Especiales Semana

La ilusión aplastada

En Praga, los estudiantes y los intelectuales aprovecharon la apertura del gobierno comunista para soñar con el fin de ese sistema. Fracasaron, pero dejaron la semilla de la revolución de terciopelo, 21 años después. Por Mauricio Sáenz B.

3 de mayo de 2008

El Imperio Soviético también sintió el terremoto político y social que estremeció al mundo en 1968. El tremor se presentó en Checoslovaquia, uno de los países más importantes de ese bloque, en la forma de un movimiento que intentó reformar el comunismo desde adentro, pero murió bajo las orugas de los tanques del Pacto de Varsovia. Alexander Dubcek, su líder, dijo después que era posible aplastar las flores, pero no la primavera. Y tenía razón. Algo más de 20 años después, bastó una "revolución de terciopelo" para sacar definitivamente a los soviéticos. Porque la Primavera de Praga había puesto en evidencia que el gigante tenía pies de barro.

Dubcek había pasado muchos años en la Unión Soviética y era un consentido de la dirigencia de Moscú. Por eso a nadie en el Kremlin de Brezhnev y Kosygin le molestó que tomara el poder el 5 de enero de 1968, cuando las tensiones en el Partido Comunista de Checoslovaquia obligaron a renunciar al secretario general, Antonin Novotny.

Armado con el poder que daba ser el nuevo jefe del Partido Comunista local, el dirigente amplió las reformas económicas que se habían iniciado el año anterior. Y el 5 de abril publicó el 'Programa de acción' que, entre otras cosas, aflojaba la censura de prensa, cambiaba el énfasis productivo de insumos industriales a bienes de consumo, planteaba la competencia entre las empresas, abría el debate político a partidos distintos del comunista y reorganizaba el país como una república federal, en la que los sectores checo y eslovaco quedaban en pie de igualdad. El documento se definía como un "experimento único hacia el comunismo democrático" y planteaba un proceso de apertura a 10 años. Era, en suma, el programa para un "socialismo con rostro humano".

Dubcek entreabrió la puerta de las transformaciones, y los checos se colaron en tropel. Con cada día que pasaba, la prensa mostraba mayor independencia y proliferaban las críticas al sistema soviético. Pero en Moscú y otras capitales comunistas, los jerarcas de la burocracia comunista miraban con horror lo que estaba sucediendo y temían que el virus se contagiara a otros países. En su singular retórica, el gobierno soviético llamaba "fuerzas de la reacción, que luchan por restablecer el sistema burgués" a los intelectuales y estudiantes que se manifestaban en la calles.

El 27 de junio apareció un crucial manifiesto redactado por el escritor Ludvik Vaculik y firmado por decenas de reformistas, incluidos algunos del Comité Central del Partido. Este documento, conocido como el 'Manifiesto de las Dos Mil Palabras', iba mucho más lejos que el Programa de Acción de Dubcek, pues exigía, entre otras cosas, la democratización inmediata y el restablecimiento del Partido Social Demócrata.

Aunque Dubcek y sus aliados, asustados por el giro que tomaban los hechos, rechazaron el documento, el Kremlin consideró que era la gota que faltaba. Reunidos en Varsovia, los partidos de la Unión Soviética, Hungría, Polonia, Bulgaria y Alemania Oriental, declararon que "los hechos de Checoslovaquia ponen en peligro los intereses vitales de los demás países socialistas". Entre el 29 de junio y el primero de agosto hubo negociaciones entre ese grupo de países y el comité checo. Dubcek defendió las reformas con el argumento de que lejos de hacer peligrar la primacía del partido, le traerían mayor apoyo popular. Y aseguró a sus colegas que ninguna de sus medidas iba contra el comunismo, ni contra la permanencia de Checoslovaquia en el Pacto de Varsovia y en el Consejo de Ayuda Económica (Came), el órgano que controlaba las economías del bloque.

Pero no logró convencerlos, y en la noche del 20 de agosto, unos 500.000 soldados de esos cinco países entraron al país con varias divisiones de tanques. Dubcek ordenó a sus tropas permanecer en sus cuarteles, mientras pedía a la gente abstenerse de resistir. Tanto él como sus compañeros del Comité Central fueron arrestados y conducidos a Moscú. Mientras tanto, las plazas de Praga eran escenarios de discusiones entre los soldados y los manifestantes, pero también de episodios de violencia que dejaron como saldo unos 70 muertos y varios centenares de heridos. El 27 de agosto los líderes regresaron y pronto demostraron haber aprendido la lección. Una a una, reversaron las reformas. Dubcek permanecería nominalmente en su puesto hasta abril del año siguiente, cuando fue reemplazado por Gustav Husak. La Primavera de Praga había terminado.

Si los checos resistieron, fue a pesar de sus líderes. Tanto, que el muerto más famoso fue el estudiante Jan Palach, quien en 1969 se encendió fuego para protestar por esa indiferencia. Los checos no recuerdan con especial emoción la Primavera de Praga, porque sienten que su dirigencia los traicionó. Varias decenas de miles de ellos emigraron decepcionados.

Es que supieron muy tarde que el movimiento promovido desde arriba no quería cambiar el sistema ni reemplazar la elite burocrática que dominaba al país. Incluso Dubcek, un personaje anodino, ni siquiera formaba parte de los reformistas más radicales y había sido un candidato de transacción. Lo que en realidad pretendía era atacar los males de la economía checoeslovaca, que llevaba años en picada. En efecto, ese país era uno de los pocos que ya estaban industrializados antes de caer bajo la égida soviética, en 1948. Por eso, su aparato productivo fue el que más sufrió cuando fue ajustado a la división internacional del trabajo impuesta desde Moscú para sus satélites a través del Came.

En ese momento el desenlace pareció favorecer a la Unión Soviética y su bloque comunista, cuya unidad prevaleció. Sin embargo, la invasión a Checoslovaquia le quitó a Moscú el apoyo de los partidos comunistas de Europa Occidental y, sobre todo, mostró que el comunismo no era reformable desde adentro. De hecho, hoy se considera a la Primavera de Praga el antecedente remoto de la "revolución de terciopelo" que, 21 años más tarde, contribuyó al derrumbe del bloque comunista.

Ese intento por remover las estructuras sin cambiarlas ni entregar el poder, por lo visto no impresionó a Mijail Gorbachev, quien años más tarde, al frente de la Unión Soviética, lo repitió con la perestroika y el glasnost. Gorbachev declaró en 1998 que, como él, Dubcek carecía del beneficio de la experiencia, pues su experimento no tenía antecedentes que sirvieran como guía. Como él, había sido arrastrado por la historia.