Especiales Semana

A LAS PATADAS

En Colombia están dadas las condiciones para que en los estadios de fútbol se desencadenen actos violentos que podrían terminar en grandes tragedias.

9 de diciembre de 1996

En la tarde del domingo 27 de octubre los peruanos estuvieron muy cerca de vestir al país de luto. Ese día el estadio Nacional de Lima fue el centro de toda la atención de los incas, pues Sporting Cristal y Universitario definían cuál sería el equipo que se llevaría el título de campeón del fútbol peruano. Como siempre, la gente ma- drugó a hacer fila para poder conseguir un buen lugar en la tribuna. Y también como siempre el estadio sobrepasó su capacidad más de lo normal. Al comienzo a pocos les importó no tener el espacio suficiente para poder mover los pies aunque fuera 10 centímetros. Pero hacia el final del partido, cuando ya casi nadie aguantaba al vecino, el sonido del pito del árbitro señalando el punto penal a favor del Sporting cambió la historia. Con esa decisión Sporting ganaba el campeonato. Los hinchas rivales, como fieras enjauladas, comenzaron a gritarle al juez furiosamente con la esperanza de que reconsiderara su decisión. Este, en un acto de coraje, mantuvo firme su veredicto. Entonces los hinchas decidieron tomar cartas en al asunto intentando ajusticiar al juez. Las rejas que separan las tribunas de la pista olímpica fueron destruidas por los empujones de la multitud. Una vez adentro de la cancha, los fanáticos persiguieron al árbitro hasta que escapó en medio de la protección de la policía. Aquellos hinchas que no cayeron estrepitosamente a la pista atlética se quedaron en la tribuna librando una verdadera batalla campal con puños, palos y piedras contra sus rivales. Una hora después de iniciado el disturbio la policía no se explicaba cómo nadie había muerto. Esa misma noche de domingo la violencia también llegó a las puertas de los estadios argentinos. Durante el partido que el Boca Juniors jugaba como local contra el Vélez Sarsfield, dos petardos salieron disparados desde las tribunas de Boca buscando como blanco al arquero José Luis Chilavert. Para fortuna del paraguayo, un error de cálculo hizo que los petardos explotaran a un metro suyo. El popular guardameta tan sólo quedó aturdido durante varios minutos.Pese a ese domingo negro, nadie duda que los peruanos y los argentinos pueden darse por muy bien servidos. Diez días atrás el estadio Mateo Flores en Ciudad de Guatemala se había convertido en la tumba de 78 personas. Un sobrecupo de 15.000 hinchas y el abuso del licor tuvieron parte de la culpa. En Colombia la última catástrofe deportiva de grandes magnitudes ocurrió en 1982, cuando en el Pascual Guerrero de Cali murieron 22 aficionados en una avalancha humana. Para algunos, el paso de estos 14 años sin una gran tragedia en los estadios del país es la prueba de que no se repetirán. Sin embargo, un estudio del Ministerio de Comunicaciones que se publicará antes de finalizar el año revela que la realidad es que el país está más cerca de llegar a una situación como la de Perú o Guatemala, que de poder disfrutar de la tranquilidad de sus escenarios deportivos.
Una bomba de tiempo
