Especiales Semana

La Virgen y el volcán

Mientras el Galeras amenaza con hacer erupción, los nariñenses que lo rodean creen más en aplacarlo con rezos y procesiones que hacer caso a las alertas de los científicos.

19 de septiembre de 2004

La fe mueve montañas. O las serena. De eso están convencidas miles de personas que por estos días, cuando cae la tarde, se echan a las calles de los pueblos cercanos al Galeras, en Nariño. Salen en procesiones tranquilas y confiadas, a pesar de que arriba, a escasos tres kilómetros el volcán, uno de los 38 que hay identificados en Colombia, amenaza con una erupción que podría sepultarlas para siempre.

La febril actividad de las autoridades que organizan planes de evacuación, llevan teléfonos móviles a los coordinadores de las veredas, reparten botiquines, diseñan salidas de emergencia y dictan cursos relámpago de primeros auxilios contrasta con la quietud de los pobladores. Para ellos lo único que hay que hacer es guardar silencio y respetar al volcán.

"A él le gusta estar tranquilo, dormir su larga siesta. Por eso no debe hacerse ruido para alterarlo", dice Diego Vallejo Criollo, de 40 años, quien ahora se debate entre cumplir al pie de la letra sus funciones como inspector de policía de Genoy, corregimiento de Pasto, o dejarse llevar por sus creencias ancestrales.

Por sus obligaciones como primera autoridad del pueblo ha recibido insultos y se ha ganado enemistades. "En varios sitios me han cerrado la puerta, me han acusado de mentiroso", dice. Esto le ha ocurrido en especial con las personas mayores que no entienden a qué horas Vallejo Criollo le dio la espalda a la Virgen del Rosario y ahora cree más en sismógrafos y otros aparatos extraños.

A 3.200 metros de distancia, Genoy es el pueblo más cercano al volcán. Un informe del Instituto Colombiano de Geología y Minería (Ingeominas) lo ubica en la "zona de amenaza alta". "Esta -explica el documento- corresponde al sector afectado con una probabilidad mayor al 20 por ciento de que sucedan eventos volcánicos con severidad, principalmente por causa de flujos piroclásticos; esperándose que en esa dirección no haya ningún sobreviviente y la propiedad sea destruida".

"No nos venga con cuentos, más bien vaya coja oficio", le dijo Pedro José Yaquenó, un viejo poblador. Vallejo había ido a su casa, en la profundidad de la montaña, a prevenir a su familia de los riesgos inminentes. "Convencerlos del peligro ha sido un trabajo muy difícil por no decir imposible", reconoce el inspector.

Y es que para los habitantes de Pasto, Nariño, La Florida, Sandoná, Consacá, Chachagüí, Mapachico y Genoy, as

poblaciones en el radio de influencia del volcán, crecer junto al Galeras es la esencia misma de su personalidad: tranquilos, atentos, siempre dispuestos a escuchar. Les inspira serenidad antes que ansiedad.

La historia dice que en épocas pasadas la gente de por aquí era más alegre y extrovertida. Sus viviendas estaban levantadas en las pocas llanuras que dejaban las faldas del volcán. Durante el siglo XX, poco a poco fueron extendiendo sus cultivos y llevando sus ganados en dirección al cráter del Galeras.

Hace cinco años, poco antes de morir en su lecho y cuando iba a cumplir un siglo de vida, Vicenta Gabina Criollo, abuela del inspector de Genoy, les pidió a sus nietos como última voluntad que guardaran el mayor respeto con el volcán, "porque él es nuestro fiel compañero de travesía". Les contó que cuando era muchacha altanera y poco creyente se había ido con sus amigas a jugar cerca del volcán. "Cantamos, silbamos, reímos". Ese mismo día, en agosto de 1936, el Galeras lanzó piedras incandescentes. Desde entonces, Vicenta aprendió en carne propia que lo mejor "era no hacerle bulla".

Su nieto dice que él mismo en su adolescencia subió con sus compañeros a jugar y lo despertó . "Se puso el gorro", dice, para explicar que su cráter se nubló. Doña Filomena Pasichaná recuerda que en una emergencia similar a la que por estos días se vive en esta región, varios habitantes de La Florida subieron desesperados por las medidas de prevención a que los tenían sometidos los cuerpos de socorro. "Llegaron hasta lo más alto y le gritaron: 'Volcán, despierta, despierta de una vez'. Y así lo siguieron molestando un buen rato". Cuando retornaron a sus casas, quedaron pasmados al observar que el volcán les había lanzado una lluvia de ceniza que ahora cubría los techos de bahareque y las paredes de adobe. "¿Se dan cuenta?, eso pasa por no dejarlo tranquilo", reprocharon los mayores.

