Especiales Semana

Los peregrinos del agua

En la Alta Guajira, los wayuu caminan kilómetros cada día en busca de un agua que a veces es mala y los enferma, y a veces les cuesta más caro que a un bogotano rico.

3 de octubre de 2004

Es una madrugada diferente en la Alta Guajira. Las lluvias que trajo el coletazo del huracán Jeanne, que fue maldición para muchos países, fueron un alivio para Josefa Epieyú, una anciana de piel pegada a los huesos habitante de este desierto implacable. No le tocó despertarse al alba a prepararse un poco de chicha y una arepa de maíz, la magra vianda que la ayuda a soportar la larga caminata diaria para ir a buscar agua. En tiempos de sequía le toca arrear sus dos burros por 15 ó 20 kilómetros hasta uno de los pocos nichos de agua permanentes, como la represa Kutanamana, construida hace 50 años. Como ella, la gran mayoría de los 200.000 wayuu -casi la mitad de la población del departamento- tienen que recorrer enormes distancias para buscar un poco de agua. A veces no lo logran.

Como le sucedió a Josefa, cuando su nieto menor de un año murió de sed. "Era verano y me tocaba ir a buscar agua a un jagüey que queda a seis horas de camino desde la ranchería, cuenta. No alcancé a llegar, cuando regresé estaba muerto".

Viven un poco mejor en el invierno, la temporada de casi cinco meses de lluvias que empieza en agosto, cuando pueden llenar jagüeyes y sembrar maíz y fríjol. El problema es que el agua que almacenan se deteriora rápido. Por eso Joaquina Epieyú de la ranchería Ipatú hierve el agua por horas, le cuela el barro que flota y así la puede usar. El agua estancada del jagüey les produce diarrea o les brota la piel a los niños. Entonces tienen que buscar otras fuentes lejanas.

Según la mitología wayuu, las vetas de agua se revelan en los sueños. Cuentan que un viejo que se acostó preocupado porque no tenía agua para su rebaño. Soñó el sitio donde la encontraría, pero a cambio debía sacrificar una res y entregar varios collares. Así llegó a las arenas fáciles de excavar, donde brotó el agua.

En el desierto guajiro apenas caen escasos 500 milímetros cúbicos anuales de lluvia. En el sur la situación no es tan grave pues por allí fluyen los ríos Ranchería, Jerez, Ancho, Palomino, César, San Francisco y Cañas. Por eso los wayuus del norte sufren más. Apenas tienen tres fuentes de agua, además de los jagüeyes, de los pozos que bombean con molinos de viento y en los que a veces sólo encuentran agua salobre. Campo Pushaina, otro indígena wayuu, cuenta que cuando sale salada el agua "no sirve ni para lavar la ropa porque corta el jabón", y le hace daño incluso a los chivos..

En la ranchería Shirulema hay dos pozos de agua dulce, únicos en kilómetros a la redonda. Rafael Henríquez Arpushana, dueño de un pozo, no cobra por el agua, de la cual vienen a abastecerse con paciencia hasta 100 pastores con sus rebaños en tiempos de sequía. "Pueden pasar 10 horas haciendo fila", cuenta. En otras partes, cuando un pozo se seca se practica la llanama, la solidaridad. El líder de la ranchería invita a comer a parientes y amigos y entre todos cavan un pozo más profundo.

En otras partes no son tan generosos. Los carrotanques que llegan de vez en cuando desde Riohacha o Maicao pueden cobrar entre 1.000 y 2.000 pesos por un litro de agua. (En Bogotá, el estrato seis paga dos pesos con 28 centavos por un litro de agua). Los que no tienen dinero pagan con chivos o reses.

Muchos de los viejos molinos de viento que bombeaban agua fueron desvalijados, y los nuevos que ha montado la empresa de El Cerrejón con su programa de ayuda a los indígenas no dan abasto para tanta necesidad. La carestía y la falta de agua han hecho que muchos emigren a los pueblos. Pero allá también escasea. En todos los municipios hay racionamiento, con excepción de Distracción, El Molino y Villanueva. En Hatonuevo sólo hay servicio cuatro horas a la semana. Apenas 62,5 por ciento de los guajiros están conectados al acueducto, pero en más de la mitad de los casos el agua no es potable.

Por eso, sin hacerse demasiadas ilusiones de cambio, los wayuu de la Alta Guajira siguen madrugando y caminando enormes distancias en busca de un poco de agua para sobrevivir otro día.