Especiales Semana

Marta Rodríguez

Sus documentales sociológicos son reconocidos en el exterior, pero en Colombia muy pocos los han visto.

Rito Alberto Torres*
3 de diciembre de 2005

La obra de Marta Rodríguez (Bogotá, 1938), en compañía de Jorge Silva, es un discurso de Memoria que fluye paralelo a la versión predominante: la del olvido, y a la desmemoria impuesta por la exclusión. En sus películas se sienten voces ancestrales, indígenas, campesinas, desplazadas, hacedoras de ladrillos; las que renacieron de las cenizas de Armero y se salvaron de las masacres; las de mujeres marchitas, las voces sin voz y las de las casas vencidas, que son la urdimbre que teje una visión crítica y analítica, audiovisual y antropológica, de la historia social y política de Colombia en los últimos 50 años. Humanismo y compromiso social son la base sensible sobre la cual Marta Rodríguez ha construido su trabajo de documentalista. Bachiller del Colegio María Auxiliadora de Bogotá, estudió en Madrid una licenciatura en ciencias sociales y luego, a partir de 1960 en París, recibió la influencia directa del etnólogo y cineasta Jean Rouch y de la corriente del llamado 'Cinema Verité', que él impulsara: "Un cine que utiliza el artificio cinematográfico, sin violentar la vida de la gente y sus actividades (...) un ojo observador que participa de la vida de ellos". Tras su regreso a Colombia, se reencontró en 1966 con Camilo Torres, en la recién creada, facultad de sociología de la Universidad Nacional, y ese mismo año conoció al fotógrafo Jorge Silva, con quien realiza películas fundamentales como Chircales (1967-1972), Planas. Testimonio de un etnocidio (1971), Campesinos (1970-1975) y el largometraje documental con puesta en escena Nuestra voz de tierra, memoria y futuro (1978-1981), reconocidas en el exterior y casi desconocidas por los colombianos. La reflexión acerca del abandono y la muerte que hacen un par de ancianos damnificados de la tragedia de Armero, en el video documental Nacer de nuevo (1987), dio inicio a una etapa más personal en su expresión. Desde 1992, producto de talleres de realización con comunidades indígenas, surgen títulos como Memoria viva (1992-1993), Amapola flor maldita (1992-1996), Los hijos del trueno (1994-1998) y La hoja sagrada (2001-2002). Una casa sola se vence (2004) dejó ver cómo, a sus 67 años, esta poeta se vale de las imágenes que le provee un cine de urgencia y denuncia, para testimoniar el dolor de las víctimas de la violencia y la esperanza recóndita de cambiar su No futuro. *Subdirector Técnico de la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano