Especiales Semana

Las murallas de Cartagena

Por su valor arquitectónico e histórico, es uno de los símbolos imborrables de Colombia

Adolfo Meisel Roca*
24 de junio de 2006

Cuando las nuevas generaciones de colombianos quieran reencontrarse con la historia del heroísmo de sus antecesores, deberán siempre mirar hacia las murallas de Cartagena. Son también el ejemplo mejor conservado de una plaza fuerte abaluartada en todo el Caribe. Ni Cuba, ni Puerto Rico, ni Veracruz, ni Portobelo, conservan casi intactas las fortificaciones militares construidas durante varios siglos coloniales, siguiendo los diseños de los ingenieros al servicio de la Corona española.

Su construcción representó un enorme esfuerzo económico por parte de las provincias de Nueva Granada y Ecuador, que fueron las que las financiaron con sus transferencias fiscales, o situados, como se conocían esas transacciones. También ayudaron a sufragar la compra o el alquiler de los miles de esclavos que trabajaron en su construcción, así como para cubrir los gastos de su manutención. Aunque la leyenda que dice que las piedras de las murallas de Cartagena se pegaron con cal y sangre de los esclavos no es cierta, en un sentido menos literal sí que lo es.

La enorme carga que en las últimas décadas del período colonial representaron las inversiones en las murallas de Cartagena para un Virreinato muy pobre, como lo era el de la Nueva Granada, prepararon el terreno para la independencia. La Revolución Comunera de 1781 fue una rebelión de los neogranadinos en contra de los esfuerzos de la administración borbónica para elevar los recaudos tributarios. Después de pagar por los gastos de funcionamiento del gobierno colonial, por las obras militares y a las tropas de Cartagena, no quedaba casi nada para enviar a España. Esto último era inaceptable para las autoridades de Madrid. Por eso pretendían aumentar los recaudos. Pero la creación de más impuestos llevó a una insatisfacción con la administración virreinal y a la rebelión de los comuneros.

La expoliación tributaria siguió aun después de la Revolución Comunera. Por eso, cuando vino la crisis de la monarquía española que desató la invasión napoleónica de 1808, los criollos eran muy críticos del sistema económico imperante, tal como quedó plasmado en los escritos de Antonio Nariño, José Ignacio de Pombo y Camilo Torres.

En 1741, las murallas y fortificaciones de Cartagena ayudaron a derrotar la armada inglesa, comandada por el almirante Edward Vernon, que atacó la ciudad. La flota inglesa estaba compuesta por más de 180 navíos de guerra y transporte y trajo casi 30.000 hombres. Pero detrás de las murallas, los cartageneros resistieron. Uno de sus comandantes era el célebre Blas de Lezo, quien murió como consecuencia de las heridas recibidas durante los bombardeos ingleses.

Luego las murallas sirvieron para que los cartageneros rechazaran durante más de tres meses el sitio que Pablo Morillo les impuso para reconquistar la ciudad en 1815. Ese sitio llevó a que miles de patriotas de todas las edades murieran de hambre. Pero no se rindieron. Cientos de defensores de Cartagena, tal vez unos 2.000, se embarcaron en navíos en el muelle de la ciudad para desafiar el cerco español. Al pasar por el fuerte de Bocachica recogieron a los defensores de ese fuerte, los cuales, al retirarse, arriaron la bandera del Estado Soberano de Cartagena y se la llevaron hacia el exilio. Muchos nunca regresaron.

Pero algunos sí lo hicieron. Aunque fuera para morir en la lucha por recobrar su ciudad. Como fue el caso de Juan Antonio Arias, quien murió en 1821 en las acciones de recuperación de la plaza por parte del Ejército Libertador bajo el mando del general Mariano Montilla. Arias fue uno de los firmantes del Acta de Independencia de Cartagena del 11 de noviembre de 1811. Luego se marchó al exilio en 1815 y regresó con el Ejército patriota en 1821. Murió en un combate en el Cerro de la Popa, unos días antes de que los españoles se rindieran y abandonaran para siempre a Cartagena.

Después de la independencia vendría el abandono de las murallas, pues ya no tenían casi ningún valor militar. En los últimos años del siglo XIX se le agregó a la puerta de entrada de la ciudad una torre neogótica con un reloj, la Torre del Reloj, que se ha convertido en unos de los símbolos más reproducidos de la ciudad y del país. Ya muchos no recuerdan que debajo de esa torre estaba la única entrada al casco urbano de Cartagena. En los albores del siglo XX, cuando estas se encontraban en lamentable estado de abandono, el Tuerto Lopez escribió: "Pues ya pasó ciudad amurallada tu edad de folletín". Pero unas pocas décadas después vendrían los grandes flujos de turistas, quienes siempre buscan las murallas para fotografiarse en ellas, o para caminar por encima de estas mientras divisan el mar y la ciudad desde lo alto, o simplemente para admirar sus férreas estructuras de piedra. Están pisando sobre las piedras que con sudor y sangre defendieron los cartageneros en diferentes épocas. Aún hoy es necesario defenderlas.

* Economista de la Universidad de los Andes