Especiales Semana

María Emma Mejia

Ha asumido con éxito varios retos en la vida pública colombiana. Consejera presidencial, embajadora, ministra de Educación y Canciller son apenas parte de su ilustre hoja de vida.

León Valencia*
3 de diciembre de 2005

El destino, que es inescrutable, ha llevado a María Emma Mejía a oficios disímiles, responsabilidades notables y batallas inciertas. Una vez Medellín la vio desfilar en sus pasarelas cuando la ciudad apenas intuía que podía ser el centro de la moda en el país. La juventud, que es sueño, la condujo a Londres y al cine. A Bogotá llegó con una película que había hecho sobre los avatares de un antepasado ilustre. El presidente Belisario Betancur, en el estreno de la película, la tomó de la mano y la nombró directora de Focine. Después fue consejera presidencial para Medellín, embajadora en España, ministra de Educación y canciller de la República. La eficacia de su gestión, la belleza que salta barreras infinitas y un espíritu neutral y diplomático, le permitieron acompañar a varios presidentes en sus labores de Estado. Pero el país cambió y a finales del siglo se inició un proceso de polarización que la empujó al barro puro de la política. Empezó entonces a buscar una identidad, un puesto propio, desde el cual hablarles a los colombianos. En una campaña presidencial crispada por el duro enfrentamiento entre Andrés Pastrana y Horacio Serpa acompañó a este último como fórmula vicepresidencial. Luego se declaró independiente y en esa condición se postuló en dos oportunidades a la Alcaldía de Bogotá. No ha sido tan afortunada en esta brega como lo fue en su calidad de alta funcionaria de Estado. Aún la ciudadanía no la ubica claramente en un lugar preciso de la política colombiana. Pero ella, que se sabe especialmente joven en sus 50 años y atrae los ojos admirados del público en las calles y en los eventos, se ha empeñado en construir su futuro como militante de una izquierda moderada. Ahora se la ve acompañando a Lucho Garzón en las correrías por la ciudad enviando el mensaje de que está al lado del primer experimento importante de gobierno de la hasta hace poco marginal izquierda colombiana. Tiene para ello fibra social, comoquiera que su mayor orgullo es haber ayudado a cientos de jóvenes de Medellín a encontrar un futuro en los años aciagos de la ciudad, cuando ella fungía como delegada presidencial en las comunas incendiadas por la violencia. Tiene una rebeldía recóndita que aflora ante los atropellos a los derechos humanos o los zarpazos a las libertades democráticas. Tiene la ilusión de la paz y ha participado en las comisiones que desde la sociedad civil o desde el gobierno se han conformado para tan grande propósito. El ex presidente Alfonso López dijo de María Emma, hace unos años, que "sabía pocas cosas, pero lo entendía todo". Quería exaltar una virtud poco común: la especial disposición a escuchar y la capacidad de ir por el arduo laberinto de la vida y de la política intentando comprender los insondables secretos que lo tejen. *Analista