colonos. Y nosotros, que llegamos a esta región hace treinta años y comenzamos a tumbar monte ¿ qué somos?", decía un bananero un poco pasado de copas en un hotel de Apartadó. "Nosotros--gritaba mostrando los callos de las manos--somos los colonos.
Conquistamos estas tierras y no nos vamos a dejar sacar. Nos vamos a hacer romper por lo que nos pertenece.
Primero los sacamos nosotros "ellos". El hombre que hacía estas afirmaciones no era ni un millonario ni un latifundista, ni un terratenienta "ausentista", hablando en el Club Unión de Medellín. Se trataba de un mediano propietario de finca bananera, sin mayores pretensiones, ni delirios de grandeza, ni mucho menos con una tradición de violencia. Sin embargo, él, como muchos otros, está llegando a la conclusión de que "aquí los comunistas y los guerrilleros nos quieren acabar de sacar. Pero nosotros no nos vamos a dejar joder.
Periodista, todo lo que le estoy diciendo es verdad. Pero no vaya a poner mi nombre".

Esta verdad es, por lo menos, la que comparte la mayoría de los bananeros. En alguna medida, unos más y otros menos, están convencidos de que la tierra que les ha costado tanto sudor y tanto machete, el patrimonio por el que han gastado prácticamente toda una vida, está a punto de quedar en manos de unos "bandidos" que, no contentos con la plata que les han sacado durante años por cuenta de rescates, vacunas y boleteos, ahora quieren quedarse con las tierras, las mismas que precisamente los agricultores han tenido que abandonar debido en buena parte a este tipo de hostigamientos.

Cuando hablan, después de asegurarse de que lo están haciendo off the record, los bananeros afirman que el Estado nunca se preocupó por la zona de Urabá, que los empleados bananeros están tan bien pagos como los petroleros o las portuarios, que los pliegos de peticiones se negocian a punta de amenazas, que los administradores no pueden despedir a un trabajador porque su vida se pone en peligro, que las afiliaciones a los sindicatos se hacen a pistolazo limpio y que los inspectores de trabajo o los jueces de la región no pueden actuar porque las metralletas de las FARC y del EPL, no los dejan.

Otros van más allá. Afirman que el Ministerio de Trabajo los ha obligado en varias ocasiones a firmar pactos ilegales, que Belisario Betancur es el gran responsable de que se haya crecido el fenómeno del "sindicalismo armado" y que en Urabá existe hoy por hoy, un poder popular que lo único que le queda por hacer es un acta de gobierno en que declare la región como zona liberada o reclame su independencia respecto de Colombia.
"Urabá está perdido, señor periodista. Y el país lo está dejando perder. Pero ya ha aparecido gente que se cansó de todo esto y está dispuesta a responder. Y no somos únicamente los bananeros. En Urabá hay 350 mil hectáreas ganaderas y apenas 20 mil bananeras", afirma categóricamente otro bananero quien también pide no ser mencionado. "Es que aquí pasan muchas cosas de las que el país no se entera. Aquí hay gente que ha sido secuestrada tres veces. Hay familias que han tenido que pagar un rescate a las FARC.y otro al EPL, y ahora recibe,. boletas del ELN. Una situación de éstas no puede durar toda la vida. La gente se está empezando a cansar y aquí los muertos no se han comenzado a contar", afirma un ganadero, quien agrega: "A la industria del secuestro y a la del boleteo y la extorsión, en Urabá se sumó otra: la industria de la invasión. Hay gente que se volvió profesional del asunto. Invade una finca, luego vende y se va para otra y vuelve a invadir. Después de que se tomaron a Coldesa, aquí cualquier cosa puede ser invadida". Coldesa es una finca productora de palma africana de cerca de cuatro mil hectáreas, de propiedad de Colseguros, que fue invadida a mediados de 1986.
Un dirigente bananero que asegura que tiene que andar clandestinamente en Apartadó porque hace varios meses no paga vacuna, y quien se encuentra vendiendo su finca porque ya está a punto de comprar una hacienda bananera en Costa Rica, afirma: "Al país se le quiere hacer creer que los violentos somos los bananeros o los ganaderos, pero hay que preguntarse: ¿ quién empezó esta guerra sucia? ¿ Quién empezó a hacer masacres? Asesinaron al gerente de Cartón de Colombia, asesinaron a don Jaime Ortiz, uno de los pioneros del banano, asesinaron al almirante Meléndez, asesinaron al médico liberal Arturo Roldán. Nos han matado 160 capataces y más de 60 administradores.
Y todo el mundo sabe quiénes son los asesinos y nadie dice nada so pena de engrosar la lista de muertos. Mire, hemos hecho un cálculo y entre Necoclí y Mutatá se pagan mensualmente cerca de 200 millones de pesos en vacuna. Y hay del que no pague a ver qué le pasa! Entonces, ¿quiénes son los violentos.? ¿los ganaderos?, ¿los bananeros?".

