Especiales Semana

La inocencia perdida

Los ataques cambiaron la percepción de los norteamericanos sobre sí mismos y el mundo pero no sus valores fundamentales.

22 de octubre de 2001

El brutal ataque a las Torres Gemelas y al Pentágono destruyó no sólo los símbolos del poderío financiero y de defensa de Estados Unidos sino algo mucho más profundo. Bajo los escombros del World Trade Center quedó enterrada, quizá para siempre, la inocencia de los norteamericanos.

“Oh bella para los sueños de los patriotas/ Que resuena a lo largo de los años/ Tus ciudades de alabastro brillan/ sin ser opacadas por las lágrimas humanas”, cantan en alabanza de su país los niños en Estados Unidos.

Dan Rather, el legendario periodista de CBS, también la cantaba con el orgullo patriótico que siempre ha caracterizado a los estadounidenses. Sin embargo, con la voz quebrada por el llanto, Rather confesó en el programa de David Letterman el lunes antepasado: “Esta canción nunca me sonará igual”.

Tampoco verán con los mismos ojos el Hombre Araña ni las películas tipo Día de independencia —que ya fueron retiradas del mercado— y ni siquiera las gigantes vallas comerciales de Nueva York —también retiradas— que sugieren que la vida es un juego.

“Ya no hay respuestas simples, claras para todo. Sólo hay preguntas”, escribe en El País de España John Carlin. Y la pregunta que más se hacen por estos días muchos estadounidenses es: “¿Por qué alguien nos puede odiar tanto?”.

Aunque las respuestas predominantes siguen siendo como la de Rather —“Por envidia de América y de los americanos, por su riqueza y su aparente invulnerabilidad”— los estadounidenses comienzan a oír autocríticas sobre las acciones de su gobierno en Chile para derrocar a Salvador Allende, en Centroamérica para impedir que los sandinistas llegaran al poder, en Irak, en Afganistán y en otros rincones del mundo. Enterarse de que mucha gente en el exterior está resentida con Estados Unidos ha sido una sorpresa para millones de norteamericanos que habían creído ciegamente en la cruzada mundial de su país por la libertad.

“En un país en el que apenas el 10 por ciento posee pasaporte, en el que la liga nacional de béisbol se llama ‘la serie mundial’, en el que se considera, en general, que el planeta más allá de las fronteras de Estados Unidos carece totalmente de importancia, no es de extrañar que la gente se sorprenda al descubrir que hay muchos seres humanos que detestan al país que algunos llaman el Gran Satanás”, agrega Carlin.

Los estadounidenses también han perdido la inocencia frente a la capacidad de su gobierno —que antes pensaban infalible— para protegerlos. Descendientes casi todos ellos de familias que huyeron de sus países en busca de una vida mejor y más segura, la mayoría tenía una sensación arraigada de invulnerabilidad. El peligro siempre estaba en otro lado, lejos, encapsulado en la pantalla de CNN. Ahora el riesgo se ha vuelto un factor real en su vida y ya no hay que comprar una boleta para sentir miedo.

El ave fenix

Paradójicamente, sin embargo, frente a estas imágenes rotas, los estadounidenses se han aferrado con mayor fuerza a sus valores básicos para salir adelante. Y aunque en ese vasto territorio conviven varios ‘países’ hay un espacio en donde se cruzan, y es en la firme creencia en que el destino de ese Estado no depende del gobierno, ni de otras naciones, ni mucho menos de un terrorista. El destino de ese país depende de cada uno de los ciudadanos. Y ellos miran hacia adelante, nunca hacia atrás. La cuenta de cobro a los responsables en Estados Unidos de que esta tragedia haya ocurrido vendrá después. Por ahora la tarea es enfrentar el drama y reconstruir lo perdido.

Miles de flores, banderas, fotos, ositos de peluche, dibujos de niños y cientos de velas adornan Union Square, convertida por los neoyorquinos en un monumento conmemorativo a las víctimas de la tragedia. Las estaciones de bomberos, las fachadas de las casas, las discotecas, las tiendas, los semáforos, están iluminados de noche con velas. Los estadounidenses manifiestan su dolor con luz y su patriotismo con banderas ondeando en todo el país.

Pero su presencia también se hace sentir más allá de lo simbólico. Donde comienzan los cordones de seguridad para acceder a lo que era el World Trade Center toman turnos decenas de personas para aplaudir a los bomberos y policías —convertidos ya en héroes nacionales— y agradecer así su trabajo de rescatar sobrevivientes.

Hasta el miércoles pasado el Fondo 11 de Septiembre, creado por dos ONG para recoger donaciones para dar asistencia inmediata y a largo plazo a las víctimas y a sus familias, había superado la cifra de 89 millones de dólares, entregados por grandes empresas y fundaciones en todo el mundo. Y mientras el reclutamiento voluntario de jóvenes se duplicó en las últimas dos semanas, en universidades como la de San Francisco los estudiantes inundaron el campus con carteles que decían: “No podemos permitirnos la intolerancia. Unámonos por la paz”. CNN y otros medios decidieron no aceptar pauta para no lucrarse de la tragedia. Grandes inversionistas, como Warren Buffet, se comprometieron públicamente a no vender sus acciones para minimizar el impacto económico de la tragedia y los políticos cerraron filas para respaldar cualquier acción del presidente George W. Bush. A nivel local, las iglesias de todas las denominaciones se movilizaron para ayudar a sus feligreses en estos momentos difíciles.

Porque una cosa que se ha puesto en evidencia con esta tragedia es el espíritu religioso de esa sociedad. Al mejor estilo de Hollywood, Bush interpretó el ataque como una lucha entre el bien y el mal; prometió “justicia infinita”, como bautizó la operación militar, y anunció el comienzo de una “cruzada mundial” contra el terrorismo. “Entender el mundo en términos de ‘buenos y malos’ viene desde los puritanos en la Bahía de Massachussets, pero más recientemente desde la Guerra Fría y la lucha contra el ‘comunismo ateo”, dijo a SEMANA Eric Newhall, experto en ‘el sueño americano’.

Para adelantar esta cruzada contra el terrorismo, el nuevo enemigo, el Congreso de Estados Unidos estudia un proyecto de ley para autorizar al Departamento de Justicia interceptar llamadas, incrementar la vigilancia estatal y arrestar inmigrantes sospechosos de terrorismo. Medidas como esta última son populares en el otro ‘país’, el Estados Unidos xenófobo, racista que ha reaccionado frente a esta tragedia atacando tiendas de árabe-estadounidenses, dejando mensajes amenazantes en las mezquitas y llegando incluso a asesinar a un inocente musulmán.

Pero frente a estas acciones, coaliciones amplias de grupos, tanto liberales como conservadores, se han organizado para defender las minorías islámicas así como las libertades ciudadanas y ya están haciendo lobby en el Capitolio para evitar que estas iniciativas se concreten en leyes.

Lo que parece haber quedado demostrado es que en Estados Unidos, de puertas para adentro, las ideas de libertad, de democracia, de solidaridad, de respeto a las instituciones están muy arraigadas en la conciencia colectiva. Ahora falta ver si en momentos críticos como los actuales estas logran traspasar las fronteras.