Especiales Semana

Las heridas de un viejo guerrero

La primera parte de la expedición de SEMANA por tres de los más importantes ríos de Colombia se inicia en el Magdalena. Este río articula la economía y responde por el 80 por ciento del PIB del país, el 70 por ciento de la energía hidráulica y el 50 por ciento de la pesca de agua dulce. Pero solo sobrevivirá si Colombia se compromete a salvarlo.

27 de enero de 2018

No hay duda: el Magdalena dejó de ser ese río majestuoso y megadiverso del que hablaban conquistadores, cronistas y viajeros desde el siglo XVI, que se convirtió en la principal vía de comunicación hasta mediados del siglo XX y por el que entró la modernidad al país. Esa misma modernidad que ahora lo amenaza de muerte.

Poco queda de la enorme diversidad y cantidad de animales reportados por los primeros expedicionarios europeos que recorrieron sus aguas. Los papagayos de color rojo, verde y azul y otros pájaros de colores brillantes; las manadas de monos que poblaban las ramas; las iguanas que permanecían inmóviles en la maleza; los grandes caimanes que simulaban troncos de árboles en el cieno; las serpientes, las tortugas, las grullas, los flamencos y demás aves zancudas paradas sobre una pata; los manatíes y demás mamíferos que describió el diplomático francés Auguste Le Moyne cuando viajó a finales del siglo XIX por el Bajo y Medio Magdalena. Todos ellos se encuentran hoy en peligro de extinción y cada vez se ven menos. Actualmente, divisar un manatí o un caimán puede costar días de búsqueda.

Esa megadiversidad fue desapareciendo, acorralada por la ganadería y la agricultura. Incluso la pesca, actividad insignia del río, se ha reducido de una manera dramática. Lamentablemente, se cumplió el sueño modernista del científico Manuel Ancízar, cuando a mediados del siglo XIX, interpretando el criterio de la época, dijo: “Con el transcurso del tiempo y la mayor población, abatido el bosque y desaguados los pantanos, desaparecerán estos inconvenientes y las mencionadas llanuras serán el criadero de numerosos rebaños, que alternarán con haciendas de café y caña”.

Se podría decir que la triada modernidad, progreso y civilización le ha generado daños irreversibles al Magdalena. Un recorrido por los 1.528 kilómetros de sus cuencas alta, media y baja muestra una radiografía de un guerrero que, pese a sus heridas, se niega a morir y que sigue siendo importante para los colombianos. Al fin y al cabo, alberga casi 80 por ciento de la población en su cuenca y es responsable del mismo porcentaje del PIB del país.

El río niño

A unos cuantos kilómetros de su nacimiento en la laguna Magdalena, en el páramo de las Papas, el río comienza su batalla por sobrevivir. Ignacio Becerra, artesano y habitante del Estrecho del Magdalena, Huila, señala que las montañas que acompañan al río y que forman un cañón, desde hace 50 años, han perdido sus bosques, arrasados por la agricultura, en especial de plátano, café y de pancoger. “La deforestación ha hecho que el río arrastre cada vez más sedimentos, haciendo que sus aguas ya no sean cristalinas y que nazcan menos peces en la zona”.

Tras atravesar el cañón, conocido a la altura de Timaná, Huila, como Pericongo, el progreso le da al Magdalena su primera estocada: las represas de El Quimbo y Betania. La primera, construida entre 2010 y 2015, y la segunda, entre 1981 y 1987. Resulta complejo evaluar el impacto de ambas. Si bien ambientalistas y habitantes de la región señalan que los embalses han causado graves daños ecológicos, como la desaparición de extensas hectáreas de bosque seco tropical, también alrededor de esos cuerpos de agua se desarrollan industrias como la turística y la pesquera, que les da trabajo a las personas que viven en su área de influencia.

Al llegar a Neiva, el río recibe la primera gran descarga de aguas negras. Si bien todas las anteriores poblaciones por las que pasa hacen lo mismo, en este punto recoge los desechos diarios de 500.000 habitantes sin pasar primero por una planta de tratamiento de aguas residuales.

Río abajo, las fincas ganaderas y arroceras dominan el paisaje. A lado y lado se observan bocatomas por donde captan el agua para los cultivos y tubos de salida por donde se descargan las aguas contaminadas con agroquímicos y otros desechos. En los límites entre Neiva y Tolima, también se ven grandes piscinas donde los lugareños cultivan mojarra roja y negra. Solo hay actividad turística en El Quimbo y Betania.

Cuando el Magdalena entra al trayecto final de la cuenca alta, aumentan la actividad turística y pesquera. En el puerto de Girardot aparecen las lanchas que llevan a los turistas a destinos como la Isla del Sol. Los pescadores comienzan a ser cada vez más recurrentes y se mueven entre esta población y Honda detrás de los peces. Aquí se inicia un problema que correrá con las aguas de la cuenca del Magdalena: la dramática disminución de la riqueza piscícola. De acuerdo con la Autoridad Nacional de Acuicultura y Pesca, entre 1975 y 2015 los pescadores pasaron de producir 70.000 toneladas a 11.000.

La constante escasez de peces

Esta reducción se acentúa con lo que sucede en la cuenca media del Magdalena. A pocos kilómetros de Honda, llegando a Puerto Boyacá, comienzan a verse los grandes complejos lagunares, lugares fundamentales para el ciclo reproductivo y de crecimiento de los peces. Las hembras llegan allí a desovar; luego, los peces jóvenes recorren los caños y llegan al Magdalena.