Así, el comportamiento de la gente fue cambiando poco a poco. Hoy, el ganado pasta bien abajo y la gente guarda silencio cuando siembra o ara en las faldas. La gente es feliz sin algarabía. Son suaves al hablar y les gusta contemplar la imponencia de este macizo montañoso bajo los acordes de sus flautas andinas.

Además han reafirmado su devoción a las patronas de los pueblos. Así, por ejemplo, mientras a las 6 de la tarde en las grandes ciudades millones de conductores regresan a sus casas entre el estrés de los interminables trancones, en Genoy cuatro mujeres levantan a la Virgen del Rosario de su altar, se la echan a los hombros y se marchan a darle una vuelta al pueblo. Detrás va una procesión femenina que reza el rosario, con niños que cargan sus útiles escolares y hombres con las huellas frescas de haber trabajado la tierra todo el día. Y le ofrecen sus oraciones al volcán para que se serene. Y le piden excusas por si alguien vino a importunarlo. Y le dicen que perdone el ruido de los helicópteros de los comités de emergencia y de los vulcanólogos que a diario lo sobrevuelan para vigilarlo.

A esa hora, Vallejo Criollo, el inspector de policía y uno de los hijos más queridos de Genoy, no sabe qué hacer. Si sumarse a la procesión o irse a la reunión del comité de emergencia. Es la única confusión que tiene en el día. Maneja lo demás con absoluta precisión. Sabe dónde vive cada uno de los 1.050 habitantes del casco urbano, en cuál vereda está cada uno de los 2.602 pobladores de las zonas rurales, sabe cómo contactar a cada una de las 645 familias y tiene en su memoria los números de teléfono móvil de la red que ha montando el gobierno para esta emergencia. Y sobre todo conoce cada una de las rutas para sacar a su gente en caso de urgencia. "Si algo ocurre esperamos volar", dice. Genoy en lengua nativa significa 'el vuelo del águila'.

Con igual sabiduría maneja la situación Margoth Narváez, de 25 años, inspectora de policía de Mapachico, el otro poblado ubicado bajo el volcán, a cinco kilómetros. Su pueblo, que tiene 2.300 habitantes y es devoto de la Virgen de la Divina Pastora, tampoco cree en los pronósticos de la ciencia sino en los poderes celestiales. Ella personalmente ha ido hasta las veredas más alejadas a informar de los riesgos y los pasos que se deben seguir si el volcán hace erupción. La respuesta siempre es igual. "No vamos a evacuar. Lo que deberían hacer es dejar de ofender al volcán y dejarlo dormir tranquilamente".

Su tarea, como la de las demás autoridades del área de amenaza volcánica, no es fácil. El Galeras es de una imponencia abrumadora. Se le puede dar la vuelta completa en carro por la Circunvalar en cuatro horas a buen ritmo. La vía tiene tramos pavimentados, pero casi toda en tierra serpentea montañas y abismos profundos entre toda la gama de verdes. Hasta hace muy poco tiempo, las Farc imponían su ley. Los paramilitares llegaron y a sangre y fuego se hicieron los nuevos amos. Por eso, en cualquier recodo se encuentran con pintura fresca en las paredes de las casas avisos que dicen: "AUC. Bloque Central Bolívar. Frente de Guerra Galeras". Y en muchos puntos están las huellas del último muerto acusado de haber sido auxiliador de la guerrilla.

La gente de los 12 poblados que rodean el volcán no habla de eso. Ahora está más preocupada en venerar a sus vírgenes. Hace un tiempo, algunos habitantes arriesgaron su vida cuando fueron comisionados para subir al cráter y arrojarle medallas de la Virgen de la Mercedes. Pero no les importó. "La solución está en creer", dice Antonio Eduardo Narváez, de 60 años, padre de la inspectora Margoth. Él hace muchos años atrás ocupó el cargo que hoy tiene su hija y la acompaña a diario en sus correrías de prevención. Lo hace por amor de padre porque en realidad, él también cree que al volcán hay que guardarle un respetuoso silencio y nada más.

Margoth, entre tanto, ha aprendido mucho de ciencia. Sabe de información geológica, de flujos piroclásticos, de la fuerza de los proyectiles balísticos, de la onda de choque, de la velocidad de los flujos de lava y de lodo. Estudia registros fotográficos, asiste a largas reuniones de los comités de emergencia, maneja los niveles de alerta. "¡Que cantidad de cosas!, dice él. Lo que hay que hacer es rezarle a la virgen", sentencia. Su hija, por si acaso, todos los días encabeza la procesión que recorre el pueblo, atraviesa el parque principal, asciende hasta el camino que va al Galeras mientras cae la noche. Allá en la profundidad azabache el volcán, amenazante, duerme plácidamente, entre el eco de las oraciones.