"Es que ustedes --y perdóneme que se lo diga--los de los medios de comunicación, son en gran medida responsables de lo que está sucediendo en Urabá y en el país. Cuando mataron a Jaime Pardo Leal, ustedes le dieron carátula y gran despliegue en todos los periódicos y noticieros.
Cuando ellos matan a Pablo Emilio Guarín, un tipo cuyo único delito era defender la democracia, la propiedad privada y ser enemigo declarado de las FARC, entonces ustedes le dan por ahí una paginita. Eso va a pasar con nosotros cuando nos maten los guerrilleros. Si acaso nos mencionarán. Y si nos mencionan van a decir que éramos asesinos o paramilitares, y todo queda como si hubiera sido un buen acto de los guerrilleros".

Para toda esta gente no es que haya peligro de una revolución en Urabá, sino que la revolución ya tuvo lugar.
Y el dilema radica en si se deben resignar a ese hecho, o deben enfrentarlo.
" Yo ya no tengo que ir a Cuba o a Nicaragua para ver cómo es una revolución comunista porqueya la he vivido en Urabá", sostiene un antiguo bananero que tuvo que vender su finca en la región. La revolución, el poder popular, el fin de la propiedad privada, la socialización de la tierra y el comunismo son expresiones típicamente familiares para los empresarios del banano y los ganaderos de la zona. Para ellos, la famosa dictadura del proletariado proclamada por Marx es una realidad cotidiana. Consideran que los dirigentes obreros, apoyados por los ejércitos revolucionarios, se tomaron el poder a través de "juntas patrióticas", "asambleas populares" y comunas que están remplazando a las juntas de accion comunal, a los confesos municipales y a las inspecciones de policía. Ante esta situación, la prioridad para los propietarios es lo que llaman la "recuperación" de las tierras.
Expresión que ahora es utilizada en la derecha, con la misma convicción con la que la utilizaron en el pasado los invasores de izquierda. Lo que está sucediendo en Urabá, es ni más ni menos una contrarrevolución. El sentimiento generalizado es el de "basta ya". Y si la cosa tiene que ser definida a bala, "a bala será ".

CUESTION DE SOBERANIA
Lo curioso es que los propietarios no están pensando en la "recuperación" de sus fincas como un problema personal. De un tiempo para acá están hablando de "soberanía" y de lo que representaría para Colombia y Latinoamérica la "pérdida" de Urabá. No hay foro bananero o reunión de agricultores y ganaderos de la zona en el que no se repartan cartillas de geopolítica internacional en donde se advierte respecto del peligro que se cierne sobre la región ante una eventual declaratoria de independencia, y de la inmediata ayuda que prestarían los cubanos y los nicaraguenses a la "junta de gobierno" que se instalaría en la "República independiente de Urabá". "No es mentira--le dice un ganadero al reportero de SEMANA--ni es que estemos locos. Es que Colombia no se ha dado cuenta del papel estratégico que tiene este golfo", afirma mientras exhibe un mapa en el que se explica que el Canal Atrato-Truandó sería la alternativa de comunicación interoceánica entre el Atlántico y el Pacífico en el momento cuando el Canal de Panamá perdiera su importancia.

No es casual que Augura, el premio que asocia a los bananeras, haya publicado en los últimos meses avisos de prensa en los que se lee: "Urabá, cuestión de soberanía". No es coincidencial tampoco que cualquier bananero conozca al dedillo la situación de los conflictos en todos los golfos del planeta, los intríngulis de la guerra Irán-lrak, el papel del Canal de Suez, la coyuntura histórica por la que atraviesa Panamá, etc. "Es que si usted mira el mapa se dará cuenta de que Urabá es la prolongación de Centroamérica y nosotros estamos viviendo los procesos de revolución y contrarrevolución que se viven en este punto del planeta. Es un enfrentamiento entre la democracia y el comunismo". Este tipo de conversaciones son nuevas en Colombia.
Hasta ahora el maníqueismo ideológico en el país se había dado más bien en la izquierda. El sentimiento contrarrevolucionario se podía registrar algunas veces entre los militares y en algunos exponentes considerados fanáticos, como Pablo Guarín, asesinado en el Magdalena Medio. Una visita a Urabá, sin embargo, deja la impresión de que las posiciones radicales no se ven solamente en una minoría privilegiada, sino que se están extendiendo a los estratos medios de la población. Y por posiciones radicales entienden la convicción de que la salvación de Urabá requiere una cruzada anticomunista, en la cual el derramamiento de sangre será inevitable. Como el Estado no está en condiciones de asumir esta responsabilidad histórica, ellos consideran que le corresponde a la "gente de bien" en la región.