Lo grave es que la gente está desecando esas ciénagas, que contribuyen a oxigenar y a depurar el río, para usar las tierras para criar ganado, compuesto cada vez más por búfalos. En la cuenca media, la autoridad ambiental Corantioquia enfoca su trabajo en el complejo lagunar del Magdalena Medio. En junio del año pasado declaró área protegida a la ciénaga de Barbacoas, ubicada en el municipio de Yondó, y se espera que este año haga lo mismo con la ciénaga Chiqueros, donde se han visto caimanes de gran tamaño.

En la cuenca media el transporte fluvial toma fuerza. Allí los habitantes de municipios ribereños como La Dorada, Puerto Boyacá, Puerto Berrío, Puerto Nare y Barranca usan el río como una principal vía de comunicación. Desde las cinco de la mañana, en la mayoría de las poblaciones comienzan a salir las lanchas que transportan pasajeros. Hacia las siete u ocho de la mañana, en zonas como La Sierra (corregimiento de Puerto Nare) empieza a funcionar el ferri que pasa carros, motos y camiones entre las dos orillas.

Ya en Barrancabermeja aparecen las barcazas que transportan hidrocarburos y carga seca entre esta ciudad y Barranquilla. Ese negocio cada vez es más rentable gracias al puerto de Impala, el más grande del país. De acuerdo con Cormagdalena, entre 2016 y 2017 el transporte de carga aumentó alrededor del 50 por ciento.

Eje y sustancia

Desde Barrancabermeja, este guerrero incansable comienza su recorrido por los departamentos del Caribe colombiano. En El Banco, Magdalena, sus aguas se bifurcan: el brazo principal se dirige hacia el occidente, donde su caudal recibe las aguas de los ríos Cauca, San Jorge y Cesar. Allí atraviesa la Depresión Momposina, una extensa planicie inundable de cerca de 25.000 kilómetros que cumple la función fundamental de regular el ciclo hidrológico del río, sobre todo en las temporadas de lluvia, cuando sirve de esponja que absorbe el exceso de agua.

La ‘capital’ de esta subregión, Mompós, fundada en 1540, tiene una historia íntimamente ligada a los caprichos del río. Desde el principio, su posición privilegiada la convirtió en uno de los puertos más prósperos del país. Ante la vulnerabilidad de Cartagena frente a los ataques de Armadas extranjeras y sin que Barranquilla hubiera aparecido todavía en el panorama político y económico de la región, Mompós era el paso obligado para las mercancías que entraban y salían de la colonia, y luego de la naciente república.

Sin embargo, hacia 1830 el Magdalena torció su rumbo y Mompós entró en un largo periodo de decadencia del que hasta ahora comienza a revivir. Toda la actividad económica que generaba el río se desplazó hacia otros lugares, las otrora prestantes familias emigraron y las inmensas mansiones coloniales empezaron a decaer ante el inexorable paso del tiempo. Pero María Bernarda Palomino cuenta una versión más optimista de la historia. Para ella, simplemente, el desvío del Magdalena permitió a la ciudad mantenerse a salvo de las convulsiones políticas que han signado la historia del país y de las consecuencias negativas del progreso mal entendido.

Gracias a ese aislamiento, dice Palomino, una momposina de 48 años que hoy funge como secretaria de Cultura y Turismo de la ciudad, no sufrieron los estragos de las sucesivas guerras civiles del siglo XIX, ni la violencia partidista del XX que desembocó en la carnicería de las guerrillas y los paramilitares de comienzos del XXI. “Mompós estuvo como suspendida en el tiempo. El Magdalena nos dio la prosperidad, pero también nos protegió de todos los males que sí sufrieron los demás pueblos de la región”, afirma.

Hoy, Mompós resurge de la mano del auge turístico que vive el país. Desde hace seis años alberga un festival de jazz que congrega a más de 6.000 personas y sus calles de piedra y sus casonas restauradas se han convertido en uno de los destinos preferidos por los visitantes que buscan conocer una villa repleta de historias y leyendas. “Tenemos 32 hoteles y más de 700 camas disponibles. Y en eventos masivos como el festival, muchas casas se acondicionan para recibir a los turistas y hacerlos sentir como en familia”, complementa Palomino.

En su último tramo antes de llegar al mar Caribe, el coloso fluvial describe una línea casi recta que sirve de frontera entre los departamentos de Magdalena y Atlántico. Pero se trata de una división artificial, pues a lado y lado del río los pueblos ribereños comparten un estado de postración y abandono de proporciones bíblicas.

Aquí aparece un factor: las carreteras que lo acorralan e interrumpen su comunicación con los ecosistemas circundantes. Esto es particularmente notorio en su margen derecha, donde actualmente una concesión de cuarta generación construye la ‘vía de la Prosperidad’, un trazado de 48 kilómetros para unir a Barranquilla con Salamina. Aparte de los líos de corrupción, que han causado que los 245.000 millones invertidos hasta ahora solo hayan alcanzado para pavimentar 4 kilómetros, el trazado no contempla conexiones adecuadas entre el Magdalena y la Ciénaga Grande de Santa Marta, lo que genera un impacto negativo en el humedal más emblemático de Colombia.

Con todo, el Magdalena resiste y en su parte más baja sirve de eje del desarrollo de una de las principales ciudades del país. Gracias al puerto construido a 12 kilómetros de la desembocadura, Barranquilla se ha erigido como la Puerta de Oro, el sitio por donde ha entrado gran parte del progreso económico y una de las principales conexiones culturales con el mundo. De ese tamaño es la trascendencia del Magdalena, el río crucial de Colombia