Según la investigación, desarrollada por la firma Opinar y dirigida por María Cecilia Duque con el fin de establecer la incidencia de los medios de comunicación en el comportamiento de la comunidad en los escenarios deportivos, uno de cada cuatro hinchas colombianos acude al estadio por lo menos una vez a la semana y la mitad de ellos lo hace siempre que juega su equipo. Aunque para muchos de estos aficionados el fútbol es simplemente una diversión más, hay un gran número de ellos para quienes este deporte es mucho más que eso. Al preguntarle a un grupo de 100 animadores de barras qué significaba para ellos el fútbol, los realizadores del estudio se encontraron con que para el 32 por ciento era "una gran pasión", mientras que para el 28 por ciento "lo es todo". Según Manuel Vidal Noguera y Marta Cecilia Rivera, autores del marco conceptual de la investigación, un individuo se identifica de tal manera con su equipo que "éste es parte integral e importante de su propia identidad social, por lo tanto cuanto le suceda al equipo lo afecta a él directamente. Si siente que su divisa es víctima de una injusticia o una agresión el hincha sentirá que él es la víctima y reaccionará consecuentemente". Es por esto que un 65 por ciento de los fanáticos encuestados afirma que cuando el equipo va perdiendo sienten que son ellos los que van perdiendo. La mayoría de los asistentes al estadio no va por simple afición al fútbol, o por ver un espectáculo más, sino para ver y acompañar a su divisa, por la cual se sienten representados en el juego. Dicho de otra forma, la mayoría de las personas que asisten a un estadio de fútbol en Colombia siente que se está jugando su autoestima en la cancha, se está viendo identificado con su equipo y por eso un número considerable de hinchas (el 40 por ciento) lo refleja vistiendo el uniforme o algún distintivo de su equipo. Según Juan Carlos Gallego, integrante desde hace cinco años de una de las barras más tradicionales de Millonarios, "muchas personas se burlan y creen que estamos payaseando porque nos pintamos la cara con los colores del equipo. Pero para nosotros hacer eso no sólo nos hace sentir más cerca del club, sino que representa un honor tan grande como el que siente un general cuando se pone el traje de gala para un desfile". Esta identificación casi irracional con su equipo, sumada a factores como el transformarse en muchedumbre al interior de un estadio y consumir drogas o licor, puede llevar a que pacíficos hinchas se conviertan en cuestión de segundos en violentos hooligans. De acuerdo con diferentes teorías sobre el comportamiento de masas, las actitudes del público en los escenarios deportivos adquieren características especiales. Por más inteligentes que sean los individuos reunidos, tienden a perder su individualidad y a actuar de una manera diferente a aquella como pensaría, sentiría u obraría cada uno de ellos aisladamente. Dentro de la multitud los hinchas ceden más fácilmente a los instintos violentos, porque se sienten protegidos por el anonimato que les da ser uno más del conglomerado. Un alto porcentaje pierde el autocontrol y el temor a la autoridad, porque siente que al estar dentro de una masa sus actos quedarán impunes. Esto explica porqué el 39 por ciento de los aficionados consultados por el estudio del Ministerio de Comunicaciones siente que en el estadio es una persona más influenciable. La transformación de los hinchas en multitud los hace sentirse liberados, poderosos y desinhibidos, tal y como ellos mismos lo manifestaron en las entrevistas del estudio. Sin embargo, lo preocupante para los expertos es que un 8 por ciento de los hinchas afirma sentirse capaz de todo cuando está en las graderías, y el 7 por ciento asegura que se siente agresivo (ver recuadro). Aunque la proporción de aficionados que manifiestan esta sensación es minoritaria, lo que inquieta a los especialistas es la capacidad de contagio que puede tener una actitud semejante en medio de un estadio enardecido con miles de personas.