UNA HISTORIA DE 30 AÑOS
Pero, ¿qué fue lo que originó este radicalismo, tanto de derecha como de izquierda, que se está viviendo en Urabá? La historia de la región está íntimamente ligada a la historia del banano en Colombia. Urabá tiene aproximadamente 1.220.000 hectáreas de las cuales 450 mil son productivas y apenas 20 mil bananeras. Y aunque la economía de la región se ha basado fundamentalmente en este producto, y la industria bananera es el segundo renglón en exportaciones en el país generando cerca de 200 millones de dólares anuales en divisas, el desarrollo de la zona no ha ido paralelo.

El banano se sembró en Urabá por una emergencia histórica. Las pérdidas de las multinacionales en Centroamérica y Ecuador, originadas en una plaga que se difundió en los años 50, conocida con el nombre de mal de Panamá, hicieron que la United Fruit Company, bajo el nombre de Frutera de Sevilla, decidiera ampliar considerablemente su explotación bananera en Colombia. Abandonó entonces la zona de Santa Marta y se instaló en Urabá en 1959. Allí encontró unos suelos más apropiados y una mano de obra de raza negra, desorganizada y barata. Para evitarse problemas de sindicalismo--que no le traían gratos recuerdos después de la masacre de las bananeras en 1928--y obviar ciertos riesgos en la producción, la Frutera de Sevilla optó por atraer inversionistas nacionales interesados en las plantaciones bananeras, a través de créditos proporcionados por la Alianza para el Progreso, creada por John F. Kennedy a principios de los 60, y por dos corporaciones financieras colombianas.

No fueron pocas las familias, principalmente paisas, que vendieron sus casas y se lanzaron a la aventura del "oro verde", ni pocos los aventureros que con mochila al hombro, llegaron dispuestos a tumbar monte. Los primeros se convirtieron en propietarios de tierras baldías a bajos precios en la zona central de Urabá y los segundos en trabajadores. De éstos, el 50% provenia del Chocó y, en su mayoría, de vivir en condiciones infrahumanas; el 30% de Antioquia y el resto de Córdoba (los chilapos) y de la antigua zona bananera del Magdalena. Casi todos eran jóvenes solteros (machosolos, como se les llama en la región), hijos de campesinos, con escasa preparación o analfabetos, que iniciaron el proceso de proletarización en Urabá.

En estas condiciones, en 1963 se hizo la primera siembra de banano y en 1964 se produjo el primer embarque desde Urabá con 7.541 racimos de banano. El negocio del banano, con excepción del año de 1966 debido al huracán que azotó la región, resultó excepcionalmente bueno durante los cinco primeros años. En 1964 se produjo banano en 6 mil hectáreas y se exportaron 611 mil cajas, y en 1969 las hectáreas de producción llegaron a 18.950 y el número de cajas exportadas fue de 14 millones 249 mil. La comercializadora era la Frutera de Sevilla, y los productores se habían asociado para entonces en compañía de algunos ganaderos en Augura. La tasa de crecimiento en materia de exportaciones fue del 33% anual hasta llegar, en los últimos años, a un nivel promedio de 40 millones de cajas exportadas.

Sin embargo, al contrario de lo que ha sucedido en la zona cafetera o inclusive en la azucarera del Valle del Cauca, los empresarios del banano desatendieron totalmente los problemas de orden social, los de infraestructura de la zona y los relacionados con el elemento humano de la industria bananera. La carencia de vías de comunicación, las pésimas condiciones sanitarias y la inexistencia de una política educativa, fueron algunas de las constantes durante las dos primeras décadas de producción bananera en la zona de Urabá.

