Especiales Semana

La separación del Departamento de Panamá

Armando Martínez Garnica
27 de octubre de 2003

Don Ramón Maximiliano Valdés publicó, pocas semanas después de la declaración del 3 de noviembre de 1903, un ensayo histórico sobre La independencia del Istmo de Panamá, sus antecedentes, sus causas y sus justificaciones. Interesa destacar de este texto su convicción de que la tendencia separatista de los istmeños era algo que se había transmitido "con fuerza de tradición casi secular, de generación en generación... y que a ella consagraron devoción entusiasta los istmeños más conspicuos de todos los tiempos". Hay que recordar este simple hecho: fueron los propios istmeños, en una singular circunstancia favorable a sus propósitos, quienes tomaron la decisión de cortar de un tajo el nudo esencial que habían formado las dos posibilidades de existencia política que habían contendido desde 1821: o existir como estado nacional independiente o integrarse a la nación colombiana bajo un régimen federal que les permitiese resolver los especiales problemas que originaba su excepcional posición continental.

Cuando el Congreso colombiano negó en 1903 la aprobación al convenio Herrán-Hay, dos viejos istmeños se concertaron para resolver el "problema gravísimo e inquietante" que esa decisión había generado: la posibilidad inminente de que la construcción del canal interoceánico se hiciera por la ruta de Nicaragua, según había ordenado la ley Spooner al presidente norteamericano, llegado el caso de que no pudiera adquirir "el dominio sobre el terreno necesario de la República de Colombia". José Agustín Arango y Manuel Amador Guerrero vieron esfumarse en un instante el futuro del Istmo y tomaron la decisión de afirmar el republicanismo panameño independiente, venciendo la opción alternativa que desde la aprobación del artículo 201 de la Constitución colombiana de 1886 había reducido al Departamento de Panamá a una "degradante tutoría", así hubiese sido corregida por la ley 41 de 1892.

La decisión de los dos viejos tenía sus riesgos, pues se trataba de ponerse en guerra contra el gobierno de Colombia, algo que podía ser juzgado y penado como delito de traición a la patria. Por ello había que conseguir dos apoyos militares: el del propio Ejército Nacional acantonado en el Istmo, comandado por un boyacense casado con panameña, y el de la Marina de los Estados Unidos, la única capaz de impedir el desembarco de tropas colombianas en los puertos de Colón y Panamá. La suerte ayudó un poco con el excepcional nombramiento de un gobernador nativo del Istmo, José Domingo Obaldía, una "equivocación" que los huesos de Rafael Nuñez debieron reclamarle al presidente Marroquín. Pero por el otro lado también complicó la situación cuando por una omisión de un empleado no pudo el comandante del crucero Nashville informarse de la orden de impedir el desembarco del Tercer Batallón de Tiradores comandado por el general Juan B. Tovar. Así que el desenlace militar corrió a cargo de los propios panameños y de la decisión del general Esteban Huertas. La malicia del director de la Compañía del Ferrocarril separó al general Tovar y sus ayudantes del grueso de la tropa, que quedó esperando transporte en Colón. Fue así como, sin un solo disparo, el general Huertas pudo apresar al general Tovar en Panamá y culminar el insignificante evento militar que abrió el paso a la declaración de independencia del 3 de noviembre. Todo lo demás fue "carpintería" diplomática en Washington, aprovechada por John Hay para firmar un nuevo convenio con el plenipotenciario del nuevo gobierno independiente que le dañaría la digestión a la nueva nación hasta que el presidente Carter puso término al abuso de la perpetuidad.

El arresto de los viejos istmeños provenía de las tradiciones políticas de unas cuantas familias (Arosemena, Obaldía, Arango, Obarrio, Arias, Herrera) pero, sobre todo, de una representación histórica que se fue construyendo al calor de las experiencias políticas de los istmeños desde su independencia "espontánea" de España y, en especial, de las de la afirmación de su relativa autonomía en 1830, 1840 y 1855, cuando lograron erigirse en estado federal y empujar al país hacia la confederación. La dura experiencia de la guerra de 1855 y la "degradante tutoría" que se les impuso en la Carta de 1886, con la complicidad de sus dos "delegatarios" - Miguel Antonio Caro y Felipe R. Paúl -, los convencieron de que al "gabinete de Bogotá" le debían todos sus males. Males soportables, como habían sido las violencias de algunos oficiales de la Guardia Nacional y la negativa a concederle el empleo de gobernadores a los nativos en tiempos de la Regeneración. Pero la pérdida de la obra del canal interoceánico por obra de unos "leguleyos" reunidos en Bogotá ya era otra cosa...