Semillas de violencia
Según los autores del estudio, si el club es víctima de una injusticia en el campo o de una agresión, o por lo menos así lo considera el hincha, él sentirá que la injusticia va dirigida hacia él y reaccionará consecuentemente mediante una acción violenta contra el árbitro o los rivales, como único medio para recuperar su autoestima. Una prueba de ello es que el 29 por ciento de los hinchas aceptó que se siente más agresivo cuando su equipo pierde. "Normalmente todos somos muy pacíficos, pero siempre pasa que cuando el equipo está mal, viene alguien a querer tirárselas de chistoso o simplemente a montarla. Y uno aguanta que se la monten una, dos veces y hasta tres veces, pero si siguen hay que pararlos por las buenas o por las malas, porque sino van a seguir montándola toda la vida", dice Gallego.
El deseo de agredir se vuelve más intenso entre mayor sea el grado de fanatismo por el equipo. Consultados sobre si habían sentido deseos de agredir a un árbitro, un 33 por ciento de los hinchas respondió que sí, mientras un 77 por ciento de los animadores de las barras reconoció haber tenido ese sentimiento. En cuanto a los jugadores del equipo contrario, el 15 por ciento de los aficionados manifestó haber sentido deseos de agredir a alguno, mientras el 40 por ciento de los de las barras afirmaron lo mismo. Con respecto a los hinchas del equipo contrario, la diferencia fue de 16 por ciento de los aficionados frente a un 57 por ciento de los animadores (ver recuadro).Este sentimiento sin embargo no siempre permanece reprimido. Una de los hallazgos más inquietantes de la investigación es que el 35 por ciento de los líderes de barras en el país ha sido agredido por hinchas de otras barras, y el 4 por ciento de ellos reconoce que ha golpeado a otros fanáticos. Son estas cifras las que hacen que salga del armario, para hacer sentir su presencia en Colombia, el fantasma de la violencia y las tragedias que parecía exclusivo de los hooligans ingleses o de las barras bravas de Argentina (ver recuadro).
Los mayores desencadenantes de la agresividad en los estadios colombianos son el sobrecupo y el consumo de licor y droga. Mientras el 21 por ciento de los hinchas reconoce haber consumido trago o droga antes o durante el partido, el 37 por ciento de los miembros de las barras asegura lo mismo. Según concluyó la investigación "no hay suficiente control al consumo de licor y droga. Antes de iniciar el partido ya hay licor y droga dentro del estadio". Uno de las formas más comunes para introducir el trago a los estadios, especialmente a los pequeños, es el sistema de carrusel que consiste en que los hinchas que están afuera les pasan el trago por entre las mallas a los que están adentro y ya fueron requisados. Sin embargo a la hora de identificar lo que les produce agresividad, los hinchas señalan otras causas como las malas decisiones arbitrales, el juego sucio y mal intencionado, la rivalidad y los insultos entre las barras, el deficiente control y vigilancia por parte de la fuerza pública, las apuestas y las fallas en la administración y organización locativa en los escenarios deportivos.
Para tener en cuenta
Más allá de lo que los hinchas manifiestan sentir cuando pisan un estadio hay dos factores que, según el estudio del Ministerio de Comunicaciones, son alarmantes. El primero es que dentro de las barras y los hinchas hay síntomas preocupantes de tolerancia hacia los hechos violentos. Arrojar objetos a la cancha, agredir a un árbitro o golpear a otro hincha son actitudes que el público justifica de distinta forma, como por ejemplo afirmando que"estaba alterado por la situación" (42 por ciento) o que"recibí influencia de algún medio de comunicación" (25 por ciento).Estos últimos resultados son _a juicio de los expertos_ los más graves y representativos ya que indican que el aficionado colombiano se ha familiarizado tanto con la violencia que no sólo ha perdido la capacidad de asombro frente a ésta sino que además la justifica. En otras palabras un porcentaje alto de hinchas colombianos ve como normal la violencia. Esto explicaría, en parte, porqué el 7 por ciento de los animadores de barras y el 5 por ciento de los hinchas aprueba el comportamiento de los hooligans de Inglaterra y de la barra brava de Argentina. Lo más preocupantes es que, aunque los líderes de las barras que aprueban la agresividad son un porcentaje pequeño, son ellos quienes marcan el patrón de conducta de los hinchas de su barra.Para algunos estas cifras y el hecho de hablar de violencia en los estadios colombianos puede parecer algo sorpresivo. Sin embargo los hinchas, dirigentes, deportistas y medios de comunicación vinculados al fútbol están conscientes de que, aunque desde hace más de una década no ocurre una tragedia de grandes magnitudes en el país, en Colombia existen los elementos necesarios para que la semilla de la violencia florezca, pudiendo incluso desencadenar catástrofes como la sufrida por los guatemaltecos. Tanto es así que el 49 por ciento de los animadores de las barras de fútbol colombiano piensa que en el país pueden presentarse incidentes graves como los que protagonizan los hooligans ingleses.Pero no sólo ellos. También para el director de Coldeportes, Ignacio Pombo, "es un milagro que no haya pasado una desgracia todavía en Colombia". Es por eso que la meta de Coldeportes para el próximo año es organizar campañas educativas con el fin de tratar de concientizar a los hinchas de que el fútbol no tiene que ser la prolongación de la violencia del país, y aplicar los correctivos del caso para evitar que en un futuro cercano Colombia sufra en sus estadios las desventuras de Perú o Guatemala.
El aficionado colombiano ha perdido la capacidad de asombro frente a la violencia y la justifica
Perfil del hincha
El hincha de fútbol es generalmente una persona joven: cuatro de cada cinco hinchas que asisten a los estadios no pasan de los 35 años y en su mayoría son hombres. Sólo uno de cada 10 es universitario. La mayoría (65 por ciento) ha cursado máximo bachillerato. El 60 por ciento de los aficionados que colman los estadios gana menos de 300.000 pesos y sólo uno de cada 100 gana más de un millón de pesos. El 15 por ciento es desempleado.Más de la mitad (un 55 por ciento) pertenece a las clases baja o media baja, el 29 por ciento a la clase media y únicamente un 13 por ciento a los estratos medio alto y alto. Perfil de las barrasLos miembros de las barras de los equipos son hombres en una abrumadora mayoría (95 por ciento). Son jóvenes _el 67 por ciento es menor de 35 años_ , pero no tan jóvenes como el resto de los aficionados. Su nivel educativo es inferior al de los hinchas. Sólo uno de cada 100 es universitario y el 77 por ciento no pasa de bachillerato.Su nivel económico también es inferior: el 75 por ciento gana menos de 300.000 pesos y sólo dos de cada 100 ganan más de 500.000, aunque su nivel de desempleo es sólo del 5 por ciento. Una impresionante mayoría (97 por ciento) pertenece a los estratos bajo y medio bajo y el resto (3 por ciento) a la clase media.