NACEN LOS SINDICATOS
Así comenzaron a surgir los problemas laborales. Estos se originaban básicamente en el traslado, casi mecánico, del régimen laboral que caracterizó a la United Fruit Company, en Santa Marta, a la zona bananera de Urabá. Las condiciones semifeudales en que se desarrollaba la producción, entraban en franca contradicción con el desarrollo económico de la industria. El trabajo por jornal o a destajo, la inexistencia de la jornada laboral legal, la ausencia total de las prestaciones sociales y el desconocimiento absoluto del Código Sustantivo del Trabajo por parte de los empresarios, con la complicidad en muchas ocasiones del Ministerio de Trabajo, hicieron que se agregaran otros ingredientes "molotov" a esa bomba de tiempo que se venía cocinando durante más de una década.

Esto convirtió a Urabá en un terreno apto para que echara raíces un fuerte movimiento sindical. Desde 1964 comenzaron a formarse los sindicatos. El primero fue Sintrabanano, y más de dos años después Sintagro. Además de otros nueve que tuvieron transitoria importancia. Pero la represión, las persecuciones sindicales y toda suerte de resistencias por parte de los patronos en contra de este tipo de actividad, marcaron también la primera década productora de banano en la región. Los lideres sindicales muertos, los despidos y el boleteo militar a los sindicalizados. La militarización de las fincas en conflicto y la introducción de contratistas para sabotear la lucha sindicalizada fueron algunas de las manifestaciones de la respuesta característica de los empresarios ante los intentos organizativos y las peticiones de los trabajadores que en la mayoría de los casos incluían cuestiones tan primarias como aumentos salariales, gastos de salud y mejoras en los campamentos.

Al lado, justo al lado, ahí en las montañas del Sinú y del Alto San Jorge, en 1964, año en que se comenzaba la explotación bananera, se gestaba otro fenómeno que pondría también su firma en este explosivo escenario.
Un puñado de hombres: Pedro Vásquez Rendón, Pedro León Arboleda, Francisco Garnica, Francisco Caraballo, Libardo Toro y otros, quienes acababan de romper filas del Partido Comunista, debido a su nuevo alineamiento internacional al lado de China, decidieron organizar el Ejército Popular de Liberación, EPL, como expresión armada del movimiento político que habían formado: el Partido Comunista Marxista-Leninista, que surgió como oposición, entre otras cosas, al tradícional Partido Comunista linea Moscú de Gilberto Vieira.
El EPL, como se le conoció a partir de ese momento, echó raíces en la región montañosa y poco a poco fue siendo desplazado por los cercos militares hacia Urabá. Allí se dedicó a organizar a los trabajadores bananeros a "tirarles línea" y a enseñarles técnicas de autodefensa y, de paso, a desarrollar uno de los más poderosos y lucrativos focos de secuestro y extorsión que se hayan visto en el país.

Pero como si fuera poco para la azotada región de Urabá, la contraparte guerrillera del EPL puso también su granito de pólvora en el violento mapa de la región. En la década del 60, cuando la acción de los maoístas del EPL lograba sus primeros dividendos sindicales y su organización Sintagro, se convertía en una amenaza para su rival sindical, Sintrabanano (filial de la CSTC y afecta al Partido Comunista) la línea Moscú decidió mostrar que también ejercia "todas las formas de lucha", formando el V Frente de las FARC.
Como consecuencia de esto, en Urabá se presentó un hecho sin precedentes en la historia del país: el enfrentamiento político y armado de dos organizaciones guerrilleras con alta penetración en sectores sindicales.

Fueron cerca de 10 años en los que los dos grupos guerrilleros se dieron físico plomo. Unas veces en enfrentamientos y otras en cabeza de sus principales exponentes políticos y sindicales. Y en medio de este fuego cruzado, que en algunas ocasiones cobró una considerable intensidad, hubo de todo. Los paramilitares aprovecharon e hicieron de las suyas disparando para ambos lados. Los del MOIR, que llegaron a finales de los años 70 a tener la fuerza sindical más importante con la organización Sindejornaleros, quedaron en sánduche y recibieron fuego de los tres bandos. Los finqueros no sabían cómo negociar con un grupo guerrillero sin disgustar al otro y los trabajadores tenían que afiliarse un día a un sindicato y al dia siguiente al otro porque la labor de "conscientización" con exhibición de metralletas no permitía una toma de partido muy consciente.

Cuando las contradicciones antagónicas entre las FARC y el EPL pasaban a un segundo plano porque este último comenzó a desmaoizarse después de la muerte de Mao y sus consignas estaban dirigidas básicamente a "hacer unidad de acción guerrillera", es decir a reconciliarse con su antiguo rival, apareció en el panorama un nuevo protagonista. Un paisa de Amagá, hijo de un arriero, se había convertido en Presidente de la República y hablaba de hacer la paz con los grupos guerrilleros. Las FARC y el EPL no le creyeron mucho inicialmente a Belisario Betancur y dejaron que el M-19 se lanzara al ruedo, pero cuando vieron que tácticamente podrían sacar provecho de la situación, hicieron la alianza y se lanzaron al juego de la "apertura democrática" .

Los otrora ultraclandestinos líderes del EPL, los hermanos Calvo, Oscar William y "Ernesto Rojas" salieron de sus escondites en la montaña y se entusiasmaron con el Diálogo Nacional. Llegaron hasta el propio Palacio de Nariño en donde con gran insolencia informaban de los "retenidos" que aún tenían en su poder, debido que no habian entregado el dinero para su rescate. "Oscar William Calvo se convirtió en asesor presidencial" dice un bananero recordando esas épocas. Con esta nueva legitimidad guerrillera, los sindicatos tomaron una fuerza inusitada y se dieron casos de afiliaciones relámpago, como el de Sintagro, que de 147 afiliados antes de la tregua pasó a tener 4.500 en 1985. Las peticiones, los paros, las libertades sindicales y las conquistas laborales, se pusieron a la orden del día. El Ministerio de Trabajo, al frente del cual estaba entonces el líder sindical Jorge Carrillo Rojas, tomó cartas en el asunto. Las personerías jurídicas de los sindicatos que, durante años, habían estado suspendidas, los paros que siempre habían sido declarados ilegales y los pactos colectivos que era la forma como se negociaba anteriormente, dieron paso a la era de la civilización en materia laboral, y los trabajadores vieron por primera vez en muchas de las fincas bananeras, el salario mínimo, la jornada laboral legal, el régimen de horas extras y la contratación colectiva.

Pero ni el gobierno, ni el Ministerio de Trabajo, ni los patronos, ni los sindicalistas, ni nadie estaba preparado para enfrentar una situación como la que se generó a partir de la firma de la tregua con la guerrilla y la " política social" de los dos últimos años del gobierno de Betancur. Si lo que había existido allí era la preponderancia de un "capitalismo salvaje", no menos salvaje resultaba la dirección sindical, la masa trabajadora y los grupos guerrilleros que los respaldaban. Esto llevó a la elaboración de pliegos sindicales absurdos que contenian puntos como que la jornada de ocho horas fuera de 6 de la mañana a 2 de la tarde y de ahí para adelante, todo se pagará como horas extras que debían ser canceladas a precio de extra dominical. Los permisos y los fueros sindicales no guardaban proporción con el número de trabajadores de una finca.
Hubo incluso situaciones en las que uno o dos meses después de haber negociado un pliego, el sindicato se sentía en condiciones de desventaja y pedía que se reiniciara la negociación.

No menos irracional era a veces la posición de los dueños de las fincas, quienes consideran subversivo, inclusive, la aplicación del Código Sustantivo del Trabajo. Los resultados de este chamboneo patronosindical produjeron goles de ambos lados, que habrían de traer posteriormente reacciones en busca de rectificación.

Por parte de los sindicatos esto se tradujo en peticiones cargadas de cierto revanchismo en relación con el pasado. Para los trabajadores no era muy dificil enfrentar un administrador o un dueño de la finca, si sabían de antemano que contaban con un respaldo armado. Y. para los patronos, sin necesidad de que les mostraran los "fierros", existían unas condiciones desiguales en la negociación.
Para ellos, los permisos sindicales eran una especie de "becas" para los guerrilleros infiltrados en las fincas.
Las cuotas de los afiliados las veían como otra clase de vacuna que se descontaba por nómina. Y los cursos de capacitación sindical eran vistos como escuelas de formación guerrillera. A esto se sumaba el hastío y la desesperación total frente al boleto, la vacuna y el secuestro de que eran víctimas por parte de los grupos guerrilleros.

Estas condiciones desiguales de negociación pronto trajeron su contra en materia de factores externos a las relaciones entre-el capital y el trabajo en la zona. Algunos sectores de los dueños de la tierra decidieron responder con la misma moneda. En diciembre de 1985 fue bombardeada la sede de Sintagro en Currulao y los muertos en las calles de los principales municipios bananeros (Apartadó, Currulao, Chigorodó y Carepa) comenzaron a ponerlos los sindicalistas. Las organizaciones sindicales y las políticas que se habían formado para desmovilizar la guerrilla, la UP de las FARC y el Frente Popular del EPL, comenzaron a acusarse mutuamente de la responsabilidad por la reacción de la "derecha". Y se oyeron nuevamente los tiros entre las dos organizaciones guerrilleras. A partir de ese momento se arreció el fuego y en Urabá se contaban diariamente los asesinatos de los tres bandos armados: EPL, FARC y paramilitares.
La muerte se apoderaba de toda la región de Urabá y el gobierno busca una salida a través del viceministro de Trabajo, en ese momento, Germán Bula Escobar. Luego de estudiar la situación laboral y de orden público en la región, propuso la creación de una Comisión Tripartita en la que se sentarían en una misma mesa los patronos, los sindicalistas y el gobierno con el propósito de buscar una salida al problema político-laboral. Aunque no se ocultaba el hecho de que detrás de este tipo de negociaciones estaba también el aspecto militar que se vivia en la zona. Todo el mundo sabía que a la sombra de cada institución civil había una militar y se trataba, según palabras del entonces viceministro, de "legalizar la región. Al ministerio le tocó defender a los trabajadoresfrente a las propuestas de los sindicatos defender los intereses empresariales frente a los bananeros y aún, defender los intereses de la región frente a los voceros de la comunidad", afirma Bula Escobar.

La Comisión Tripartita logró algunos avances en materia de seguridad social, laboral y de vivienda, pero poco a poco fue perdiendo su importancia debido fundamentalmente a que las entidades encargadas de "aportar" no cumplieron con su palabra. Cuando se produjo el cambio de gobierno y el proceso de paz toma otro rumbo, la Comisión Especial, e nuevo nombre que se le dio, prácticamente se murió. Como también comenzaron a aparecer muertos varios de sus integrantes, a pesar de que el tema en el que más se insistió, fue precisamente el del "derecho a la vida".

La nueva administración, tal vez con la excepción de Fernando Cepeda cuando era ministro de Gobierno, se desentendió del asunto y la región volvió a quedar al garete. A partir de ese momento, las contradicciones se han agudizado y la ola de violencia se ha disparado incontrolablemente. La situación es tal, que el propio ministro de Gobierno César Gaviria, en un arrebato de sinceridad, un poco antipolítico, manifestó la semana pasada: "Por ahora el gobierno es incapaz de erradicar la violencia en las zonas de reciente colonización como Urabá, Magdalena Medio, Arauca y Caquetá ".

Aunque después de las matanzas, el Estado ha dado muestras de querer meterse de una vez por todas a Urabá con el nombramiento del "supergobernador militar", Fernando Gómez Barros, la solución parece no estar muy cercana. Máxime cuando el propio nombramiento del general está a punto de caerse, luego de haber sido impugnado por el procurador Horacio Serpa Uribe.

Esta realidad es la que está llevando a los propietarios medios y ricos de Urabá a la conclusión de que la erradicación de la violencia les corresponde a ellos. Y probablemente, ninguna de las múltiples amenazas que pesan sobre el país, podría ser más grave. Porque el subproducto de este sentimiento es la formación y financiación de grupos paramilitares, y la solidaridad, e inclusive la complicidad, en algunos casos, de elementos de las Fuerzas Armadas en esta cruzada.

El resultado de este tipo de "operaciones de limpieza" no puede ser otro que el de la generalización de la guerra. El asesinato en cabeza de dirigentes sindicales, que en el fin de semana pasado cobró nuevas victimas, y la racha de matanzas que se ha apoderado de la región es lo más parecido a una situación de preguerra civil. La cadena de víctimas de uno y otro bando, lo único que puede dejar como saldo es un sentimiento de venganza en los familiares que mutiplicará los muertos en ambos lados. Los urabeños que apenas están naciendo en la región, serán los hijos de los revolucionarios o los hijos de los contrarrevolucionarios de hoy, y en sus pasados familiares habrá mucha sangre por cobrar y pocas ganas de perdonar. Los textos hablarán de la otra generación de la violencia y la historia de las bananeras en el país siempre estará teñida de sangre.

Lo más grave de todo esto es que este tipo de sentimientos y retaliaciones, hasta ahora circunscrito a las zonas de intensa violencia como Urabá está comenzando a sentirse en todo el país.